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Alejandro Cabeza junto al retrato de Lorca
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Alejandro Cabeza junto al retrato de Lorca

Lorca más vivo que nunca. El Museo Nacional del Teatro presenta un retrato del poeta, obra de Alejandro Cabeza, para celebrar el Día Internacional de los Museos

Por Salomé Guadalupe Ingelmo
sábado 20 de mayo de 2017, 14:54h

En una reciente visita a la ciudad manchega de Almagro, la periodista Salomé Guadalupe Ingelmo entrevista al pintor Alejandro Cabeza con ocasión de la presentación del retrato de Federico García Lorca que se expone en el Museo Nacional de Teatro. Ver el nuevo cuadro sobre Lorca es una buena ocasión para visitar la ciudad , museo de Teatro y el Corral de Comedias.

‒Su retrato de Lorca ha sido presentado el pasado 18 de mayo, Día Internacional de los Museos, en el Museo Nacional del Teatro, ubicado en Almagro. Se trata de una jornada especial porque si bien la función esencial de un museo consiste en conservar y estudiar el patrimonio, no menos importante resulta saber acercar al público a esa herencia; hacerle comprender que en realidad es suya, que forma parte de su bagaje cultural y, de alguna forma, también eso ha contribuido a moldearles como comunidad y como individuos. Además, sólo se aprende a respetar, amar y proteger aquello que se conoce.
Exacto. La ignorancia origina prejuicios y también algo que a veces se revela incluso peor que el propio odio: la indiferencia. Tiene usted razón, jornadas como la del 18 de mayo me parecen muy importantes porque atraen a los centros museísticos a un público quizá no tan asiduo. ¿Cómo se va a involucrar el grueso de los ciudadanos en la conservación del patrimonio, en exigir a sus representantes públicos que se pongan todos los medios necesarios para ello, si antes no han comprendido que eso que ha de protegerse no les es ajeno? Por ello ha supuesto un orgullo especial colaborar con el Museo precisamente ese día; que mi retrato de Lorca ‒quien además aspiró a un propósito muy similar: que el pueblo comprendiese que el teatro y la literatura en general les pertenece y no se debe considerar patrimonio de las élites‒ se haya presentado al público en el marco de esa celebración.

Por otro lado el Museo del Teatro, además de hacer gala de una escenografía sobrecogedora, lo que provoca que el visitante quede impresionado no sólo por sus piezas sino también por el modo en que estas se presentan, propone siempre un discurso expositivo muy didáctico y ameno. Encuentran en él cabida todo tipo de objetos y fuentes relacionadas con las artes escénicas, pero como pintor he de subrayar que su colección de óleos se revela tan notable o más que la de algunos museos que se limitan a pinacoteca. Y ello demuestra el buen juicio de sus técnicos de adquisiciones. Igual que la excepcional puesta en escena ha de atribuirse a la meticulosidad derrochada por un equipo muy compenetrado y apasionado de su labor. Resulta evidente que todos aquellos que lo componen ‒su directora, Beatriz Patiño, Esmeralda Serrano, José Manuel Montero, José Enrique López, Elvira Garrido, Mª Teresa del Pozo y todos y cada uno de los demás compañeros‒ desempeñan sus tareas no por obligación, sino por autentica vocación de servicio hacia el teatro y hacia una comunidad a la que intentan inculcar ese mismo amor por los escenarios.


‒No es la primera obra ejecutada por usted que pasa a formar parte de la colección del Museo Nacional del Teatro…
En efecto tres obras mías pertenecen a los fondos del Museo: mi retrato de juventud de Buero Vallejo, uno de mis retratos de Lope de Vega y, ahora, este retrato de Lorca.

‒Se diría que una cierta afinidad le vincula a Almagro. ¿Algún motivo especial por el que su obra parezca tener una presencia mayor en este museo?
En realidad eso debería preguntárselo más bien a ellos, que siempre han acogido con tanto entusiasmo mis obras. Mis cuadros forman parte de las colecciones estables de bastantes museos nacionales y provinciales ‒e incluso alguno extranjero‒, pero es cierto que al Museo Nacional del Teatro me une un especial afecto y respeto, y quizá también por eso mi presencia allí es más contundente. Admiro su trabajo como especialistas y como divulgadores. No es fácil encontrar excelentes profesionales hoy en día, y ellos lo son en modo particular. Valoro muchísimo la escrupulosidad en el trabajo y la formación y juicio que han demostrado. Sus ganas de crecer y proponer actividades que mantengan el Museo vivo y cercano al público. Su pasión en el trabajo, que tampoco es fácil de encontrar. A menudo uno topa con personas que ocupan cargos de responsabilidad y que prefieren involucrarse lo menos posible, a las que en definitiva parece que no les gusta demasiado su profesión, o el trabajo en general. Quiero creer que ello forma parte de la resaca de un infausto periodo que espero comencemos a dejar atrás. La cuestión es que el equipo del Museo Nacional del Teatro representa todo lo contrario, es dinámico, comprometido y muy competente, y yo estoy feliz de que mis cuadros permanezcan entre expertos que los valoran y saben sacarles el mayor partido.

