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Ediciones Cardeñoso publica "A este lado del Evila" de Pedro Tenorio, el poemario ganador del VI certamen nacional de poesía (Poeta Juan Calderón Matador 2014)

Por José Antonio Olmedo López-Amor
lunes 08 de diciembre de 2014, 08:22h
Ediciones Cardeñoso publica 'A este lado del Evila' de Pedro Tenorio, el poemario ganador del VI certamen nacional de poesía (Poeta Juan Calderón Matador 2014)
Pedro Tenorio Matanzo (Talavera de la Reina, Madrid, 1953) es un poeta cuya carrera literaria ha macerado durante un largo silencio editorial. Quizá esa condición, ha permitido que su poética madure lejos de las críticas y el ruidoso mundo literario, hasta alcanzar ese punto de encuentro entre el alma que inventa y transita mundos irreales, y el cuerpo, que arrastra su mortandad en un escenario convulso, no elegido.
Pedro Tenorio
Pedro Tenorio
Matanzo, que desde el año 1979 ha dedicado todo su esfuerzo a la docencia, ha escrito artículos literarios en revistas especializadas, como también ha elaborado libros didácticos sobre literatura. Pero fue en el año 1983, cuando por su poemario Muertos para una exposición, obtuvo el accésit del prestigioso premio internacional de poesía Rafael Morales. A este lado del Evila fue escrito el mismo año, pero han tenido que transcurrir tres décadas para que lo veamos convertido en un libro, gracias al jurado del premio Poeta Juan Calderón Matador. Entre 1983 y 2014, Matanzo escribió otro poemario, La luz se calla (Ediciones La Discreta, 2013) y además ha obtenido numerosos premios y reconocimientos merced a su buena labor artística, estos son algunos de ellos:

IV Certamen de Poesía “Paco Gandía”, de la Asociación Itimad. San Juan de Aznalfarache 2009

1ª Mención de Honor del Premio de Poesía “Juan Calderón Matador”, de la Asociación Tirarse al Folio. Madrid 2009

IX Premio de Poesía Ateneo Riojano 2009

IV Certamen Literario, modalidad Poesía, de la Asociación “Apoloybaco” Sevilla 2009

VII Premio de Poesía Gil de Biedma. Nava de la Asunción 2009

XXII Premio de poesía “Hilario Ángel Calero” Pozoblanco. Córdoba 2009

1er Finalista Premio Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sevilla 2011

Seleccionado I Certamen de Haikús de la Fundación “Fernando Quiñones”. Cádiz 2011
A lo que hay que añadir la obtención del 1º premio Juan Calderón Matador 2014, que recogió el pasado 19 de septiembre. Una trayectoria que, sin duda, consagra a este poeta madrileño y vaticina próximos poemarios de altura.

A este lado del Evila comienza con la cita bíblica: “Salía del Edén un río que regaba el Jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón, y es el que rodea toda la tierra de Evila” Génesis. 2. 10. 11. El primero de los cuatro bloques en que se divide el libro lleva por título “Las espadas de fuego angelicales”. Lo cual nos sitúa en un tiempo antiguo y en un lugar sagrado. A tenor del enclave suscitado, la narración discurre con un lirismo en comunión con lo divino, un hablante lírico masculino dirige su discurso a su amada. Ambos pueden ser Adán y Eva, sus hijos, o unos amantes cualesquiera, seres -en definitiva- que anhelan ser alados; lo cierto es que a lo largo del poemario, los poemas narran la cronología de un pecado original que describe un viaje como destierro y culmina con la muerte por ahogamiento de su protagonista.

Tanto la Tierra de Evila, Havila, o Arabia, como el río Pisón, son dos de los enclaves bíblicos más misteriosos de las Escrituras, ya que su ubicación es desconocida. Presuponen su existencia y coordenadas por las descripciones del Génesis, pero en realidad, los accidentes de la tierra y arquitectura del terreno donde hipotéticamente son señalados no coinciden en ningún caso con el presente. Por lo que -como comprobaremos más adelante- Evila es un pretexto para escenificar un amor tan tormentoso como interrumpido; es un punto de origen que simboliza la cuenta atrás de un amor maldito y en fuga, tragedia que quizá tenga tintes biográficos y busque su analogía en los textos bíblicos. Pedro Tenorio significa la palabra Evila con varias acepciones: lugar físico, nombre de mujer o amor sin nombre.

