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Los Reyes Católicos
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Los Reyes Católicos: desmontando los mitos del franquismo

La significación histórica de los Reyes Católicos, ahora que se cumplen quinientos años de la muerte del rey Fernando, es fundamental porque cerraron la Edad Media y abrieron la Edad Moderna

Por Eduardo Montagut
jueves 02 de marzo de 2017, 10:35h

Lamentablemente, el reinado de los Reyes Católicos ha sido interpretado y mitificado por parte de la historiografía más reaccionaria y por el franquismo de una forma harto interesada al concederles el supuesto honor de la creación o unidad de España, un tremendo error, ya que la unión dinástica, como tendremos oportunidad de comprobar no supuso la fundación de una unidad política nueva, ya que las Coronas mantuvieron sus instituciones, leyes y costumbres propias. La Monarquía Hispánica de los Austrias mantuvo estos principios, aunque el conde-duque de Olivares pretendiera cambiar el sistema institucional con su famosa Unión de Armas. Esta estructura solamente se abolió con los Decretos de Nueva Planta establecidos por Felipe V a principios del siglo XVIII después de vencer a los territorios de la Corona de Aragón, provocando la implantación de un pleno absolutismo centralista, de fuerte influencia francesa. La importancia de los Reyes Católicos, por tanto, reside en otras cuestiones, como este artículo intenta demostrar sin tener que recurrir a mitologías y falsedades histó

La superación de la crisis castellana
Los Reyes Católicos aparecen con la culminación de sendas guerras internas en Castilla y Cataluña. La guerra de sucesión de la Coronda de Castilla estalló cuando una parte importante de la nobleza se enfrentó al rey Enrique IV al exigirle que nombrase sucesor del trono a su hermano Alfonso frente a su hija Juana (llamada Juana la Beltraneja), considerada bastarda e hija de Beltrán de la Cueva, ministro del rey. El rey aceptó pero luego se retractó, siendo ridiculizado en la Farsa de Ávila. El rey, por su parte, pudo imponerse con las armas en Olmedo (1467). Al morir el infante Alfonso la nobleza optó por seguir a la hermana Isabel como heredera, que rehusó mientras viviese su hermano, aunque se consideraba la heredera legítima. En el Tratado de los Toros de Guisando (1468) el rey accedió a dejar heredera a Isabel con la condición de que se casara con Alfonso V de Portugal. Al descubrir que se había casado en secreto con Fernando, hijo del rey de Aragón, fue desheredada.

Enrique murió en 1474, estallando la guerra entre los partidarios de una y otra herederas, y en la que intervino Alfonso V de Portugal en apoyo de Juana. Con Isabel se alinearon las ciudades, el clero y la alta nobleza. Juana contaba con la nobleza turbulenta, alguna parte del clero, y los tronos de Francia y Portugal, además del apoyo luso. La guerra se prolongó en el tiempo porque las fuerzas de ambos bandos estaban bastante igualadas. Al final venció Isabel, firmándose en 1479 el Tratado de Alcaçovas con Portugal que supuso su reconocimiento como reina. El final de la Baja Edad Media en Castilla terminaba con un reforzamiento de la Monarquía en la figura de Isabel.

La unión dinástica
En 1469 se casaron Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Diez años después moría Juan II de Aragón, y le sucedía en el trono Fernando II. De esa manera, las dos principales Coronas peninsulares, la castellana y la aragonesa quedaban unidas. En el año 1475 ambos esposos firmaron la Concordia de Segovia, que establecía que ambos gobernarían conjuntamente sus reinos y delimitaba sus respectivos poderes, reforzada por un documento establecido por Fernando para el caso de Aragón. La unión dinástica de los Reyes Católicos no significó la creación de una Monarquía unitaria y centralizada. No se produjo una unificación política de las dos Coronas, ya que cada una de ellas conservó sus leyes e instituciones propias.

