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Desembarco de Normandía
Desembarco de Normandía

El Desembarco de Normandía que nadie te ha contado

Por Pere Cardona y Manuel P. Villatoro
jueves 06 de junio de 2019, 08:11h

El 6 de junio de 1944, cerca de 150.000 soldados (23.000 de los cuales eran paracaidistas) cruzaron el Canal de la Mancha para desembarcar en las playas de la región francesa de Normandía, en la que constituyó la operación militar aerotransportada más importante de la historia. Aquel día se inició el camino que condujo a las tropas aliadas hasta Berlín, capital del Tercer Reich y último bastión defensivo del régimen nazi. Un año más tarde, la Segunda Guerra Mundial finalizó en Europa.

Como es lógico, una empresa de este tamaño no surgió de la noche a la mañana. Sus orígenes debemos buscarlos en el frente oriental. En 1941 las tropas de Hitler cruzaron la frontera rusa y pusieron en serios aprietos a Iósif Stalin. La Operación Barbarroja, nombre con el que se conoce a esta invasión, empujó con una fuerza inusitada desde el principio y el líder soviético solicitó a sus homólogos Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt la creación de un nuevo frente occidental con el que aliviar esta presión. De entrada, ambos contemplaron su petición con recelo, pero tras sucesivas reuniones y conferencias, se alcanzó un acuerdo para su creación. Nació así la Operación Overlord, un plan militar colosal que, tras descartar otras zonas del teatro europeo y centrar su objetivo en las playas normandas, convirtió a Gran Bretaña en el inmenso almacén de hombres y material que abasteció la invasión aliada. Barcos repletos de vehículos, armas y pertrechos cruzaron el atlántico con dirección a los puertos ingleses. Una vez allí, la carga se distribuyó por el territorio en espera de la fecha apropiada.

De forma paralela, Hitler ordenó continuar con la construcción del Muro del Atlántico, una descomunal sucesión de fortificaciones que se extendía desde el norte de Europa hasta España con el objetivo de contener a los ejércitos enemigos. Los alemanes, conocedores de las intenciones aliadas, se preparaban con más o menos acierto para recibir la embestida. Churchill, consciente desde un principio de la dificultad que comportaba ocultar los preparativos, trató de camuflarlos tras una tupida cortina de falsas informaciones. “En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que siempre debe estar protegida por un guardaespaldas de mentiras”. El LCS británico (London Controlling Section), trabajó contrarreloj en el diseño de este monumental engaño. Diversas operaciones, entre las que destacaron Fortaleza (con un ejército ficticio de más de 1 millón de hombres bajo el mando del general norteamericano Georges Patton) o Copperhead (la suplantación del mariscal británico Bernard Montgomery por un doble en Gibraltar) apoyaron el trabajo realizado por los espías de La Doble Cruz (con Joan Pujol “Garbo” como estrella de un equipo de dobles agentes formado por Lily Sergueiev o Dusko Popov, entre otros). La estrategia aliada funcionó a la perfección y los alemanes picaron el anzuelo: Hitler creyó que el desembarco se produciría por la zona del Pas-de-Calais y mantuvo varias divisiones alejadas de las playas, un hecho que favoreció el avance inicial de las tropas lideradas por el general norteamericano Dwight D. Eisenhower.

A pesar del éxito final, la operación no empezó con buen pie. La fecha inicial, prevista para el 5 de junio, se suspendió durante veinticuatro horas debido a las malas condiciones climatológicas. No fue hasta poco antes de la medianoche del 5 al 6 de junio, cuando los primeros planeadores Horsa partieron desde el aeródromo de Tarrant Rushton. A bordo, 140 hombres liderados por el mayor John Howard se dirigían hacia sus objetivos: dos puentes situados en Bénouville y Ranville cuya conquista era vital para asegurar el paso de las tropas provenientes de las playas. Mientras alcanzaban su meta, miles de paracaidistas embarcaban a bordo de aviones C-47. Tras una travesía bastante accidentada (las condiciones meteorológicas y los antiaéreos alemanes convirtieron su viaje en una pesadilla), fueron lanzados sobre Normandía. Las prisas y el nerviosismo de los pilotos, que en muchos casos accionaron la luz verde antes de tiempo, provocó su dispersión y los alejó de las zonas marcadas. Algunos no llegaron al suelo, como John Steel, quien aterrizó sobre la iglesia de la población de Sainte-Mère-Eglise y se quedó colgado de su arnés hasta ser capturado, otros perdieron sus armas tras el salto, como el mayor Richard Winters, quien vio cómo se desprendían de su uniforme debido al rebufo generado por las hélices del avión. El caso del corresponsal de la agencia Reuters Robert Reuben fue diferente: estuvo a punto de ser alcanzado por un francotirador alemán. Al tocar tierra, tuvo la mala idea de encender una linterna para orientarse y casi al instante sonó un disparo que le rozó la cabeza.

