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Álvaro Arbina
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Álvaro Arbina (Foto: Javier Oliaga)

Entrevista a Álvaro Arbina, autor de “La mujer del reloj”

“Comencé a escribir por la pasión que sentía al leer”

Por Javier Velasco Oliaga
martes 27 de diciembre de 2016, 07:56h

Hace unos días, coincidí en el Certamen de Novelas Histórica Ciudad de Úbeda con Álvaro Arbina. Casi a pasado un año desde que se publicase su primer novela “La mujer del reloj”, desde entonces no ha parado de presentar el libro por toda España. El éxito de su novela ha sido inusitado y algunos críticos y lectores le han llegado a comparar con Ken Follet, por la mezcla que hace de novela histórica y thriller. Lo que sí podemos decir es que la novela de Álvaro se lee con más interés que las últimas de Follet.

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Álvaro Arbina
Álvaro Arbina (Foto: Javier Oliaga)

En Úbeda presentó su novela por enésima vez. El auditorio quedó prendado por la sencillez y humildad de este escritor vitoriano que es ya una firme promesa del género, bien sea histórico o thriller. Entre las muchas presentaciones y recreaciones históricas del certamen ubetano, tuvimos ocasión de hablar largo y tendido sobre su novela y su experiencia como escritor.

Casi un año después de la publicación de “La mujer del reloj” me gustaría que valorase el fenómeno que ha supuesto la publicación de su novela.
El éxito de “La mujer del reloj” ha sido totalmente inesperado, a pesar de la ilusión y los sueños que llevan a un adolescente a escribir una novela, que vuelan tan alto como la imaginación lo permite. Hay que abrazar los frutos del trabajo y degustarlos porque para ello se han perseguido. Sin embargo, prefiero concentrarme en mis más inmediatos pasos, sin detenerme demasiado en pensamientos que vuelen más allá. Ahora mismo me dedico a escribir. Intento evadirme de las presiones exteriores, refugiándome en mi burbuja creativa. Sigo siendo el mismo que la escribió, cuando aún nadie me conocía. Lo más importante, es mantener la ilusión y la fuerza que me llevó a embarcarme en un proyecto tan grande, sin saber cómo hacerlo.

¿Esperaba el éxito de ventas y de críticas que la novela ha tenido?
Quería escribir el libro que a mí me hubiera gustado leer. Mi recorrido emocional de los años de escritura y búsqueda de una editorial se asemeja mucho al perfil de la etapa reina del Tour de Francia. Tuve momentos en los que veía mi trabajo como un atajo de papeles sin valor, otros en los que volvía a creer en ellos fervientemente. Supongo que se trata de un proceso natural. Al escritor le nublan las emociones, y durante la gestación de una novela, que es larga, hay tiempo para emociones de todos los colores. Me he imaginado en situaciones de todo tipo.

Después de tantos reconocimientos, ¿dónde quedan sus estudios de arquitectura?
Soy un joven de 26 años con la incertidumbre de un recién salido al mundo de los adultos, el laboral, el de la emancipación. Se acabó la universidad e intento abrir puertas sin mirar demasiado lejos. Ahora estoy centrado en la literatura, aprovechando esta oportunidad que se me ha brindado. La arquitectura queda ahí, sin desprenderse de mi vida, porque es ella la que también me ha enseñado a escribir. Si mis novelas tienen éxito, desde luego una dedicación de seis años, con 18 horas trabajadas al día, algo habrá tenido que ver.

¿Se va a dedicar en exclusiva a la literatura?
Es demasiado pronto para responder a esa pregunta. Y sería pretencioso, considerarlo demasiado seriamente, dadas las circunstancias. Tengo 26 años y mi primera novela me da para vivir ahora. No me ha resuelto el horizonte.

¿Qué siente cuando le comparan con Ken Follet o Arturo Pérez Reverte?
Es emocionante, y ayuda a vender libros. Comencé a escribir por la pasión que sentía al leer. Por la pasión que sentía al leer, precisamente, a esos escritores. El tiempo cambia las cosas, y desmitifica la mirada de un niño. Sin embargo, aún les envuelve algo ese nimbo mágico, y espero que siga siendo así. Imagínate lo que opinaría aquel niño que se abría al mundo de los libros.

