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“La luz crepuscular” de Joaquín Leguina, un libro muy recomendable

Joaquín Leguina ha escrito un libro vital para entender nuestra Transición

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
La luz crepuscular
La luz crepuscular
"La luz crepuscular" de Joaquín Leguina está llamado a ser el libro del año. Quizá no lo consiga porque otros autores más conocidos sí lo hagan, pero el pulso narrativo del novelista cántabro, lo que cuenta y cómo lo cuenta lo convierten en un serio candidato.

Joaquín Leguina ha sido presidente de la Comunidad de Madrid y significado dirigente del PSOE

Joaquín Leguina es un político socialista con una experiencia asombrosa. Ha estado en el foco de la acción en múltiples ocasiones de su vida: en la universidad de los años sesenta, en el mayo del sesentayocho parisino, como organizador de algunas revueltas callejeras, estuvo en Chile cuando Salvador Allende falleció y vivió unos acontecimientos de primera mano, ya que él era militante socialista en aquel país. A su regreso a España participó en diversas iniciativas democráticas hasta que se unió definitivamente al PSOE.

La luz crepuscular toma el nombre de una conocida canción sobre Santander, acertada en mi opinión, porque ese tono de luz es el que se mantiene en la novela. Leguina podría haber escrito unas memorias con todos sus recuerdos, pero ha preferido escribir una novela donde contase fielmente sus recuerdos y vivencias políticas y elucubrase e inventase todo lo concerniente a su vida personal y sentimental. ¿Todo? Bueno quizá todo no.

La narración del libro va alternándose desde distintos narradores. La parte política está escrita en primera persona. Los personajes que pasan por ella son de todos conocidos y el escritor los señala con nombre y apellidos. Aquí nos podemos dar cuenta de sus fobias y sus filias, algunos trata bien, a otros trata mal, pero siempre con respeto y, la verdad, reflejando fielmente lo que fue la realidad. En esta parte ni quita ni pone, su narración es como una cámara cinematográfica que capta las imágenes en tiempo real. Podrá gustar o no gustar pero él refleja lo que vio lo más objetivamente posible.

Por su objetivo pasaron líderes del sesentayocho francés, exiliados políticos de nuestra guerra civil y también jóvenes líderes comunistas que terminaron separándose de esa ideología como Jorge Semprún, Fernando Claudín o Juan Goytisolo, que retrata de manera breve pero magistral. En París trabajó en la Editorial Ruedo Ibérico con Pepe Requena, lo que le hizo estar muy al tanto del exilio intelectual español en Francia.

Posteriormente volvió, por motivos laborales, a España, donde trabajó en el Instituto Nacional de Estadística (INE), pasó poco tiempo ya que logró que le destinasen a Chile y allí vivió los tristes episodios del fallecimiento, posible suicidio, de Allende y la persecución despiadada por parte del general golpista Pinochet. Recuerdos en primera persona vividos y trágicos. A su regreso a España los acontecimientos políticos se precipitaron con la revolución de los claveles en Portugal y el fallecimiento del dictador Franco.

Al estallar la democracia, Leguina, que en la novela adopta el nombre de Ángel Egusquiza, fue un protagonista de primer orden, como concejal, diputado y posteriormente Presidente de la Comunidad de Madrid. Allí pudo vivir cómo la política se degrada y se retuerce hasta ser asfixiada. Cuenta los teje manejes en los que se vio envuelto y cuyo protagonismo asumió el inefable Balbás. En repetidas ocasiones fue víctima de esta especulación política, siempre en el ojo del huracán de los guerristas y fue sometido a una operación de acoso y derribo dirigida por Acosta, siempre a las órdenes del sobrevalorado Guerra.

Leguina escribe con fina pluma, sin zaherir, cuando lo podía haber hecho y con razón, cuando fue víctima de ese acoso inmisericorde al que fue sometido. En una ocasión, de la que fui testigo, los guerristas querían a toda costa descabalgarle de la dirección del partido en Madrid, para eso no les importó movilizar a todos sus elementos obligándoles a ir a votar a las elecciones que se celebraban en todas las agrupaciones. En la Moncloa, un rosario de dirigentes en coches oficiales se acercaba a votar. Por allí pasaron muchos, pero especialmente recuerdo a Pedro Altares y su señora, que llegaban con coche oficial a votar acompañados de su hijo el periodista de El País Guillermo Altares. Pese a todas estas triquiñuelas ganó.

La parte personal, él mismo lo señala, no tiene nada que ver con la realidad. Para esta parte adopta la narración en tercera persona, lo que le da una cierta distancia. Puede que por puritanismo o por mojigatería adopta esta postura. Sobre todo en los pasajes sexuales, le gusta verse con distancia. Aquí uno de los grandes descubrimientos del autor es que sus parejas hablan en primera persona como si las entrevistase el novelista, volviendo a dar una cercanía más sentimental y efectiva.

Nos encontramos, pues, ante una novela sorprendente, de lectura obligada para todos aquellos que quieran conocer una época cercana y fundamental de la democracia española. Excelentemente escrita, donde los hechos reales se alternan con los inventados con un único fin: hacer disfrutar al lector y mantener viva, durante todo el relato, la historia cotidiana que muchos vivieron tanto de cerca como en la distancia y aunque él haya titulado con luz crepuscular, a veces a media luz nos damos cuenta del por qué de las cosas y con ello, arroja más claridad. Este libro desde luego que sí.

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