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"Un Fernandes entre banderas. Cuando ser catalán y español es una apuesta posible" de Ricardo Fernández Aguilá

Por Alfredo Crespo Alcázar
viernes 05 de diciembre de 2014, 08:53h
'Un Fernandes entre banderas. Cuando ser catalán y español es una apuesta posible' de Ricardo Fernández Aguilá
La radical deriva independentista, camuflada con diferentes subterfugios léxicos (soberanismo, derecho a decidir, estructuras de Estado…) que viene protagonizando el nacionalismo catalán, requiere de una explicación sosegada y una propuesta de acción que evite posturas maximalistas. Ambos objetivos los consigue Ricardo Fernández Aguilá con esta obra en la que rigor y sentido común se dan la mano.
Asimismo, a estos atributos, desde un punto de vista formal, cabe añadir una técnica narrativa dinámica, solvente y de calidad. Igualmente, es obligatorio subrayar la pulcritud en la estructura y el adecuado orden, donde las pautas cronológicas facilitan la lectura.

Centrándonos en el contenido, en la actualidad reflexionar sobre lo que acontece en Cataluña lleva consigo el riesgo de caer en el terreno de la condescendencia o, lo que es peor, en el de la equidistancia. Esto no le ocurre al autor, a quien no le duelen prendas a la hora de indicar, por ejemplo, que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut ha sido un factor que ha estimulado la causa del independentismo.

Tras ello, da un segundo y más complejo paso: el que tiene que ver con su apuesta radical por la convivencia y por el diálogo. En efecto, como indica José Antonio Zarzalejos, prologuista de Un Fernandez entre banderas, Fernández Aguilá es capaz de aunar la doble sensibilidad de ser catalán y español, y querer que esta suerte de identidad múltiple se prolongue en el tiempo. No se trata de un alegato jurídico sino sentimental.

Por tanto, el autor integraría esa “tercera España” pocas veces escuchada y siempre derrotada cuando la lucha de contrarios ha monopolizado el paisaje político. De hecho, el propio Ricardo Fernández Aguilá lanza una amarga queja: quienes piensan como él, casi nunca son noticia. Además, “hoy las palabras están más a favor del enfrentamiento que del entendimiento” (pág. 67).

Por tanto, para referirnos a Fernández Aguilá, suscribimos íntegramente la definición que de él ofrece Zarzalejos: “no hiere, pero está lejos de ser un analista inocuo, voluntarioso o ingenuamente bien pensante” (pág. 15). Se trata de una afirmación que se observa a lo largo de las casi 200 páginas de que consta el libro. Así, por ejemplo, no se anda con medias tintas y llama a las cosas por su nombre: el derecho a decidir es sinónimo de derecho de autodeterminación, pese a que el nacionalismo catalán ha procurado envolver tal concepto con un superávit de democracia. No obstante, reconoce que la complejidad del problema Cataluña-España exige algo más que una solución política.

Para hacernos llegar su mensaje, Fernández Aguilá, que se vio “obligado” a ampliar el contenido inicial aumentando su número de páginas, divide la obra en dos partes. La primera va desde septiembre de 2012 hasta agosto de 2013. La fecha inicial no es baladí ni tomada al azar sino que representa la primera gran Diada a la que, según el oficialismo, asistieron “todos los catalanes”. A partir de ese momento, Artur Mas comenzó a hablar en nombre de Cataluña la cual demandaba un Estado propio.

Con tal manera de argumentar, el President dejaba fuera a un buen número de catalanes, lo que lleva a Fernández Aguilá a preguntarse: “¿Qué se había hecho de los que nunca habían dicho que quisieran un Estado independiente para Cataluña? ¿De los que no se habían cansado de España, o al menos no mucho? ¿De los que sentían afecto por mucha gente más allá de casa nostra?” (pág. 30).

Se trata de interrogantes fundamentales que demandan respuestas, de ahí que el recurso a explicar la historia inmediata sea una constante a lo largo de la obra. Así, desde finales de los años 80, en Cataluña el nombre de España fue desapareciendo “sin anuncios ni justificaciones”. En su lugar se recurrió a la expresión “Estado español” o, a veces, “sólo Estado”.

Este fenómeno, sorprendentemente (o quizás, paradójicamente) se produjo en un momento en que Cataluña se consolidaba “como comunidad política y cultural”, manteniendo buenas relaciones con el resto de España.

A pesar de ello, en Cataluña se fueron construyendo estructuras de Estado, al mismo tiempo que se omitió todo lo que acontecía en el resto de España, nombre sólo empleado para acusarla de robar o agraviar a Cataluña.

Interesante es el rol que han jugado los medios de comunicación públicos en la comunidad autónoma natal del autor a la hora de generar una suerte de enemigo externo y de cooperar con el establishment político nacionalista, enfatizando el futuro idílico que traerá la independencia. Esto a Ricardo Fernández le provoca “mala espina” pues detecta un abuso del utopismo para convencer a los indecisos: “finanzas públicas saneadas, empresas exportando a toda pastilla, empleos incesantes, pensiones aseguradas, escuela y sanidad de alta calidad, y para los futboleros, ni la menor duda de que la Liga de Fútbol de España rogaría al F.C Barcelona que no se fuera, que se quedara a jugar con ellos, y aquí no ha pasado nada. Todo en el marco incomparable de la Unión Europea, que no soportaría prescindir de Cataluña” (pág. 65).

Finalmente, en la segunda parte de la obra, es interesante el buceo altruista pero apasionado que hace por diferentes partes de España. Una suerte de trabajo en terreno, a fin de comprobar qué imagen de Cataluña predomina: ¿se corresponde con la que venden los medios y políticos nacionalistas? Ahí es donde encuentra Ricardo Fernández razones para el optimismo: “Volví con un vacío que me pareció lleno de futuro” (pág. 127). Dicho con otras palabras: existen también muchos Fernandes fuera de Cataluña.

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