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Crítica literaria: “Viejos laureles” de Emilio Marín Ferrer

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Por Javier Velasco Oliaga

Emilio Marín Ferrer
se estrena como novelista con la obra Viejos laureles, un canto épico a los valientes que formaron el Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, durante el Desastre de Annual. Una gesta que no fue reconocida por un país que mira a sus héroes de soslayo y no se muestra orgulloso de un pasado que pocas naciones han tenido. El libro ha sido publicado por la editorial De Librum Tremens.


Leer libros como Viejos laureles pone los pelos de punta a cualquiera que se acerque a leerlo. Desgraciadamente estos temas suelen pasarnos de refilón porque no estamos interesados en conocer nuestro pasado y más cuando se realizan gestas dignas de alabanza, sino al contrario, a los españoles nos gusta regodearnos en nuestros fracasos. Si las tropas británicas, por ejemplo, hubiesen realizado algo parecido, nos habrían inundado de películas y de libros. Sin embargo, nosotros no somos capaces de asumir nuestro pasado, ni para lo bueno, ni para lo malo. Y es una pena.

Emilio Marín ha escrito un libro emotivo, pero a la vez escalofriante. Se ha buscado una buena artimaña para que conozcamos la gesta del Regimiento Alcántara, y para eso se ha valido de un adolescente que, sorprendido por la película La carga de la Brigada Ligera de los conocidos actores Errol Flynn y Olivia de Havilland, película llena de inexactitudes, busca en los recuerdos de su abuelo sobre la Guerra de África algo parecido. Y lo que encuentra es sorprendente.

Pablo, el adolescente protagonista, vive su primer amor juvenil en el año 1962. Ese amor platónico es la excusa para relatar la gesta africana y que suaviza la historia. El abuelo, Pablo Ferrer, fue un superviviente de esa trágica guerra. A preguntas del nieto sobre sus experiencias guerreras, le escribe en primera persona su historia, como si fuese una novela. Una novela con un final sabido, con un final trágico, pero lleno de heroísmo.

El abuelo va relatando cómo llegó a África, cómo se fue preparando. Pero la novela se centra, sobre todo, en los días aciagos del Desastre de Annual, un desastre cantado por todos sus protagonistas, menos los principales, que ajenos a la realidad, vivían en un mundo donde el honor lo era todo, pero también la incompetencia. Algo que después de noventa años sigue igual. Incompetencia de mandos militares, pero sobre todo incompetencia de políticos, la mayoría corruptos, que no supieron ver unos acontecimientos cantados.

El 22 de julio de 1921 fue el desastre, la madrugada sorprendió a unas tropas mal preparadas, mal pertrechadas y con la moral baja. El desorden fue la característica predominante y la desbandada, después de las primeras escaramuzas, fue total. Nadie supo estar a la altura, desde el general Fernández Silvestre al más joven de los trompetas. Salvo el Regimiento Alcántara y los Regulares.

Pablo Ferrer pertenecía a la caballería de ese regimiento. Y el Regimiento Alcántara fue el encargado de cubrir el repliegue, la desbandada, la retirada. Las cargas de caballería que llevaron a cabo salvaron muchísimas vidas, como por ejemplo en el cauce del río Igan, donde se sacrificaron muchas vidas para poder salvar otras muchas y todo ello hecho con valentía, sin cuestionar las órdenes que les conducían a la muerte. Muerte que llegó a casi todos, incluso a su Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera, que murió sacrificado para salvar muchas vidas. Pero no pudo salvar la de sus soldados, que de más de 750 componentes, sólo pudieron salvar la vida unos 125, sin apenas reconocer esos méritos unos políticos corruptos.

Lo que sí les llevó fue a montar comisiones de investigación, conocidas como el Expediente Picasso, donde se quiso depurar responsabilidades, pero aquello apenas llegó a nada, porque esa experiencia no hizo que el ejército se reformase y modernizase como se debía de haber hecho. Ya en tiempos de la República, siendo ministro de la Guerra Azaña, intentó atajar la modernización de un ejército sobredimensionado, pero su poca o nula capacidad para acometer tal empresa tuvo funestas consecuencias. Azaña, político sobrevalorado, nunca supo estar a la altura, no así Indalecio Prieto, que sí intentó llegar al fondo de la cuestión.

Pablo sobrevivió y gracias a eso podemos conocer el día a día de un modesto combatiente. El libro, perfectamente documentado, nos va exponiendo la tragedia paso a paso, sin demagogia, sin rencor. Nos cuenta la escasa preparación de la mayoría de la tropa, la crueldad de los marroquíes con los soldados, incluso con lo muertos, por no decir de los heridos, que los degollaban de las formas más crueles. Esos pasajes ponen la piel de gallina y todo ello contado sin acritud, como realmente fue.

De los más de 24.000 militares que había en África antes de la batalla, sólo sobrevivieron unos 11.000. Aquí los datos fueron muy dispares e incluso los cabileños llegaron a decir que derrotaron a más de 60.000 españoles. Exageraciones que nunca hemos sabido contrarrestar, como en la Leyenda Negra. Emilio Marín sí maneja las fuentes más fiables y lo hace con desapasionamiento, con ganas de que conozcamos la verdad.

Estamos, pues, ante una novela sobre Annual y la guerra en Marruecos totalmente recomendable, fácil de leer, entretenida, estremecedora y profundamente emotiva y sentimental. Quienes la lean tomarán partido rápidamente por esos soldados, carne de cañón, que sacrificaron su vida por una nación que no sabe reconocer a sus héroes. Una lástima.


Críticas literarias



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