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"De Burgos. El reformista ilustrado" de Juan Gay Armenteros

Por Alfredo Crespo Alcázar
martes 18 de noviembre de 2014, 13:25h
'De Burgos. El reformista ilustrado' de Juan Gay Armenteros
Gota a Gota prosigue su objetivo de acercarnos a aquellas figuras relevantes del pensamiento político español, cuyas tesis del pasado conservan vigencia en la actualidad e incluso, algunas de ellas, bien podrían servir como receta para afrontar los problemas de diverso calado por los que atraviesa nuestro país.

El turno esta vez es para Javier De Burgos quien sigue de este modo la estela de los trabajos previamente publicados sobre Cánovas del Castillo, Antonio Maura, José Canalejas y Francisco Silvela. El encargado de la elaboración del libro, el profesor Juan Gay Armenteros (Catedrático de Historia en la Universidad de Granada).

El resultado final es sobresaliente, tanto por el contenido, como por la brillantez narrativa. En efecto, combinar simultáneamente obra y vida de Javier de Burgos, con el complejo escenario nacional que le tocó vivir, es una tarea compleja, a la que el autor da una respuesta excelente.

Para ello, emplea una estructura en capítulos siguiendo un escrupuloso orden cronológico que cuenta, a su vez, con una introducción (nos acerca al personaje y nos familiariza con el objeto de estudio) y con un apartado de conclusiones donde aparecen detalladas las principales tesis expuestas en las páginas precedentes.

Destaca, asimismo, la minuciosidad con que el Doctor Gay describe y analiza las estancias de De Burgos en Madrid, Granada o Francia, lo que obedece a un trabajo previo, y probablemente prolongado en el tiempo, de bucear en hemerotecas y archivos. La bibliografía utilizada da cuenta de su rigor científico.

Con todo ello, una vez concluida la lectura de la obra, el lector no sólo conocerá qué ideas políticas y económicas defendió el biografiado, sino que también habrá accedido a una explicación crítica del contexto que le tocó vivir.

En efecto, esta una idea que Gay Armenteros reitera a lo largo del libro: De Burgos se opuso rotundamente a la Monarquía Absoluta y a sus excesos. Frente ello, propugnó la modernización (política y administrativa) de España, puesto que creía que ello era fundamental para su progreso como nación.

Para llevar a la práctica tales ideas, De Burgos fue “personal y políticamente incorrecto” puesto que se integró en el sector de los afrancesados (considerados como traidores) y fue un duro opositor de los liberales y del constitucionalismo gaditano. Esta forma de actuar procedía tanto de su rechazo del rupturismo que implicaban los liberales como de su defensa personal del continuismo, expresada en tres puntos: la monarquía como forma de gobierno, sin dependencia de ninguna dinastía concreta; el reformismo frente a la revolución; y, en definitiva, la creencia de que José Bonaparte garantizaba las reformas que España necesitaba.

Sin embargo, los anhelos de Javier De Burgos toparon con los intereses reales de Napoleón, para quien España era sólo una pieza más de cara a sus “planes globales”: “los triunfos josefinos se vieron entorpecidos por la intromisión de Napoleón, que en marzo de 1810 decretó nada más y nada menos la práctica anexión a Francia de todos los territorios españoles comprendidos entre el Ebro y los Pirineos, un ejemplo más de cómo los intereses bélicos primaban sobre cualquier otra consideración para el emperador” (pág. 40).

Obviamente, con unas ideas de este perfil, la victoria liberal supuso para De Burgos el primero de sus exilios en Francia. El perdón de Fernando VII, debido al trabajo realizado para desbloquear créditos para la hacienda española, le permitió retornar a España y empezar a poner en marcha su ideario, con un éxito más bien parcial, centrado en que “la buena administración está por encima de los regímenes políticos”.

Asimismo, pese a que mantuvo desavenencias con los liberales durante toda su vida, pidió que fueran amnistiados por el monarca, consciente de que representaban un potencial relevante para el progreso del país. Esto no significó ni que se acercara a sus posiciones ni que las dialécticas con algunos de ellos, como Martínez de la Rosa, cesaran. Por el contrario, el choque se mantuvo a lo largo de toda su vida. Puede afirmarse, por tanto, que tuvo enemigos antagónicos entre sí como los aludidos liberales y el carlismo.

Como tecnócrata (Ministro de Fomento) introdujo la división provincial, lo que se tradujo en un choque con las oligarquías militares a quienes las provincias restaban fuerza. Por tanto, su protagonismo real en la vida política puede entenderse de dos formas igualmente válidas: bien no fue tan grande como hubiera querido, bien sufrió notables altibajos (de ahí sus habituales exilios interiores y exteriores).

Con todo ello, fue al final de su vida, tras la caída de Espartero y la victoria de Narváez, cuando se produjo su vuelta a Madrid, disfrutando de máximo protagonismo en política desarrollada durante el gobierno de Narváez. Sin producirse un viraje en sus tesis, sí que reconoció que el peligro ya no radicaba en la monarquía absoluta sino en las ideas liberales radicales.

En definitiva, estamos ante una figura cuyo espíritu modernizador de las estructuras de poder en España no siempre fue bien comprendido por sus contemporáneos, particularmente por las oligarquías, las cuales rechazaban una de las máximas de De Burgos: la obligatoria igualdad entre los españoles.

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