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"Europa, un salto a lo desconocido" de Victoria Martín de la Torre. Un viaje en el tiempo para conocer a los fundadores de la Unión Europea

Un viaje en el tiempo para conocer a los fundadores de la Unión Europea

Por Alfredo Crespo Alcázar
jueves 02 de julio de 2015, 21:58h
'Europa, un salto a lo desconocido' de Victoria Martín de la Torre. Un viaje en el tiempo para conocer a los fundadores de la Unión Europea

El mes de junio ha sido prolijo en la celebración de jornadas, seminarios y congresos en los cuales se ha conmemorado el 30 aniversario de la firma de la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea (CEE).

Tres décadas, a lo largo de las cuales, la fisonomía de nuestro país y de la UE han variado notablemente para mejor. Aún con ello, sí que es cierto que parte de la eurofilia vivida durante los años 80 se ha perdido, particularmente entre los españoles más jóvenes. Las razones de ello son diversas: desde un cierto acomodamiento que tiende a percibir el proyecto europeo como algo inamovible, hasta una percepción del mismo excesivamente técnica, burocrática tal vez, que ahuyenta a todo aquél que quiera estudiarlo y comprenderlo en profundidad.

Por ello, no sobran las palabras de Javier Solana en el prólogo de la obra, pues se trata de un recordatorio necesario, casi obligatorio: “el espíritu que animó a los primeros europeístas fue el de derribar fronteras y unir a las personas. Acabaron con el falso mito de que el equilibrio de poder es la base de la estabilidad. Europa ha sido capaz de crear una comunidad de Derecho, una comunidad dentro de la cual hemos elegido vivir libremente, conocernos y construir juntos un futuro mejor” (pág. 9).

En este punto es donde radica el primer acierto del libro y de la autora. En efecto, Victoria Martín nos acerca la génesis de la Unión Europea a través de los perfiles biográficos de sus progenitores, esto es, de sus Padres Fundadores, escarapela que otorga a Robert Schuman, Jean Monnet, Alcide de Gásperi, Konrad Adenauer y Paul Henri Spaak, si bien como ella misma reconoce, existen un buen número de nombres propios con derecho a exigir esa paternidad.

El estilo dinámico y una coherente estructura en capítulos facilita la lectura. Además, una ardua labor de documentación en bibliotecas y archivos, ofrece al lector bibliografía suficiente si quiere profundizar en algunas de las partes analizadas. Por ello, debe ensalzarse que Martín de la Torre sintetiza con criterio, no esquematiza a grandes rasgos.

En íntima relación con la idea anterior, la autora traza las vivencias personales de “sus” protagonistas, relacionándolas con el contexto político que vivieron. Este último no se circunscribe únicamente a los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, sino que se retrotrae aún más en el tiempo. En efecto, todos ellos fueron testigos de la Primera Guerra Mundial y de los errores que se produjeron en el Tratado de Versalles (en particular, el revanchismo hacia Alemania, que Jean Monnet denunció en numerosas ocasiones).

En este sentido, encontraremos abundantes nombres de políticos, acuerdos y fechas que resultan determinantes para entender que los sucesos acaecidos entre 1918-1945 suponen el germen y el aval del deseo de unidad europea de los cinco protagonistas.

Asimismo, como advertirá el lector, la unidad europea no resultó tarea fácil. Existía un deseo común: evitar una nueva guerra intra-europea, pero a partir de ahí, los proyectos y las ideas divergían. También había un reconocimiento expreso del fracaso de la Sociedad de Naciones, lo que llevó Salvador de Madariaga a expresar que “Europa no había tomado conciencia de sí misma”.

Por ello, la inicial creación de la CECA fue el resultado de complejas negociaciones (que Victoria Martin de la Torre refleja) y de la síntesis de personalidades muy distintas. Además, figuras influyentes como Winston Churchill, aunque avalaron la unidad europea (combinando pragmatismo, temor al comunismo y unas dosis de idealismo) apostaron porque su país quedara fuera, lo que en cierta forma, resultaba paradójico, pese al liderazgo ejercido por el tory en el Congreso de La Haya. Igualmente, aunque los Padres Fundadores fueron conscientes de que el nacionalismo había sido el responsable de las dos guerras mundiales, tal ideología seguía presente, principalmente en la clase política, tras 1945.

Alcide De Gasperi se lamentaba de que así fuera: “el futuro no se construye con el derecho a la fuerza, ni con el espíritu de conquista, sino con la paciencia del método democrático, con el espíritu constructivo del trabajo común, del respeto a la libertad” (pág. 190). De ahí, añade, la importancia de construir una mentalidad europea: “las instituciones supranacionales no bastarán por sí mismas y pueden incluso convertirse en un mero lugar en el que compitan intereses particulares si las personas no sienten que tienen que honrar el mandato de promover unos intereses europeos más elevados” (pág. 190-191).

Para sacar adelante sus eurófilos planes, los Padres Fundadores sufrieron los reproches de sus compatriotas, acusados de ceder ante los rivales. Sin embargo, la realidad era bien distinta: el relativismo estuvo ajeno a sus actuaciones, como presente estuvo el deseo de evitar que se repitiera el revanchismo de 1919.

Ahí, por ejemplo, jugó un rol fundamental el binomio Schuman/Monnet puesto que las ideas del General Charles de Gaulle iban en una dirección opuesta. En Alemania, por su parte, Adenauer no logró atraer para su causa al principal partido de la oposición, el SPD, más preocupado por la unidad alemana, a la que el canciller democristiano no renunciaba, que por la europea.

En definitiva, Victoria Martín es una europeísta convencida pero no una proselitista del proyecto europeo que le lleve a defenderlo renunciando a la crítica. Como refleja en la obra, algunos interrogantes de ayer (la defensa europea o la relación con el Reino Unido) persisten en la actualidad. Por ello, debemos confiar en que el espíritu de los Padres Fundadores guíe cualquier negociación al respecto, ya que, aunque en ocasiones se nos transmita lo contrario, el contexto de los años 50 no era más sencillo que el actual.

Adenauer, visionario, lanzó algunas pistas que pueden ayudar en 2015: “creo que la participación de todos los Estados europeos en una organización política permanente, que sea lo más inclusiva posible, debería ser el objetivo último y supremo de nuestros esfuerzos. Pero creo también que esto es compatible con la existencia de ciertas conexiones más estrechas, de círculos más reducidos dentro de la Gran Europa. Habrá algunas Comunidades, imagino, que agruparán de una forma más intensa y compacta a aquellos Estados dispuestos a ceder parte de su soberanía a una Comunidad que formen entre ellos” (pág. 143).


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