El primer poema lleva por título “Imagen al borde de la luz”, en él, el poeta sugiere el origen, la hamartía sufrida por el protagonista que después desencadenará el metabolé de la historia, una historia continuada en los poemas que, como capítulos, irán arrojando luz sobre el misterio. Y en este mismo poema, el autor nos presenta su modus operandi métricamente hablando; un cuidado axis homeopolar en verso blanco, sólo quebrantado por la breve aparición de versos tetrasílabos (posibles versos partidos) y algunas asonancias, patrón que se repetirá durante toda la obra.

La narración del héroe protagonista podría ser considerada una hipotiposis sobre el cuadro The Fall of Adam and Eve (1625) de Domenichino. Durante todo el poemario, los poemas comienzan y terminan en la misma página, y las cotas de lirismo que alcanza son, en buena medida, propiciadas por esos tijeretazos a la gramática -tan típicos de los poetas-, como por la riqueza del lenguaje utilizado.

“No debieron / animar nuestros huesos. / No mostrarnos los esquivos racimos / que ya no gustaremos (está escrito)”; clama el segundo poema, titulado “Del destierro”, un pensamiento análogo al que pronuncia el protagonista de El Paraíso perdido (John Milton, 1667) cuando dice: “¿Acaso te pedí, oh Hacedor, que me alzaras de las sombras?” Un mismo razonamiento lógico en calidad de lamento o reproche que dilucida un existencialismo provocado por la imposibilidad.

En el poema titulado “El signo de tu vientre”, aparece la palabra “signo” por primera vez en un título de poema, y este hecho se repetirá hasta cuatro veces a lo largo del libro: “Los signos del diluvio” “Un signo de pudor grabado a fuego” y “El signo de la duda”. Y es que la semiótica juega un papel muy importante en la poética de Matanzo: “espadas inflamadas” “los viejos instrumentos”, el poeta se vale de un mundo figurativo de imágenes para reproducir la litúrgica agonía que vivieron los enamorados en la primera diáspora de la historia.

“No serás más que amor y sueño desvelado / a quien no reconocen nuestros dioses, / huidos del paisaje / por más que te desnudes”. Proscritos en su huida vergonzosa, los amantes tratan de aceptar su nueva condición, se aferran a un recuerdo dorado que no hace más que atormentarlos. “Cubrimos nuestras pieles / porque somos efebos de los dioses / y anhelamos su beso estimulante, / fieles a la vergüenza, resignados al miedo. // Somos extraños siempre en nuestro cuerpo”. Sufriendo la escisión de la inmortalidad, doliendo la pérdida del paraíso, el deseo todavía espejea en la carne dolorida.

En el poema que lleva por título “Cuerpos nombrados como recompensa”, el hablante lírico demuestra ser consciente de que otra vida les espera, una vida quebrada por la vejez y la muerte, una vida desprovista de la belleza original que será cuna y patria de sus descendientes: “Pero otra tierra fértil / nos espera como una recompensa / -más húmeda que blanca- / de lápidas quebradas, / rosas marchitas y ángeles de mármol”.

“Los ángeles definitivos” es el último bloque. Seis poemas de cariz elegíaco lo conforman. “Los mensajeros del agua” “Huellas alargadas y ecos” “Muerte de las manzanas”, todos los poemas dibujan una dolorosa despedida. La amada se disuelve en una niebla, se transforma en sombra alada, en perfume errante y condenado; mientras su enamorado busca refugio en los destierros sucesivos de las olas, y delega su próximo discurso a la blanca espuma de las mismas. Ambos sucumben en una muerte única, anunciada, un final que es el principio de las consecuencias de sus actos; la culminación de un amor que nació divino y murió mundano convirtiéndolos en leyenda.

A pesar de haber sido escrito hace más de treinta años, el mensaje de A este lado del Evila, sigue vigente e intacto porque narra la historia atemporal de la pérdida de la inocencia, de nuestra inocencia. Así, la mortandad como condena a la entrega de las tentaciones carnívoras, tinta el angustioso discurso del ser enamorado con la efímera poesía de un viviente, que expira su vida y sus pasiones flagelado por el tiempo. Un tiempo que aquí se detiene y se estira, como en una acrílica alegoría enmarcada y colgada en las paredes de un museo.

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