‒¿Por qué precisamente Lorca?
Llevaba tiempo deseando abordar este retrato. Siempre me ha llamado la atención que, tratándose de una figura esencial para las letras españolas, apenas se le haya pintado. Por cuanto sé, sólo existen tres cuadros al óleo suyos. Uno es el pequeño retrato que le hizo el pintor Manchego Gregorio Prieto (Valdepeñas, 1897 - 1992), en el que se representa a un Lorca joven. Es una obra de una sencillez extrema y muy desenfadada, ejecutada en forma de boceto, en el que el poeta aparece con una corbata de rayas blancas y negras sobre camisa blanca. Quizás sea la representación plástica más difundida de Lorca. Luego está el retrato de mayor tamaño realizado por el pintor canario José Gregorio Toledo (La Palma, 1906 - 1980), fechado en 1932, que le representa vestido con un batín amarillo, sentado delante de un mapa. Por ultimo, el retrato del andaluz José Caballero (Huelva, 1915-1991), en el que el poeta aparece de medio cuerpo y con un libro entre las manos.

Naturalmente hay caricaturas, carboncillos e ilustraciones ‒a veces incluso de dudoso gusto‒, pero no obra de envergadura mayor. Si exceptuamos, claro está, los trabajos del pintor extremeño Eduardo Naranjo para su serie sobre Poeta en Nueva York. Y ello me desconcierta aún más habida cuenta del círculo intelectual y artístico en el que se movió Lorca desde muy joven. Más si consideramos su estrecha amistad con Dalí. Siempre me he preguntado si las circunstancias de su muerte no serían responsables de esa aparente indiferencia hacia él: si quizá a los pintores les diese miedo inmortalizar a una figura tan representativa para el bando represaliado, ejecutado como tantos otros pero todo lo contrario de anónimo, porque ello podría haber levantado sospechas de desafección al régimen. Seguramente no se trataría de una elección rentable en ningún sentido. Somos un país viejo con una historia reciente que lastra demasiado. Aunque han pasado ya décadas desde el fin de la dictadura, y parece que a los pintores crecidos en democracia tampoco les ha asaltado el deseo de rendirle homenaje. Me cuesta entenderlo.

‒Aun a riesgo de parecer indiscreta o incluso improcedente, le confesaré que me ha llamado la atención el modo en el que ha retratado usted a Lorca. Es bien sabido que, como hemos comentado usted y yo en alguna entrevista previa, suele favorecer al modelo en sus obras. Resulta evidente que procura inmortalizar a sus retratados en esplendor: en la plenitud de la vida, como es el caso de Buero Vallejo, o cuanto menos, en los casos de aquellos que llegaron a muy longevos y que la memoria colectiva recuerda a edad avanzada, buscando una cierta lozanía y vigor aun dentro de la senectud. Si le soy sincera, hubiese esperado un retrato de un Lorca juvenil. Más teniendo en cuenta la temprana edad a la que murió. Su caso resulta paradójico y, sabiendo lo analítico que es usted, no creo que sea fortuito.
Me alegra que se haya percatado. En efecto el material fotográfico de juventud, a menudo junto a otros compañeros de la Residencia de Estudiantes, es abundante. Y sin embargo desde el comienzo yo buscaba algo distinto. Los jóvenes, por principio y en cada generación, quieren ser originales e innovadores a toda costa. Pretenden desmarcarse de sus mayores, con los que no suelen estar de acuerdo, y esto normalmente se traduce en actitudes desafiantes hacia las normas establecidas o comportamientos provocadores. Lo que se refleja incluso, o sobre todo, en el lenguaje corporal. Los jóvenes son bastante exhibicionistas e intentan parecer superficiales incluso cuando esto no es cierto. Les encanta escandalizar o al menos intentarlo. Yo no quería a un Lorca adolescente haciendo extravagancias, aunque eso es lo que normalmente capturarán las fotos entre amigos a una determinada edad. Sobre todo porque cuanto he dicho anteriormente se exacerba en el marco del grupo constituido por coetáneos.