Castilla superaba a Aragón en extensión territorial, riqueza y demografía; de hecho, tenía una economía más potente, basada en la exportación de la lana en estrecha relación con la Mesta, mientras el comercio catalán seguía en crisis. En cuestiones institucionales, Castilla era un reino unido, al contrario que la Corona aragonesa, formada por una confederación de reinos. En Castilla el poder real se fortaleció con el triunfo de Isabel en la guerra civil. Estaríamos ante una Monarquía autoritaria frente al modelo aragonés donde se mantuvo el pactismo con los fueros establecidos, así como con las instituciones que los garantizaban (Cortes, Diputaciones del General, Generalitat, Justicia de Aragón). Esta situación no fue obstáculo para que ambos monarcas tuvieran un claro sentido de que había que fortalecer los poderes del Estado, aunque solamente pudieron lograrlo claramente en Castilla.

La guerra de Granada y la incorporación de Navarra
La guerra de Granada supuso la incorporación a Castilla del último reducto musulmán en la península Ibérica. La frontera había sido una fuente continua de conflictos y fricciones, a pesar de que los reyes nazaríes se declarasen vasallos de Castilla y tributasen por ello. La toma de Zahara por los granadinos en 1481 precipitó el conflicto. Los Reyes Católicos aprovecharon la guerra para canalizar el belicismo nobiliario, y revitalizar el espíritu de la Reconquista. En el conflicto se aprovecharon las luchas internas del Reino Nazarí entre facciones nobiliarias, cortesanas y de la misma familia real: Muley Hacén contra Muhammad el Zagal y Boabdil. Fue una guerra de asedios más que de batallas campales. Hubo respeto hacia los vencidos con capitulaciones, menos en Málaga que pagó con el cautiverio de sus moradores por su enconada resistencia y el daño producido a las tropas castellanas. El 2 de enero de 1492 se tomó posesión de la Alhambra. Boabdil recibió el señorío de las Alpujarras pero con el tiempo emigró a Marruecos.

Las capitulaciones fueron muy tolerantes con los vencidos: podían vender sus pertenencias y marchar a Marruecos, o quedarse con libertad personal, de costumbres y religión, y también podían seguir con sus prácticas jurídicas basadas en el Corán. Granada se convirtió en archidiócesis con Hernando de Talavera como arzobispo. Era el confesor de la reina y fraile jerónimo. Su política consistió en atraer a los mudéjares a través de la persuasión y el respeto a su lengua y costumbres. Pero en 1499 cambió la política seguida con los mudéjares con Cisneros, arzobispo de Toledo, impaciente por los escasos resultados de la política de Talavera. Consiguió el beneplácito real y violó las capitulaciones con una política de conversiones forzosas. En respuesta a este cambio de política estallaron revueltas en el barrio granadino del Albaicín y en las Alpujarras, que serían reprimidas. Los decretos de 1501 y 1502 obligaron a los musulmanes a convertirse o a abandonar Granada, como se hizo con el caso de los judíos. La mayoría accedió y se bautizó pero sin convicción, practicando clandestinamente la religión islámica. De ese modo, los mudéjares se convirtieron en moriscos. Comenzó un problema religioso que estallará en algunos momentos, como en tiempos de Felipe II, y que terminará con la expulsión de los moriscos en 1609 con Felipe III.

La incorporación del Reino de Navarra se produjo una vez fallecida la reina Isabel. El pretexto alegado fue la supuesta conspiración de Navarra y el rey de Francia contra Castilla. Fernando ocupó militarmente Pamplona en 1512. Por las Cortes de Burgos de 1515, Fernando anexionó el Reino de Navarra al del Castilla pero respetando fueros e instituciones como las Cortes propias.

La conquista de las Islas Canarias
La conquista de las Islas Canarias se produjo en el siglo XV con dos etapas: la nobiliaria y la real. En tiempos de los Reyes Católicos se conquistaron Gran Canaria (1480-1483), La Palma (1492-1493) y Tenerife (1494-1496). El procedimiento real de la conquista se basó en el sistema de capitulaciones, que luego se aplicaría en América. Se establecía un contrato con capitanes y eclesiásticos que protagonizaban la conquista y la evangelización de los territorios en nombre de la Monarquía. Ésta se limitaba a autorizar y controlar la empresa. Estas “islas mayores” no se integraron en el sistema señorial como las menores, sino que permanecieron como tierras de realengo, bajo el dominio directo de la Corona. La población nativa quedó mermada por las guerras, y asimiló rápidamente la cultura de los nuevos pobladores. Las Islas Canarias adquirieron importancia por su agricultura especializada con la caña de azúcar y por su posición estratégica como etapa en la ruta hacia América.

