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Elena Torres
Elena Torres

“Gramática de sombras”: la escritura como supervivencia

Por José Antonio Olmedo López-Amor
sábado 23 de marzo de 2019, 13:07h

"Gramática de sombras" (Calambur, 2018) es el decimocuarto poemario de Elena Torres (Valencia, 1960), cifra que teniendo en cuenta la aparición de su primera publicación Don de la memoria (1994) apunta a distinguirla como una de las poetas españolas más prolíficas. Y no solo este aspecto cuantitativo llama la atención de su bibliografía, también la calidad es pareja a dicha frecuencia de publicación: la obtención de varios y notables galardones lo afirman y aquilatan su trayectoria poética.

Gramática de sombras
Gramática de sombras

«El hombre se ha emancipado mediante la palabra de la coartación absoluta de lo orgánico. El lenguaje es creación incesante de mundos paralelos alternos» (Steiner, Después de Babel). La doctrina gnoseológica lockeana señala como causas de la imperfección del lenguaje: la vinculación arbitraria y antinatural del signo y la cosa; la creación de palabras que no significan algo concreto o que pueden significar varias cosas; la interpretación de las ideas como algo subjetivo que da lecturas diferentes de un ser a otro; el hecho de que no exista un ejemplo puro con el que cotejar las diferencias del sistema lingüístico; todas estas cosas —entre otras muchas— posibilitan que el ser humano pueda hacer un uso ambiguo del lenguaje, incluso con fines oscuros.

"Gramática de sombras", de Elena Torres, parte de la ya conocida insuficiencia del lenguaje para nombrar las cosas, es decir; el lenguaje es algo inventado —o eso queremos pensar— por el ser humano y como tal tiene sus limitaciones. Por tanto, teniendo en cuenta esa parcela de verdad que nos es vetada por su imperfección: «Antes, el roce de la luz. / Después, la caricia de lo oscuro. / En manos del vacío, lo intocado», y pese a ello, la poeta entiende —o debería decir intuye— que a través de la palabra es lo más cerca que estaremos de la verdad: «Alrededor del vértigo / giramos casi inmóviles. / En la imperfecta desnudez / de dos palabras / que no huelen a miedo».

La arcana pretensión humana por nombrar lo inefable es una corriente subterránea de naturaleza perenne, ello obliga a correr los riesgos que todo aspirante a la verdad y la belleza debe asumir.

Si este punto inicial no es suficientemente poético de por sí, a él tenemos que añadir la no menos poética idea de entender a los seres humanos como «gramáticas de sombras que tratan de sobrevivir en la escritura». Que sea la preposición en la que encabece el último sintagma preposicional de la frase anterior —frase que refiere a los últimos versos del libro— es muy significativo, ya que no sobrevivimos por, ni para, ni con, ni a través de; sino en la escritura. Señalada pues, la escritura, como último reducto en el que la vida se resiste a desaparecer a la vez que se interroga, la autora emprende un viaje metaliterario a través de esas sombras que, si por una parte limitan la libertad y el conocimiento; por otra, se constituyen como semas o rasgos distintivos de nuestra propia conciencia: «Demasiado nos cuesta comprenderlo. / ¿Por qué decirlo? / Y sin embargo / sílabas anhelantes / se lo preguntan, / completamente crédulas».

La analogía de esa aspiración trascendental se da en el plano metafísico y a la vez ontológico que aúna cuerpo y lenguaje, alianza de la que resulta una gramática falible de la cual, la autora pondrá el foco en los nexos oracionales que engarzan y posibilitan su sintaxis.

Esa sintaxis mínima, de la cual forma parte el silencio, será el pretexto para articular un discurso en versos blancos de métrica imparisílaba que no hará sino formar un macropoema de cuya intertextualidad de sus partes dependerá nuestra interpretación final. Todos los poemas se relacionan en lo argumental pero también en lo formal, por ejemplo, con duales constantes de uso: esticomitia/encabalgamiento suave y descripción (en la primera parte del poema)/perífrasis (en la segunda parte); dicha organicidad revela una elaborada planificación que apuesta por una concepción holística del poemario, además de la singularidad del propio estilema de la autora.

Así, encontramos que el libro se constituye por ocho partes escindidas por citas de autores a las que van asociados motivos temáticos: Caballero Bonald (tiempo), Ada Salas (espacio), Paca Aguirre (modo), Huidobro (cantidad), Tomás Segovia (afirmación), Jaime Siles (negación), Manuel Altolaguirre (duda) y Cernuda (interrogación). Estos ámbitos, además de corresponderse con las galerías o actantes del discurso, suponen los estadios exteriores —los cuatro primeros— e interiores —los cuatro últimos— que el hablante lírico atraviesa en su particular odisea. No hay títulos de secciones ni títulos de poemas, es precisamente la sustancia argumental de los versos su único distintivo.

A pesar de partir de ideas temáticas ya anticipadas en las citas, Elena Torres introduce en sus divagaciones temas como el amor, la muerte o la identidad; caladeros vitales de su dilatada producción poética: «Allí te busco. / En la tierra mojada, / tras la cancela de los cuerpos, / rincón exacto del delirio. / Aquí te encuentro. / En el verdor de lo habitado».

Adverbios, locuciones y preposiciones comenzarán o vertebrarán los poemas en una suerte de comunión entre las preocupaciones del hablante lírico y el propio lenguaje. Es decir, el contenido nombrado y aludido en el plano literario invadirá el plano lingüístico condicionando los versos con sintácticas condiciones. Esta relación de dependencia en la escritura simboliza el mismo vínculo a nivel conceptual, ya que para algunos, careceríamos de pensamientos al no contar con un lenguaje.

La pulcritud del lenguaje, el salmódico tono, su compleja sencillez: convierten la lectura en algo que conecta fácilmente con lo emocional e intelectivo; proyectan la fragilidad y avidez de una conciencia desnuda en la convulsa cima de su inteligencia y sensibilidad.

Como colofón final y antecedido por una cita de Blas Muñoz, la autora culmina su obra con un poema-conclusión que es el único, por extensión, que sobrepasa la media página y el único estrófico. Este ejercicio de síntesis es mantenido de manera constante de principio a fin. Dicho recurso potencia el silencio, los vacíos de la página y discrimina la vana retórica otorgando un peso específico a la elección de la palabra precisa.

En este último poema, la autora glosa en sus dos primeras estrofas la temática de esas ocho partes que componen el libro:

De vez en cuando el tiempo

nos pone en su lugar

y somos locución que entiende

el modo de existir

de lo invariable.

Apalabrada cantidad

en pronunciados márgenes.

Afirmación de vida.

Plácida negación.

Cómplice duda.

Interrogación que se cierra.

Corresponde a la tercera estrofa su conclusión cenital: «Tan sólo una Gramática de sombras / que sobrevive / en la escritura». Es entonces cuando advertimos que algo de el qué y el cómo de lo dicho quedan en el lector como inquietud, emoción, como pregunta, esencia inspiradora o pensamiento. Precisamente es esa la sintomatología que debe provocar la buena poesía.

Mi colofón como lector llegó tras terminar la lectura completa del libro y enfrentar el índice de primeros versos. Allí, quizás por una azarosa ley estadística o por otra gramática de sombras que no explica sus métodos, leí un nuevo y luminoso poema que probablemente ni la propia autora sabe que no ha escrito: «Allí te busco: / alrededor del vértigo, / cerca del desencanto, / debajo de los párpados, / delante del abismo del pasado; / donde nada sucede / encima del espacio, / enfrente del mundo, alojados / fuera de todo menos de nosotros: lejos, más lejos / adrede el laberinto».

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