Además, paradójicamente si quiere, no deseaba retratar a un Lorca de tintes folclóricos. Yo quería retratar a un Lorca ya maduro y responsable, plenamente consciente de su objetivo y comprometido con un proyecto: llevar la literatura al pueblo mediante el teatro.

‒El físico que encontramos en su retrato no corresponde exactamente a sus últimas fotos. Circula una por Internet en bata y visiblemente desmejorado. En su obra aparece más favorecido, pero sin embargo no creo que haya captado usted al personaje en un momento muy anterior.
En efecto me he basado esencialmente en material correspondiente a la última fase de su vida. Sin embargo he preferido rehuir el deterioro físico al que alude. Quería un retrato sobrio y elegante, una composición clásica.

‒A juzgar por el asombro y la fascinación que se palpaba entre el público asistente al acto, en el que yo también tuve oportunidad de estar presente, y por los elogios que ha cosechado, diría que lo ha conseguido. Lo ha retratado usted de traje y, claramente, posando. Curiosamente, igual que se valora la espontaneidad en la expresión corporal de otros personajes, que no se advierta que el modelo posa, casi como si se le hubiese pillado desprevenido en su cotidianidad, he de decir que esta actitud plenamente consciente frente a la cámara o al pintor parece especialmente acorde con Lorca, que se adivina esencialmente coqueto.
Sí, efectivamente en todas sus fotos, independientemente de las circunstancias, parecía especialmente preocupado por su aspecto. Y esto es algo que yo también he procurado tener en cuenta

‒Si me lo permite, hay otra cosa que llama la atención cuando uno contempla por primera vez esta obra: la figura es elegante, no cabe duda; pero se advierte en ella una suerte de tristeza contenida, de melancolía profunda. Casi como si… el personaje ya presagiase su sino.
Las dificultades y las tragedias seguramente se reflejan en la fisonomía de quien las sufre. Además yo gozo de la perspectiva que me ofrece el ser un pintor actual. Como retratista, uno no puede evitar la influencia que ejerce sobre el resultado final de la obra el hecho de conocer la trayectoria vital del retratado y el desenlace de su existencia, sobre todo si este es trágico. Creo que cuando la historia de un modelo nos conmueve, ese estado de ánimo del propio pintor también deja rastro en la obra. Y me parece que eso es positivo, porque constituye una prueba del compromiso del artista.

‒Su retrato de Lorca ha sido colgado junto al de Valle-Inclán, que el Museo Nacional del Teatro expone en una de sus salas. ¿Cómo se siente uno sabiendo que su obra comparte pared con la de Anselmo Miguel Nieto?
Son palabras mayores. Personalmente lo considero uno de esos pintores españoles del siglo XIX y primera mitad del XX insuficientemente valorados y que han quedado prácticamente en el ostracismo. Estimo que Anselmo Miguel Nieto está a la altura de autores como el gallego Fernando Álvarez Sotomayor, el valenciano Joaquín Sorolla, o el catalán Ramón Casas, por poner ejemplos bien conocidos.

Sin duda Miguel Nieto fue uno de los mejores retratistas del siglo XX. Su obra muestra una gran calidad compositiva y revela una técnica depurada, amén de una personalidad arrolladora. Además dedicó una parte importante de su producción al desnudo, logrando una delicadeza y sutileza asombrosas. Una gran parte de sus cuadros, al margen de los encargos y retratos de personalidades, se centraron en la figura femenina, y en ellos logró una belleza y elegancia extremas. Amigo y coetáneo de Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874 - 1930), no demostró menos cualidades que este a la hora de retratar a la mujer. Quizá Romero de Torres se convirtió en el pintor de lo femenino porque supo crear prototipos más vendibles y plasmó modelos que coincidían con la imagen que de lo español se tiene fuera de España. Por otro lado Córdoba era más internacional que el Valladolid natal de Anselmo Miguel Nieto, aunque eso no supuso un obstáculo para que el vallisoletano realizase retratos en Latinoamérica, como el de Juan Antonio Ríos, presidente de Chile, o el de Victoria Ocampo. En el Congreso se conserva, además, su imponente retrato de Julián Besteiro.

Siempre he sentido una gran admiración hacia la obra y la técnica de Anselmo Miguel Nieto, probablemente se note. Para mí supone un privilegio y una verdadera motivación el compartir sala con él. Más aún habida cuenta de que mi retrato de Lorca estará colgado al lado de uno de sus retratos más famosos, el de Valle-Inclán, que ha llegado a convertirse en una figura icónica, en la imagen del escritor que todos conservamos en la memoria.

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