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"El jurado número 10" de Reyes Calderón

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
'El jurado número 10' de Reyes Calderón


Con El jurado número 10, Reyes Calderón ganó elIV Premio Abogados de Novela. La obra es una novela negra actual de contenido judicial, muy apegada a la realidad, que nos da a conocer unos procedimientos que a los legos en la materia nos sorprende y nos engancha. La novela ha sido publicada por ediciones Martínez Roca.


¿Alguien confiaría su porvenir judicial a un abogado sin experiencia que pesa más de 130 kilos y se apellida Porcina? ¿Pocos? ¿Nadie? Yo no, desde luego. Prefiero defenderme solo a que Efrén Porcina sea mi abogado. Y, sin embargo, sería un error. Las apariencias engañan. Y en esta ocasión engañan mucho más. Porcina es un abogado de confianza. Una persona honesta, inteligente y trabajadora, que además, sabe reírse de sí mismo. El humor está garantizado y la ironía sobrevuela por toda la novela como en un vuelo sin motor.

Porcina fue despedido de su trabajo el mismo día que su padre murió. Eso le da mucho que pensar. Pero ante esa adversidad reacciona, gracias a Salomé, que sería su socia-secretaria, montando un bufete de abogados, bueno, más bien de abogado, que se dedicará a todo lo que se ponga a tiro menos los casos penales y los divorcios. Incluso a defenderse a sí mismo porque lo problemas surgen donde menos se espera y el problema principal de la novela ocurre gracias a Salomé, cuando su novio muere en un accidente de tráfico y un ladrón de poca monta, al encontrarse el accidente, saquea a la víctima y la llama para decirle que ha muerto su novio.

"-¡Eres idiota, tonta del culo, y ni siquiera lo sabes!

Le dice Porcina a Salomé en un momento dado de la trama y, esa es la mejor definición de ella, solo le falta añadir que lo es porque es una buena persona, demasiado buena persona, que cree a todo novio que sabe decirle palabras románticas al oído. Todos sacan tajada de ella. Es una Marilyn rubia rota una y mil veces por su falta de objetividad respecto a sus numerosos novios y cuyo principal objetivo en la vida es ser feliz.

Gracias a la investigación que emprende Porcina a raíz de ese accidente nos enteramos de que ese novio tenía más novias, era traficante de estupefacientes y en su apartamento guardaba más de un millón trescientos mil euros escondidos en el interior de libros huecos, amén de una bolsa repleta de una nueva droga procedente de China. Con estos ingredientes comienza una trama que nos va sorprendiendo en cada página que va incluyendo mafias chinas y, también, mafias policiales. Un cóctel que convenientemente agitado da una trama explosiva que, desde luego, no voy a desvelar.

Reyes Calderón escribe en primera persona, se mete en la piel de Porcina y escribe de manera premeditadamente poco profesional, muy personal e ingenua. La autora de novelas negras como La venganza del asesino par o El último paciente del doctor Wilson utiliza un lenguaje de alguien que no está acostumbrado a escribir y al que no le gusta hacerlo, pero no le queda más remedio, eso sí, siempre con gracia, ironía y plagado de metáforas. Es un lenguaje cercano al lector que contiene numerosos juegos de palabras con mucha gracia.

Tiene todos los tópicos de la novela negra. Es un abogado algo despistado, que se convierte en un saco de boxeo donde van a parar todos los puñetazos que se reparten durante toda la novela. Un protagonista al que le sale todo mal y se mete en mil y un problemas sin querer. Va contando lo que le sucede sin dar muchos datos de la ubicación donde discurre la trama, solo con el fin de no ser localizado. Sin embargo, algunas pistas que nos va dejando en las páginas, se van convirtiendo en un juego para el lector que pretende localizar la ciudad donde sucede esta historia. Calor, patios, flores en las ventanas, sur de España, donde se sentó García Baena. ¡Coño, la ciudad de los Omeyas! Y perdonen el exabrupto... pero ya lo dijo la madre de la escritora: no comprendo cómo ha podido aprender expresiones tan poco elegantes habiendo estudiado en un colegio de monjas.

Ese lenguaje, pretendidamente torpe, se convierte en culto y profesional cuando en la segunda parte del libro la trama discurre en la sala del juzgado. Reyes Calderón ha utilizado a la perfección dos maneras de escritura, dos maneras radicalmente diferentes que la autora maneja a su antojo, para que el lector vea de forma fehaciente lo disímiles que son. Ahí radica uno de los principales atractivos de la novela. Ya que la parte del juicio la podríamos encuadrar entre lo mejorcito del género. En la sala del juzgado, la autora se encuentra en su hábitat natural.

Estamos pues ante una novela de género, con muchas cualidades, con una historia original y convincente, bien hilada, con giros espectaculares en la trama y con una segunda parte que aprueba de manera sobresaliente el desarrollo del juicio. A quien le gusten las películas americanas de cine negro que se desarrollaban en una sala judicial, con El jurado número 10 se lo pasará en grande. Porque en ese juicio todos son culpables: los abogados, los peritos, los jurados, los policías, el fiscal, todos menos...

El lector lo tendrá que descubrir con la lectura del libro, ya que va ganando atractivo según va adelgazando el protagonista Porcina. Al final, hasta ese abogado orondo se convierte en la persona que quería ser, eso sí, siempre con remordimientos. Los remordimientos de alguien que quiere ser ante todo honesto consigo mismo.


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