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NUEVA TRIBUNA

El Imperio ruso en el siglo XIX

El Imperio ruso en el siglo XIX

Por Eduardo Montagut
martes 03 de enero de 2017, 12:19h

En 2017 se cumple el centenario de las dos Revoluciones Rusas -febrero y octubre-, que marcaron, junto con la Gran Guerra, el comienzo del siglo XX, con grandes consecuencias durante dicha centuria. En este año dedicaremos una serie de trabajos para entender este fundamental hecho histórico. Comenzamos con un análisis de lo que era Rusia en el siglo XIX.

En 2017 se cumple el centenario de las dos Revoluciones Rusas -febrero y octubre-, que marcaron, junto con la Gran Guerra, el comienzo del siglo XX, con grandes consecuencias durante dicha centuria. En este año dedicaremos una serie de trabajos para entender este fundamental hecho histórico. Comenzamos con un análisis de lo que era Rusia en el siglo XIX.

El Imperio ruso era un Estado inmenso, entre dos continentes, Europa y Asia. Era gobernado de forma absolutista por los zares, que concentraban todos los poderes, decidían sobre la paz y la guerra, decretaban las leyes, nombraban y separaban ministros, y poseían la máxima autoridad religiosa. No existía ninguna institución que limitase el poder de los zares, que gobernaban a través de una compleja administración y de la policía, encargada de la persecución de cualquier persona o grupo considerado como subversivo.

El zar Alejandro I había emprendido algunas reformas liberalizadoras a comienzos del siglo XIX, pero la invasión napoleónica arrinconó los cambios. En el año 1821, el zar, temeroso de la llegada de las ideas liberales a Rusia, instituyó la Policía Militar Especial, dedicada a la investigación y represión de los focos subversivos que comenzaban a aparecer en todo el país. Dicha policía dedicó muchos esfuerzos para controlar el mundo intelectual, estableciendo una férrea censura en todo lo que se publicaba. Los grandes autores de la literatura rusa sufrieron dicha censura, como Pushkin, Lermontov, Turgueniev, Gogol, Dostoyewski, Tolstoi, o Chéjov. La PME estableció una compleja red de espías, delatores y confidente por todo el Imperio ruso.

Su sucesor, Nicolás I, no sólo olvidó los tímidos intentos de su antecesor, sino que, además, remachó el carácter autocrático del régimen político, reforzando todos los mecanismos de control sobre sus súbditos, la prensa y la universidad, posibles focos de protesta o contestación y de difusión de ideas liberales occidentales. Nicolás fue uno de los monarcas absolutos protagonistas de la Europa de la Santa Alianza.

Durante el reinado de Nicolás se produjo la insurrección de los decembristas. Este movimiento fue protagonizado por un grupo de oficiales rusos, casi todos miembros de la Guardia Imperial, que conspiraron en San Petersburgo para intentar derrocar al gobierno del zar Nicolás I, en diciembre de 1825. Pero fracasaron y sufrieron una durísima represión; unos fueron ejecutados y otros fueron deportados a Siberia. Algunos consideran esta intentona la primera revolución rusa. Los decembristas pretendían instaurar un sistema liberal constitucional. Es evidente que no tuvo la repercusión de la posterior de 1905 pero, no cabe duda, que fue el primer intento serio de derrocar la autocracia zarista.

Para la policía era un delito tener o apoyar las ideas liberales, nihilistas, republicanas, socialistas o defender reformas religiosas. También era peligrosa la ciencia o la filosofía. En el año 1850 se prohibió la enseñanza de la filosofía en la Universidad.

Alejandro II (1855-1881) intentó dar un giro más liberal. Se aflojó el control sobre la opinión pública, se permitieron las discusiones en los salones, se fomentó el estudio y se permitió cierta crítica a la Administración. En el año 1862 se planteó una reforma judicial de signo occidental introduciendo garantías en los procesos y juicios, además de suprimirse las penas corporales. Se crearon los zemstvos, una especie de asambleas representativas en distritos y provincias con competencias en obras públicas, sanidad, correo, iglesias, impuestos y policía. Estas asambleas fueron aprovechadas por los sectores liberales para plantear demandas. El zar no quiso aprobar la constitución de un parlamento o asamblea en el nivel estatal cuando el zemstvo de Moscú se lo planteó, eso supondría una merma de su poder sagrado. Alejandro II consideraba que el derecho de iniciativa le correspondía a él por voluntad divina y que nadie en Rusia estaba autorizado a presentarle peticiones, algo, que en realidad tenía muy poco de liberal, pero era considerado un resquicio por el que se podían colar algunas reivindicaciones.

Por su parte, se dieron algunas medidas aperturistas en la Universidad, como el final de la disciplina militar y la apertura de las clases a más estudiantes, pero éstos siempre inquietos participaron en algunas protestas, provocando que el zar diera marcha atrás en algunas de estas medidas. En el siglo XIX comenzaron los estudiantes a protagonizar protestas en toda Europa.

Pero el hecho fundamental de su reinado fue la abolición de la servidumbre, hecho capital en la Historia rusa y la propia condición humana.