Paz social y fortalecimiento del Estado
Los Reyes Católicos se propusieron transformar la Monarquía de tipo feudal, cuyo poder estaba en gran medida limitado por las prerrogativas jurisdiccionales y la fuerza del clero y la nobleza, en una Monarquía autoritaria, teniendo un evidente éxito en Castilla. Para ello había que acometer dos tareas fundamentales: restaurar la paz social y reforzar la autoridad de la monarquía dotándola de instrumentos de control. Para lograr el primer objetivo se creó la Santa Hermandad en las Cortes de Madrigal de 1476. Se trató de un instrumento fundamental para la pacificación en el campo, contra el bandidaje y la delincuencia. Era una liga de hermandades locales coordinadas por una Junta General. Era una gran fuerza policial y abría juicios sumarísimos. En 1498 se suprimió, una vez pacificado el campo, pero quedaron algunas hermandades locales.

El segundo paso para restaurar la paz social se dio en Cataluña con la resolución del conflicto de los remensas por la Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486, dada por Fernando. Se abolieron los malos usos, entre ellos la remensa u obligación del payés de pagar una redención para poder abandonar la tierra. En compensación, los payeses debían pagar a los señores las rentas atrasadas e indemnizarles. El señor mantenía el dominio directo de la tierra y el campesino el dominio útil a cambio de una renta.

Se limitó el poder político de la nobleza apartándola de los cargos de la Administración, que fueron ocupados por juristas y letrados con formación universitaria. En contrapartida, a la nobleza se le consolidó su riqueza económica y preeminencia social. Según lo dispuesto en las Cortes de Toledo de 1480 tuvieron que devolver las tierras y rentas usurpadas a partir de 1464, pero conservarían las usurpadas antes, mucho más importantes. Además, en las Cortes de Toro de 1505 se reforzó la institución del mayorazgo.

Mención especial merece el control de las Órdenes Militares. Su poder era muy grande, especialmente en territorios y riquezas. Los maestres se habían involucrado mucho en las revueltas nobiliarias. Los Reyes Católicos querían controlar las Órdenes para limitar su poder político y administrar sus rentas. Para ello se las presionó para que eligieran al rey como gran maestre de las distintas Órdenes. Así pues, fue nombrado Fernando, y luego con Carlos se produjo la incorporación definitiva de los maestrazgos castellanos a la Corona.

Por fin, se aumentó la fiscalización del poder municipal en Castilla a través de la figura del corregidor sobre la que se reglamentó profusamente, como una figura comisarial al frente de los Concejos.

Los Reyes Católicos se sirvieron de las Cortes castellanas para fortalecer su poder, al dar la imagen de que gobernaban con ellas, aunque no tenían función legislativa. Al promulgar leyes conjuntamente las daban más solemnidad, como se vio con las Leyes de Toro de 1505. Procuraron, por otro lado, convocar poco a las de la Corona de Aragón, más limitadoras de su poder según la doctrina del pactismo.

El reinado de los Reyes Católicos representa un modelo de Monarquía autoritaria. Al aumentar las competencias del estado se necesitaba una burocracia numerosa y especializada con juristas y letrados formados en la Universidad. El Consejo Real, antes consultivo y formado por magnates de la nobleza y del clero, se convirtió en órgano de gobierno fundamental, y desde 1495 sus miembros fueron letrados. Se reunía en comités según la naturaleza de sus asuntos, algunos desaparecieron y otros se convirtieron en Consejos independientes, especializados: Inquisición, Órdenes, Aragón, et. El Real pasó a llamarse de Castilla, siendo el más importante.

