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"Diarios", de Lord Byron

Por Francisco Jiménez de Cisneros
lunes 08 de junio de 2020, 22:00h
Diarios
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La editorial Galaxia Gutenberg publica una nueva edición de los "Diarios", de Lord Byron. La traducción, introducción y notas han corrido a cargo de Lorenzo Luengo.

Quizá nadie haya personificado la figura del poeta romántico como George Gordon Byron (1788-1824), sexto barón de Byron, cuya singular y repentina celebridad surcó el firmamento cultural europeo como un cometa. Su linaje aristocrático, su tumultuosa vida en Londres y en Venecia, sus simpatías revolucionarias y su temprana muerte en Grecia sellaron la identificación del autor con unos personajes –Childe Harold, El corsario, Manfred– que parecían encarnar ese oscuro impulso de libertad y rebeldía nihilista del espíritu moderno.

La realidad, sin embargo, es más compleja y a la vez más fascinante, como demuestran su ingente correspondencia y estos Diarios que ahora damos al lector en la edición modélica del escritor Lorenzo Luengo. En ellos comparece un Byron más íntimo y cercano, que se vuelca por igual en el apunte costumbrista, las notas de viaje, el retrato del natural, la reflexión de índole moral o la introspección biográfica, capaz en ocasiones de un enorme candor. Por la vivacidad de su estilo, su penetración psicológica y su cautivadora franqueza, estas páginas son lo más parecido que tenemos a un autorretrato del poeta. En la lucidez irónica, en el infalible sentido de la comedia mundana, en la capacidad de sátira y a la vez de humana simpatía encontró Byron la inmortalidad.

George Gordon, sexto lord Byron, murió en la ciudad griega de Missolonghi el 19 de abril de 1824, sangrado por «tres médicos incapaces» que, a fuerza de cortes y sanguijuelas, trataban de curarle unas fiebres. Aunque simpatizaba más con los turcos, había marchado a Grecia para unirse a la lucha por la liberación de un país que «ya era un honor sólo haber visitado», así como había tratado de liberar Italia (donde escribió el inacabado poema narrativo Don Juan) de «esos malditos carniceros de la corona y el sable» que constituían los poderes políticos y las autoridades pontificias.
Allí había conocido a Teresa Guiccioli, una joven condesa para la que ejerció de «cavalier servente», o amante con permiso oficial, desde sus primeros encuentros en el carnaval de 1819, y de la que reconoció estar tan «furiosamente enamorado» como para abandonar por ella «todo concubinato promiscuo». Curiosamente, aquellas disipaciones que habían jalonado su estancia en Venecia sirvieron para dar a sus obras un giro más reflexivo, vitalista y maduro, lejos del fantástico colorido de sus poemas anteriores –los célebres «cuentos turcos»–, de los que ya se había apartado definitivamente en 1816, en parte cansado de «adulterar el gusto de una época», en parte influido por sus conversaciones con el poeta Shelley en las proximidades del romántico «bosquet de Julie» paseado y soñado por Rousseau. Bruselas y Suiza fueron los primeros paisajes que acogieron su exilio: sin embargo, ni el imponente escenario alpino ni la sensación de reconquistada libertad lograron atenuar el odio que sentía hacia su ex-mujer, Annabella Milbanke, la «Clitemnestra moral que destruyó mi fama», ni el cálido pero doloroso recuerdo de su hermana Augusta, con quien mantuvo una relación no sólo 186 fraternal, y tal vez no tan secreta, en su época de mayor esplendor, cuando la demente enamorada Caroline Lamb lo definió como «mad, bad and dangerous to know» (malo, loco y peligroso de conocer).
Para entonces, Byron disfrutaba del éxito gracias a obras como El corsario y Las peregrinaciones de Childe Harold, una especie de autoficción en rima spenseriana que moldeó su controvertida y, por lo general, mal entendida leyenda. Fue un joven de «pasiones tumultuosas», siempre en busca de calma para sus encrespados paisajes interiores, pero condenado a verse una y otra vez a merced de la marea. Estudió en Cambridge acompañado por un oso amaestrado, practicó boxeo, natación y esgrima, protagonizó varias obras de teatro, fue un abnegado jugador de cricket y un nostálgico frecuentador de cementerios, donde nacerían los primeros versos que escribió, inspirados por la muerte de su prima Margaret. Educado en el calvinismo, lord sin tierras que adquirió el título por vía indirecta, hijo único de una rica heredera de tortuoso carácter y un disipado capitán conocido como Jack «el Loco», Byron nació en Londres el 22 de enero de 1788.

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