¿Qué cree que ha aportado de novedoso “La mujer del reloj” a la novela histórica?
Es difícil aportar novedades a la novela histórica. A la novela en general. Lo único novedoso es el libro en sí. Que es único, que jamás ha existido ninguno igual. Esa es la magia de la literatura, del arte en general. Se mezclan cosas, de aquí y de allá, y de ti mismo, y así, de ese modo, se crea algo nuevo.

La conocida como la Guerra de la Independencia ha aportada la narrativa histórica pocas obras de ficción. ¿Por qué se fijó en ese periodo de nuestra historia?
La idea de La mujer del reloj surgió en mi adolescencia, a los quince o dieciséis años. De aquella edad perdura el eje principal, el que se puede resumir en tres líneas. No sabría decir por qué principios del XIX. Tal vez se debía a las lecturas que más me han marcado y que por aquel entonces comenzaba a descubrir, muchas de las cuales transcurrían en la época de mi novela, o al menos la rondaban. Yo quería tratar un acontecimiento importante. Por aquel entonces, inocente de mí, desconocía lo que supone escribir sobre una guerra. Y por eso no dudé en embarcarme en la guerra de la independencia. Era una época aún inhóspita a nuestros ojos, que me permitía desarrollar las aventuras y misterios que poblaban mi cabeza. Y sobre todo, los de aquella guerra fueron unos años que afectaron muchísimo a las gentes que aquí vivieron, a nuestros antepasados, y que marcaron, mucho más de lo que creemos, el devenir de los años siguientes.

¿Cómo se documentó sobre los sucesos de la guerra en Vitoria?
Mi segunda casa, mi principal patio de recreo, ha sido la llanada alavesa. Su naturaleza, su mundo rural, mis padres nos llevaban de excursión por sus bosques y colinas. La batalla de Vitoria sucedió ahí, y durante años, sin saberlo, me he empapado de sensaciones que me sirvieron después en la escritura. Evidentemente, tuve que recurrir a fuentes concretas de la época, y leer mucho, y abstraerme mucho. Escribir, al fin y al cabo.

Su novela es muy viajera. ¿Cuál fue el lugar por los que discurre la novela que más le ha sobrecogido?
La isla de Cabrera. El primer campo de concentración de la Historia. Cuando la visite de viaje de promoción, la realidad superó a la ficción. Es un lugar desconocido, con sucesos pasados que pesan mucho.

Sus personajes desbordan pasiones humanas. ¿Cuál de ellos le gustó más pergeñar?
Tal vez Louis Le Duc, el antagonista de la novela. Porque esta es una historia clásica, de héroes y villanos en la contraportada, y de tonalidades grises en las tripas de la novela. Después de tanto tiempo, el francés es un personaje que aún me sigue asustando.

¿Cómo definiría a su héroe Julián de Aldecoa?
Él es nuestra mirada principal de lo que sucedió. Él asiste a momentos clave y conoce todos esos elementos que componen el retrato de la época, algunos desconocidos y olvidados que, espero, hagan reflexionar. Es el puente que me permite unir dos épocas. Es, probablemente, la razón de que pudiera escribir esta novela sin perderme en arenas movedizas.

En estos días ha participado en el Certamen de Novela Histórica de la ciudad de Úbeda. ¿Cómo ha resultado la experiencia?
Muy enriquecedora. Volví a casa francamente conmocionado. Soy un recién llegado al mundo de los libros y reunirme con escritores consagrados, mucho más avezados que yo, con la suerte de poder escucharles, con la suerte incluso de que también me escucharan, supuso algo muy gratificante para mí.

¿Cree que estos certámenes ayudan a la difusión de nuestra historia y de la novela histórica?
Desde luego. La novela histórica necesita plataformas fuera de su propio proceso intrínseco, de escritura, publicación, lanzamiento, presentaciones, lecturas y firmas. Es un mundo con mucho jugo por extraer, y certámenes como Novela Histórica de la ciudad de Úbeda, conforman un papel esencial en esa tarea.


¿Se debería apoyar desde las instituciones públicas estas iniciativas?
Entiendo que haya necesidades más apremiantes en la sociedad. Pero la cultura, y nuestra propia Historia, debería ascender un buen escalón de puestos en las prioridades de las instituciones públicas. Considero que no es momento de empezar a numerar nuestra larga lista de despropósitos.

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