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Guillermo Galván
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Guillermo Galván: “Me encuentro a Lombardi cada mañana, preguntándome en qué lío pienso meterlo”

Entrevista al autor de "La Virgen de los Huesos", HarperCollins Ibérica
Por Francisco Jiménez de Cisneros
domingo 16 de febrero de 2020, 10:05h

Guillermo Galván vuelve a las librerías, lo cual es tanto como decir que regresa es Carlos Lombardi. “La Virgen de los Huesos” se titula la segunda entrega de una saga ambientada en la inmediata posguerra y protagonizada por un policía republicano represaliado primero y recuperado después por el régimen franquista, una serie con la que el autor demuestra que la memoria, además de histórica, puede ser negra.

Guillermo Galván
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¿Cómo ha sido el reencuentro con Carlos Lombardi?

Para mí, algo completamente natural. Llevo con él desde hace cinco años, cuando empecé a escribir la primera novela de la saga. Y no me he separado del personaje durante todo este tiempo. Me lo reencuentro cada mañana al despertar, preguntándome en qué lío inmediato pienso meterlo.

Han pasado unos meses desde el caso anterior, “Tiempo de siega”, y el protagonista se enfrenta a un nuevo caso. En esta ocasión, lejos de Madrid. ¿Por qué lo ha sacado de su hábitat?

En esa primera novela, Lombardi se enfrenta a un ambiente familiar, a una ciudad que conoce desde niño. Tenía curiosidad por verle fuera de ambiente, en un territorio no solo desconocido sino también incómodo para un urbanita recalcitrante como él. En “Tiempo de siega” Madrid es paradigma de una posguerra urbana. “La Virgen de los huesos” acerca esa dura realidad al mundo rural, a un apunte de lo que hoy venimos llamando la España vaciada.

¿Y por qué la Ribera arandina y no cualquiera otra zona o región?

Es cierto que podría haber elegido cualquiera otra de las que vivieron la cruel represión de las primeras semanas del golpe militar. Por ejemplo, Navarra, Extremadura, Aragón, Galicia, Extremadura... Todas ellas tienen terribles historias que contar, y muchas se han contado desde la novela y el ensayo, pero Burgos fue elegida como capital administrativa por Franco y lo que sucedió allí adquiere un tinte especial. El número de fosas comunes corrobora los deseos de los golpistas de eliminar por vía criminal cualquier atisbo de disidencia.

Novela negra a la par que histórica. O viceversa. ¿Hay una explicación para esa elección de género(s)?

Me considero contador de historias, y cuando abordo una de ellas mi única preocupación es la de conseguir una buena novela. Lo del color no me pertenece, ni en su concepción ni en su alumbramiento. Luego llega el bautizo, claro, y es cierto que “Tiempo de siega” encaja como un guante en el género negro, y también en el histórico, según los cánones. Y la saga, desde luego, está obligada a seguir la misma línea. De modo que “La Virgen de los huesos” es también negra e histórica. Puestos a etiquetar, pertenecería al subgénero denominado “totalitarismo noir”, es decir aquellas novelas negras ambientadas en regímenes dictatoriales.

Entiendo que situar la acción en 1942 tiene también algo de reivindicación de una cierta memoria histórica…

Naturalmente que sí, como ya la tenía su precedente. En “Tiempo de siega” el elemento clave es el poder de la Iglesia, que con el franquismo se convirtió en casi absoluto. En esta segunda está presente el genocidio planificado por los generales golpistas, con órdenes escritas para la eliminación física de todo aquel que no apoyara el levantamiento. Ese régimen de terror en la retaguardia causó miles de víctimas, cuya presencia en la novela, a pesar del silencio impuesto, es un hecho cotidiano.

En estos tiempos de novela negra hipertecnologizada, cuando muchos detectives son científicos, ¿qué licencias permite trabajar sobre un tiempo en el que la investigación criminal estaba casi en mantillas?

Me da mucha libertad, francamente, porque obliga al investigador a aguzar cada uno de sus sentidos, y eso crea cierta dialéctica narrativa. Ya existía, por ejemplo, la posibilidad de pinchar teléfonos o de colocar micros para espiar conversaciones ajenas. Pero la inexistencia del teléfono móvil ya es decisiva, porque los tempos de la novela son necesariamente más calmos. Habría que puntualizar, sin embargo, que lo que estaba en mantillas a primeros de los cuarenta era la tecnología y la aplicación de ciertas ciencias, no la investigación criminal en sí, que tuvo notables nombres en nuestro país.