En relación con la administración de justicia se establecieron dos Chancillerías, una en Valladolid y la otra en Granada. En Santiago y Sevilla se crearon dos Audiencias. En la Corona de Aragón se creó una Audiencia para cada reino, mientras que en Navarra estaría el Tribunal de la Corte Mayor. En todo caso, en materia de justicia habría que señalar algunas cuestiones importantes. Por un lado, estaba la considerable extensión de lugares de señorío fuera de la jurisdicción real. Po otro lado, en las tierras de realengo también había profusión de fueros y ordenamientos particulares.

Política religiosa
Los Reyes Católicos establecieron un principio que seguiría con sus sucesores: la unidad religiosa de sus reinos y territorios. En primer lugar, se puso en marcha la Inquisición. La Bula de 1478 del papa Sixto IV autorizaba a los reyes a nombrar inquisidores. Se trataba de un órgano eclesiástico formado por tribunales pero bajo autoridad directa de la Corona a través de un Consejo específico, superando el modelo medieval inquisitorial. El Santo Oficio se centró en la persecución de los falsos conversos. Una de las primeras figuras importantes de la primera Inquisición fue Torquemada. En Aragón hubo dificultades para su establecimiento porque se consideraba que era una institución que podría vulnerar los fueros propios.

El 31 de marzo de 1492 se dio un decreto que afectó a los judíos hispanos (sefardíes). Debían convertirse o abandonar los reinos. Una parte optó por la conversión y otra por la marcha, suponiendo una fuerte pérdida demográfica, humana, económica y cultural. Los sefardíes mantuvieron su cultura y el castellano (ladino) durante muchos siglos. Por su parte, en los territorios hispanos comenzaría el problema judeoconverso, de tanta importancia social en la época de los Austrias.

El descubrimiento de América
Colón fue un aventurero y marino de origen genovés que estaba convencido de la esfericidad de la Tierra. Pretendía llegar a las Indias a través de la ruta inexplorada del oeste frente a la que habían emprendido los portugueses buscando un paso al sur de África. Pero Colón pensaba que la distancia era más corta de lo que es en realidad. Colón expuso su proyecto a los portugueses en el año 1484, pero lo rechazaron porque estaría basado en cálculos erróneos. Tenemos que tener en cuenta, además, que Portugal estaba enfrascado en sus expediciones que bordeaban la costa africana en busca de ese paso sur que les permitiera llegar a la India. Tras este intento fallido, nuestro protagonista se dirigió a Castilla. Buscó el apoyo de personajes influyentes para conseguir la aprobación de los Reyes Católicos. El primer intento se cosechó con un fracaso. Sus teorías fueron rechazadas por los expertos, y los monarcas estaban muy ocupados en la guerra de Granada. Al terminar la guerra, el escenario se hizo más propicio para conseguir el apoyo necesario al proyecto. Castilla se liberó de los enormes costes de la contienda. Además, la expansión castellana por el Atlántico se había limitado a las Islas Canarias y a un pequeño enclave en la costa marroquí, Santa Cruz de Mar Pequeña. La aventura que proponía Colón era la única alternativa que se le ofrecía a Castilla para establecer una ruta directa con Oriente, capaz de competir con la travesía africana de Portugal. Los Reyes Católicos decidieron, pues, apostar por Colón, probablemente porque si fracasaba se perdía poco y, en cambio, se podrían obtener grandes beneficiosos si la empresa se coronaba con éxito. El 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe, muy generosas por parte de los monarcas. Por estas Capitulaciones, Colón obtendría los títulos de almirante, virrey y gobernador general de todas las islas y tierra firma de lo que se descubriese. Además, se beneficiaría de la décima parte de cuanto se obtuviese en las tierras conquistadas y colonizadas.

Colón partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 con una nao y dos carabelas. Repostó en Canarias, y comenzó la aventura hacia el oeste. El 12 de octubre de 1492 llegó a las Antillas, a la isla de Guanahaní, a la que llamó San Salvador. Después, descubrió Cuba y La Española (Haití). Emprendió el regreso en 1493.

Ante el éxito de la expedición, Colón realizó tres viajes más a los nuevos territorios entre 1493 y 1504. Colón murió pensando y con la convicción de que había llegado a las costas orientales de Asia, a las proximidades de Japón.

