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“El sueño de la vida”, de Manuel Juliá

Por Javier Velasco Oliaga
sábado 08 de agosto de 2015, 20:26h
El sueño de la vida
El sueño de la vida
El escritor manchego Manuel Juliá concluye con el poemario “El sueño de la vida”, publicado en Hiperión, su trilogía sobre los sueños. El primer volumen se tituló “El sueño de la muerte” y continuó con “El sueño del amor”. Ha realizado un recorrido por sus sueños más íntimos, centrándose en un primer momento en la muerte, para pasar al amor y terminar con la vida, principio y fin de lo tratado en los anteriores poemarios.
El sueño de la vida” es un poemario dividido en tres partes. La primera se denomina “La arboleda de la vida”, la segunda es “Puerto oscuro” y finaliza con “El sueño del regreso”. El sueño y la vida son los dos grandes temas del poeta nacido en Puertollano y, aunque pueda ser una redundancia, ya que está expresado en el título del libro, se transforma en una evidencia cuando se leen sus sentidos versos.

Manuel Juliá escribe tanto en verso como en prosa. Parte de su carrera la ha desarrollado escribiendo artículos de opinión sobre los más diversos temas, incluyendo el deporte, pero cuando sosiega su alma intrépida, da paso a lo inefable, a los sentimientos y transita los caminos de la poesía como si de un explorador se tratase, buscando, hurgando en ellos de manera precisa.

En esta ocasión nos sorprende con un comienzo distinto, un pequeño relato asoma tímidamente a sus páginas para contarnos unos recuerdos infantiles de su más remoto recuerdo. Un cuento de unos acontecimientos que, posiblemente, marcasen su devenir como persona que busca lo inefable, lo incomprensible en cada uno de los jirones que le ha dado la vida. Esas remembranzas de nuestros primeros recuerdos suelen forjar el alma del poeta, la pluma del escritor y el carácter de la persona.

La poesía de Manuel Juliá no tiene métrica, la poesía de Manuel Juliá no tiene ningún corsé; tiene el sentimiento de la naturaleza porque el poeta canta a los fenómenos de la naturaleza, canta a la niebla, canta a la lluvia y canta al sol y no sólo a los fenómenos sino a la vegetación de los campos, a sus recónditas arboledas verdes. Tanto a los espacios cerrados como a los espacios libres, destacando sus vigorosos colores que conforman el paisaje de esos cuadros que tanto le gustan pintar y sentir. Porque el poeta siente lo que ve por sus ojos y describe. Describe ese lado oculto de la naturaleza que la mayoría miramos por encima sin fijarnos, sin ver los detalles de un esplendor menudo y universal.

Su vista también se para en los animales, preferentemente domésticos. Esos animales que conviven con nosotros y son una parte fundamental de nosotros mismos. Animales necesarios contra la soledad, como lo puede ser un buen libro o, mejor aún, un buen poemario que mantenga un diálogo con lo inefable, con la parte oculta de nosotros mismos que sólo se avienta en los momentos de extrema y salutífera introspección.

El olvido duele, dice el poeta en uno de sus pasajes. No hay nada peor que se olviden de tus versos. No hay nada peor que un verso no recitado que no es para nadie. La poesía cumple esa función. Ha de ser leíao en voz alta para que esponje su verso y madure. La poesía de Manuel Juliá no es un sueño de la vida, sino un canto de la vida que ha recorrido los campos de la muerte y del amor. No podría haber terminado mejor su trilogía que con este nuevo volumen donde la madurez y el esplendor se dan la mano en esa sinfonía de la naturaleza que es la vida.

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