La decisión de convertir a un personaje en protagonista no de una novela, sino de una serie, ¿es previa o posterior a la publicación del primer libro? ¿Por qué la adopta?

Cuando empecé a escribir “Tiempo de siega” no existía voluntad alguna de convertirlo en una saga. Es mi primera experiencia en ese sentido tras diez novelas publicadas. A medida que me metía en la trama e investigaba para ella, dos elementos me hicieron pensar en su continuación: uno, el tiempo histórico, verdaderamente negro, que da un juego narrativo sorprendente; otro, el propio protagonista y sus secundarios, con los que he disfrutado a fondo. Aun así, mi verdadero objetivo era escribir una buena novela; solo una vez acabada decidí meterme con una segunda entrega.

El Lombardi de esta entrega no es el mismo al que conocimos en “Tiempo de siega”. ¿En qué ha cambiado? Y, ¿cómo seguirá haciéndolo?

No es el mismo porque, de momento, ha esquivado volver la cárcel, y eso ya es un cambio relativamente esperanzador. Pero esencialmente es el mismo hombre cabreado con la realidad, que no se resigna a arrodillarse y trata de sobrevivir en un ambiente muy hostil haciendo lo que siempre ha hecho a pesar de todas trabas y de jugar en inferioridad. Justo es decir que tiene un par de valedores de peso en la policía franquista.

¿Hubo casos de policías republicanos represaliados y recuperados por el franquismo? El de Lombardi, ¿podría haber sido un caso real?

Desconozco este extremo, aunque en otras profesiones se reincorporó mucha gente tras un proceso de purgatorio más o menos largo; con antecedentes, siempre bajo sospecha y vigilancia. En los años cuarenta había policías que eran militantes clandestinos del PCE, y es de suponer que no se afiliaron después de la guerra; probablemente pasaron sin problemas el obligado proceso de depuración.

Me interesan dos secundarios singulares: Alicia Quirós y Andrés Torralba. Singulares, digo, porque uno los imagina en los primeros tiempos del régimen y son, verdaderamente, dos rara avis…

No tan rara avis, porque el Régimen estuvo lleno de anomalías de ese tipo desde su nacimiento. Los había falangistas, monárquicos, carlistas, católicos, opusdeístas, germanófilos, aliadófilos... Todo un zoo de personalidades; algo, por otra parte lógico porque ninguna dictadura elimina del todo la capacidad de pensar ni es tan homogénea como se vende. En la Alemania nazi, por ejemplo, Himmler y Goebbels eran enemigos declarados, y ambos odiaban a Goering. Hitler era el cemento que los unía. En España pasaba igual, y en aquel momento cada una de esas familias era, antes que nada, franquista.

Hablemos de Alicia Quirós…

Es una secretaria de la DGS de la que Lombardi intenta extraer cualidades investigadoras. Es afiliada a Falange, como en ese momento lo son dos millones y pico de españoles, entre otras cosas para poder encontrar un empleo; ella, sin embargo, cree que Franco se ha pasado por el forro el ideario falangista y desprecia al dictador.

¿Y Torralba?
No tiene nada de extraordinario: un guardia de asalto expulsado de su puesto que intenta ganarse la vida como puede. Hubo muchísimos así. Es curioso, pero en uno de los clubes de lectura que visité para hablar de la novela, una mujer me dijo que Torralba era su abuelo; hasta tal punto coincidía, que también vivió en La Prospe. Tuve que explicarle que no conocí a su abuelo, pero sí a otra persona en esas circunstancias en el mismo barrio.

Por lo que sé, hay ya cerrada una tercera entrega de las aventuras de Carlos Lombardi. ¿Es en efecto así? ¿Habrá una cuarta?

Pues sí. A primeros de año entregué la tercera novela de Lombardi, y ahora mismo diseño las líneas generales de lo que será la cuarta. Quizá una tetralogía esté bien para cerrar la saga. Todo depende de la acogida de los lectores, claro.

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La Virgen de los huesos
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