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"Los crímenes del monograma" de Sophie Hannah

Por Víctor González
jueves 11 de diciembre de 2014, 09:01h
'Los crímenes del monograma' de Sophie Hannah
Vuelve Poirot, vuelve la materia gris que a tantos arropó en su infancia. No, no es que Agatha Christie haya resurgido de sus cenizas cual ave Fénix; es Sophie Hannah, ilustre novelista, quien toma las riendas de este detective para ofrecernos otra cuidada e intrigante historia en el Londres de 1929.
Muchas veces nos centramos en lo escrito, en el contenido, sin fijarnos en lo que lo envuelve, sin acordarnos de aquel mens sana in corpore sano. Y digo esto por el excelente envoltorio que presenta esta obra, una portada de un material aterciopelado que endulza nuestros dedos mientras nuestra cabeza sigue cuestionándose los misterios del caso. Y todo ello merece una mención especial.

Decía Christie que "la mejor receta para la novela policíaca es que el detective no debe saber nunca más que el lector". Y por ello podemos decir que Sophie Hannah ha triunfado en esta aventura, que tenía más de suicidio que de logro. Porque siempre saldrán los reticentes a volver a abrir el tarro de las esencias 'poiritianas', porque tenía críticas negativas aseguradas, porque era una empresa de locos seguir dando cuerda a Hércules Poirot.

Volvemos a verlo en escena, desde los ojos de Edward Catchpool, y esto será muy importante porque siempre iremos de la mano de esa ignorancia del detective de Scotland Yard, siempre una marcha menos que el belga. Poco podemos contar que el lector de esta reseña no conozca de Hércules Poirot, así que lo más adecuado en este caso sería qué va a encontrar como novedad el lector en esta obra.

Veremos que Sophie Hannah inyecta en Poirot una intensidad especial en su constante lucha dialógica entre método e intuición, lo que puede recordar en cierta medida a la labor y obra de alguien cercano a nosotros como Benito Feijoo, con esa experiencia tan fundamental, ese error aceptado. También remarcar esa dualidad tan necesaria y curiosa que tiene el detective entre la esperanza y la ciencia como elementos capaces de ir de la mano, de congeniar, de empujar una a la otra en la investigación. Su método es único, lo tiene todo bajo control, aún cuando nadie sabe por dónde irá el sendero inhóspito del caso, Poirot ya tiene las señas a seguir en su mente. Poirot es un especialista en escarbar el fondo de las conversaciones, pero aún lo es más sabiendo descifrar los silencios, descodificando esta falta de palabras es como él resuelve sus casos: "Callar es una forma de mentir, una forma muy eficaz, porque no deja establecida ninguna falsedad que se pueda contradecir".

Estos diálogos entre detectives, entre maestro y aprendiz, entre Poirot y Catchpool son lo que hace grande esta obra. Diálogos entre la superioridad consciente y la sempiterna duda inconsciente, recordando a una obra maestra como La carta robada de Edgar Allan Poe. Poirot, a diferencia quizás de las obras de Christie, gana en este caso gran poderío psicológico. Descubrimos un Poirot con obsesiones, con sentimientos muy escondidos pero que Catchpool, el detective que anda tan perdido en la investigación, observa y comprende a la perfección. Hay un niño incomprendido debajo de esa perfección obsesiva, de ese tan acicalado bigote, de esa impecable vestimenta.

No podemos terminar sin recalcar los directos y certeros dardos que lanza la autora al Londres de la época, imitando tan bien a la creadora. Imitando, o no. Porque sí vemos los rasgos de esta autora como hemos comentado, porque también se deja llevar por las líneas que configuran la vida del detective belga. Porque, al fin y al cabo, hace la historia suya.

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