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"El último gin-tonic", de Rafael Soler

Por Francisco J. Castañón
jueves 20 de septiembre de 2018, 01:00h
'El último gin-tonic', de Rafael Soler

Nunca he estado en Puerto Madryn y me he quedado con las ganas, pues ahí camuflaba su gin-tonic en unas tazas como si fuera consomé (p. 36), tal vez, qué menos, Rafael Soler. Nos invita a disfrutar de la vida, leyéndole y cómo no, brindando, son cuatro días, pleno verano allí, pingüinos incluidos, lujuriosamente animados, se hacen sentir, por control remoto, invierno muy crudo los protagonistas por aquí, haciendo lo que saben hacer muy bien, trampear, vender humo y conseguir solvencia más que suficiente en la cartera, con soltura, dadivosa.

Son solo cuatro los días, seguidos, cada uno más corto, el lunes el más largo pues hay “tres en uno” haciendo de las suyas: así se titula el capítulo y no es aceite lo que gotea: como no podía estirar más la falda, estiró un poco la sonrisa (p. 30). El martes se ocupa de “los abrazos”, faltaría más, hiperactivos: pasos con prisa, pasos que piden volver a las andadas. Pasos, bien es cierto, con tacón (p. 90). Conviene recordar que los zapatos masculinos también llevan tacones. El miércoles aduce que “aquí nadie tiene a nadie” pues tenía cada uno al parecer razones suficientes para evitar al otro, un misterio (p. 155). Para tener la boca cerrada “póker de ases” el jueves y, además de una pierna portátil y unos guantes en desuso, a su servicio un guionista de talento (p. 199).

74, 58, 52 y 17 son las páginas de cada uno de los capítulos, ordenadamente menguantes. En esta novela no se juega al bingo. Las cartas están sobre la mesa y estos guarismos son bastante más que datos contables, compromisos de pago que están en juego en los diálogos pues había una buena presidenta en funciones que preguntaba lo justo y no sabía nada (p. 39). Su consorte en plena posesión intermitente de sus facultades mentales, dueño y señor de un patrimonio en retirada y una salud de muy dudoso saldo (p. 59).

Abunda el sentido del humor, incluso el sarcasmo, en numerosas pasajes de exégesis contemporánea porque los protagonistas viven del vaho que consiguen camuflar pues lo suyo es un proyecto secreto de expansión, diez empleados fieles que trabajan los domingos, una hija, imprevisible, y un despacho donde siempre hacía el frío de una cueva (p.51) .

El menú en horas de trabajo con torta de lentejas; la receta está desmenuzada en la página 17 a pesar de tratarse de una prescripción de incógnito en alcoba transoceánica. Puede ser la materia prima para lectores cocinillas, con ansia por degustar antojos literarios. A su libre albedrío, pues para quien quiera que llegaba con la conciencia limpia y las manos en los bolsillos (p. 38), estaba a su disposición el manual de operaciones: un libro de recetas para firmar los contratos por seis años con desconocidos que entregaban sin rechistar su ilusión y sus ahorros (p. 40).

Es, por consiguiente, una novela entretenida, porque además de escribir con soltura e inteligencia Rafael domina el pensamiento metafórico, que es mucho más rápido y comunicativo: atina. Frases breves, directas, que dejan las cosas claras, sin complicaciones, en los diálogos y en los matices. Acierta Soler al dar una larga cambiada al pensamiento lógico, que es, por atiborrado, demasiado lento. Utiliza además un lenguaje concreto que, en las cuestiones metafísicas empresariales y sindicales, clarifica de inmediato donde está la trampa y el cartón: ¿cómo cojones puedes pensar en participar externamente una empresa interna? ¿O es que quieres quedarte con todo? (p. 46) Sabe sacar los colores el novelista igual que los jueces cuando les dejan hacer y sentenciar por su cuenta, discurriendo entre líneas.

Una peculiaridad de este último gin-tonic es que los cuatro capítulos están fragmentados por epígrafes personalizados, es decir, los respectivos nombres de los protagonistas. Se trata, pues, de una redacción centrada en las personas, por tanto, en las interacciones dialécticas; diálogos para darse la razón o llevarse la contraria. Se recalca, pues, una óptica perspectivista, y en español un pionero fue Max Aub, escritor que solo conocen quienes saber leer y mucho. Creó una novela que es un juego de cartas más entretenido que el parchís. Entran en liza las inferencias y en el último gin-tonic hay una trama hermética.

El abuelo se llama Moisés y sus hijos bautizados con nombre de evangelistas y cada uno, desde su infancia, se ha aprendido uno solo, casi de memoria: tienen, a propósito, unos recuerdos muy diferentes de lo acaecido en el siglo I; de aquello que cuentan ocurrió en Palestina, el nombre romano de la región. Ninguno de los hijos ha leído el otro evangelio. Más que suficiente uno sabe de lo suyo, estudiarse cuatro, sobredosis. Da mucho de sí esta estratagema paterno filial inaudita. Los hay que han optado por poner nombres que tengan las mismas iniciales. Desconcertante para Hacienda y los notarios. Soler ha sido muy ducho tejiendo la trama y sus intérpretes.

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