A principios del siglo XIX la sociedad rusa era eminentemente campesina. La servidumbre había surgido a finales de la Edad Media. Con el paso del tiempo las obligaciones de los siervos hacia los señores habían crecido. Existían diversos tipos de servidumbre: siervos domésticos, siervos sometidos a la corvea o trabajo no remunerado, siervos sometidos al pago de una renta, etc. Pero, además de su mala situación económica, los siervos no sabían leer ni escribir y vivían en una posición de indignidad. Podían recibir castigos corporales y si eran llamados al servicio militar tenían que servir media vida.

En la cúspide social se encontraba la nobleza que monopolizaba la oficialidad del ejército y los principales cargos y puestos en la compleja administración imperial rusa. Esa nobleza era la dueña de casi toda la tierra y gozaba de todo tipo de privilegios. Sin lugar a dudas, era la nobleza más poderosa de toda Europa. Su riqueza se medía en las “almas” que poseían, casi más que en la cantidad de tierra.

Durante casi todo el siglo XIX no hubo casi burguesía en Rusia, con la excepción de Polonia, que pertenecía al Imperio. La sociedad rusa, por tanto, tenía una amplísima base campesina y una minoría nobiliaria por encima.

Pero a mediados del siglo se produjo una verdadera conmoción nacional que provocó un importante cambio en la sociedad rusa. La derrota en la guerra de Crimea puso de manifiesto que el gigante ruso era muy débil: inferioridad militar provocada por una nula industrialización, sin ferrocarriles, y con muchos siervos que se negaron a combatir como soldados. En Rusia se comenzó a cuestionar este modelo social desde varios frentes, siendo el literario uno de los más activos. El zar fue consciente que tenía que impulsar la industrialización y emancipar a los siervos.

El 19 de febrero de 1861 se publicó un ukase o decreto que abolía la servidumbre y emancipaba a los siervos. Podrían moverse libremente, disfrutar de su casa y de un lote de tierra equivalente al que tradicionalmente trabajaban. Pero durante dos años debían pagar corveas y censos, además de compensar al dueño de la tierra. Para ello, el gobierno otorgaría préstamos. En realidad, la tierra pasaba a ser propiedad de la comunidad campesina o mir, que se convirtió en la responsable legal de que los campesinos pagasen a los antiguos amos el importe de su redención.

La liberación no solucionó los problemas de los campesinos por el alto precio que tuvieron que pagar como indemnización. En muchas comunidades de campesinos comenzó a reinar un claro descontento hacia el zar y la nobleza y fue el caldo de cultivo donde caló la oposición del populismo ruso.

Desde el punto de vista económico, la liberación de los siervos no trajo consigo una modernización del campo, ya que no se introdujo la mecanización en el mismo. La productividad del campo ruso siguió siendo bajísima. En cuestiones económicas el protagonismo industrializador corrió a cargo del Estado zarista con la ayuda del capital exterior. Se desarrollaron los sectores de la industria pesada y del ferrocarril, pero el atraso económico y social ruso siguió siendo abrumador. En todo caso, comenzó a aparecer el proletariado.

El fin del aperturismo del zar Alejandro II tuvo lugar en el año 1866 cuando sufrió un atentado. La censura de prensa y libros se recrudeció, y se puso en marcha la máquina represiva del Estado zarista, entrando en un círculo vicioso de represión-terrorismo, que culminaría en el atentado de 1881 en el que el zar fue asesinado.

El atentado de 1881 fue clave en la evolución política del zarismo en el siglo XIX porque supuso el freno definitivo a cualquier intento liberalizador del sistema político. El nuevo zar, Alejandro III, paralizó todas las políticas reformistas que se habían puesto en marcha o que se proyectaban. Se cerraron periódicos, se prohibieron libros, incluidos los de las grandes glorias de las letras contemporáneas rusas y de autores europeos, y se establecieron estados de excepción en algunas provincias. Instauró un régimen de mayor control y represión. En el mismo año del asesinato y subida al trono del nuevo zar se creó la Okhrana, la policía secreta más eficaz del mundo hasta su desaparición en la Revolución de 1917. El zar Nicolás II reforzó aún más el poder de la Okhrana, ya que se elevó el número de sus integrantes hasta 100.000, y el doble después la Revolución de 1905. Se entró en una dinámica terrible de subversión y represión. Aunque en teoría tenían que entregar los detenidos al poder judicial para ser juzgados, con condenas que iban desde la pena capital hasta el encarcelamiento y la deportación a Siberia; en ocasiones, los propios policías tenían licencia para ejecutar directamente a los detenidos. La práctica de la tortura era muy común.

Por otro lado, el reinado de Alejandro III se caracterizó por una política de intensa rusificación sobre las etnias y pueblos no rusos del Imperio, es decir, la obligación a aprender y usar la lengua y cultura rusas. La persecución a los judíos se hizo especialmente intensa con violentos pogromos y prohibiciones. En este sentido, destacaron las Leyes de mayo de 1882, que supusieron un conjunto de medidas discriminatorias hacia los judíos.

En 1887 se desmanteló una conspiración en la que estaba implicado Aleksandr Uliánov, el hermano mayor de Lenin. Sus integrantes fueron ejecutados. La muerte de su hermano marcó de forma indeleble al joven Lenin.


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