Sobre las 03:00, la flota de la invasión tomó posiciones frente a las playas. Tras cruzar el canal siguiendo la estela protectora de los dragaminas, los hombres empezaron a subir a bordo de las lanchas que los conducirían hasta la arena. Poco después, los barcos abrirían fuego contra la costa para allanar el camino a las tropas. Su travesía tampoco fue del todo agradable. A la mala mar, que provocó el mareo de muchos hombres, se unían los disparos que recibían al acercarse al objetivo. Nada más bajarse los portones, una tormenta de fuego les daba la bienvenida. El mayor número de bajas se produjo en la playa de Omaha. Allí, el soldado alemán Heinrich Serveloh disparó más de doce mil proyectiles contra las sucesivas oleadas, provocando la muerte de unos dos mil norteamericanos. El fotógrafo Robert Capa fue testigo de este infierno y dejó constancia del mismo a través de su trabajo. En las otras playas, la resistencia alemana también se dejó notar. Utah, Gold, Sword y Juno tampoco recibieron a los aliados con los brazos abiertos. En esta última, las tropas canadienses sufrieron más de mil bajas, una cifra que nos da una idea de los combates que se libraron sobre la arena. Utah se situaba en el costado más occidental. Allí se inició el desembarco sobre las 04.00 cuando un grupo de comandos tomó un par de pequeñas islas situadas a la altura de Saint-Marcouf. Ambas ostentan el honor de ser el primer territorio conquistado durante el desembarco. Situados entre Utah y Omaha, los acantilados de Pointe du Hoc constituían un objetivo prioritario por albergar unas piezas de artillería alemanas que amenazaban a la flota de la invasión. Un grupo de unos doscientos cincuenta rangers, provistos de cuerdas y escalerillas tomó la posición, aunque para su desespero, no encontraron los cañones alemanes al llegar a su cima. Los alemanes, en un intento de proteger las piezas, los desplazaron unos dos kilómetros hacia el interior, lugar donde fueron neutralizados al cabo de unas horas fueron. En Sword, un joven gaitero llamado Bill Millin tocó The Road to the Isles mientras las balas mantenían cuerpo a tierra a sus compañeros. Aquel día acompañó a su superior, un excéntrico aristócrata escocés llamado Lord Lovat. Durante los combates, un comandante le pidió que tocara alguna canción para subir la moral de las tropas. Bill se incorporó en medio del fragor de la batalla y recorrió la playa con su música. La resistencia era feroz, pero media hora más tarde, la posición alemana caía bajo bandera inglesa. En Gold, los británicos lograron desembarcar a unos veinticinco mil hombres tras sufrir unas seiscientas treinta bajas.

Al final de la jornada, Arromanches cayó bajo manos aliadas, Con las playas más o menos aseguradas, la lucha se trasladó hacia el interior. Lord Lovat, acompañado de Bill Millin, puso rumbo hacia los puentes de Bénouville y Ranville, el lugar de aterrizaje de los planeadores Horsa. Al llegar al día siguiente, estrechó la mano del mayor Howard mientras le dedicaba estas palabras: “John, hoy hemos hecho historia”. La música del infatigable gaitero anunció la llegada de los ansiados refuerzos, unas tropas que instantes después cruzaron los puentes al son de Blue Bonnets over the Border. Desde aquel día hasta finales de agosto, unos dos millones de hombres cruzarían el Canal. Se iniciaba así la carrera para la liberación de Europa.

Pere Cardona y Manuel P. Villatoro. Autores de "Lo que nunca te han contado del Dia-D"

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