Gracias a los viajes menores de otros descubridores se llegó a la conclusión de que, realmente, se había llegado a otro continente. Uno de los participantes de estos viajes, el florentino Amerigo Vespucci, que exploró en 1499 las costas de América del Sur, demostrando que no pertenecían a Asia.

La expansión atlántica generó una evidente rivalidad con Portugal, además de la que se había producido en la guerra civil castellana. Las tensiones comenzaron a relajarse con el mencionado Tratado de Alcaçovas en 1479, por el cual, además del reconocimiento de Isabel como reina de Castilla, se estableció el primer reparto del espacio marítimo entre ambos estados, especialmente en el caso de Canarias, sancionando la soberanía castellana. Por fin, en 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas en 1494 que determinaría de forma definitiva el reparto del espacio marítimo y colonial entre Portugal y Castilla, habida cuenta de los nuevos descubrimientos geográficos, a través de una línea de demarcación. Las tierras descubiertas a más de trescientas setenta leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde corresponderían a Castilla, y al este a Portugal.

La política exterior
En política exterior los Reyes Católicos establecieron una ambiciosa política de alianzas matrimoniales, persiguiendo dos objetivos. En primer lugar, consolidar la amistad con Portugal emparentando las dos Casas reales. Se casó a Isabel con Alfonso de Portugal y, tras la muerte de éste, con Manuel de Portugal, afianzándose las aspiraciones sucesorias sobre el reino luso. Pero sobre todo, se buscaba estrechar relaciones con los vecinos y/o rivales de Francia para aislarla. Así pues, entablaron matrimonios con las Casas reales de Inglaterra y del Sacro Imperio Romano Germánico. Casaron a Catalina con el príncipe heredero de los Tudor ingleses, y tras su muerte, con el rey Enrique VIII. Para establecer vínculos con el Imperio (casa de Habsburgo) concertaron un doble matrimonio. Casaron al príncipe Juan y a Juana con los hijos del emperador Maximiliano, Margarita de Austria y Felipe el Hermoso. El segundo matrimonio sería clave para la historia española y europea porque su hijo Carlos concentraría la fabulosa herencia de sus abuelos, inaugurando la dinastía de los Austrias españoles.

El Mediterráneo fue una preocupación evidente para los Reyes Católicos, como herencia de la Corona de Aragón, ya que había sido el escenario tradicional de actuación de la misma desde el siglo XIII. Castilla tenía también intereses en el norte del Magreb. Con los Reyes Católicos las buenas relaciones entre Castilla y Francia desaparecieron al primar la tradicional rivalidad aragonesa hacia este país por sus intereses encontrados en Italia. Con este cambio se iniciaba una constante de la política exterior española hasta la llegada de los Borbones al trono hispano. El escenario del enfrentamiento fue, evidentemente, Italia, un mosaico de estados, casi a merced de estados tan poderosos. Las guerras de Italia tuvieron dos fases. La primera etapa se establece entre 1495 y 1496, y la segunda entre 1502 y 1503. Los protagonistas de este conflicto fueron los reyes franceses de la Casa de Valois, Carlos VIII y Luis XII. El otro gran protagonista sería Fernando el Católico, cuyas tropas dirigió el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. El objetivo era el Reino de Nápoles, conquistado en 1443 por Alfonso V de Aragón, pero separado de la Corona aragonesa a su muerte y legado a su hijo ilegítimo Ferrante I. El resultado fue la victoria de Fernando, y la reincorporación de Nápoles a la Corona de Aragón (1503). Los condados catalanes del Rosellón y la Cerdaña, en posesión francesa desde los tiempos de la guerra civil catalana, serían devueltos en 1493.

Desde los tiempos de Fernando III Castilla había pretendido la conquista del norte de África. Tras la toma de Granada la expansión hacia el Magreb surgió como una posibilidad más realizable, además de ser una solución contra los ataques de los piratas berberiscos a las costas españolas. La ocupación terminó por ser muy limitada, y quedó reducida a la toma de una serie de plazas: Melilla, Orán, Bugía, y Trípoli.

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