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El triunfo del amor en "Los falsos días" de Jesús Cárdenas

Por José Antonio Olmedo López-Amor
miércoles 12 de junio de 2019, 10:31h
Los falsos días
Los falsos días

Jesús Cárdenas Sánchez (Sevilla, 1973) hace ya algunos años que viene siendo el Woody Allen de la poesía española contemporánea, seguramente habrá otros casos, pero el fluido ritmo de publicación —un poemario nuevo cada año— de este poeta sevillano no le impide cohesionar buenas obras, como por ejemplo, "Los falsos días" (Alhulia, 2019), libro que nos ocupa, el cual fue finalista en el XXXIII Certamen Andaluz de Poesía “Villa de Peligros”.

La luz de entre los cipreses (2012), Mudanzas de lo azul (2013), Después de la música (2014), Sucesión de lunas (2015), Los refugios que olvidamos (2016), Raíz olvido (2017) y ahora Los falsos días, constatan que Cárdenas Sánchez está viviendo un momento de plenitud creativa que sin duda le ha llevado a la madurez poética.

Escindido en cinco movimientos: “Preludio a la realidad”, “Penumbras de la realidad”, “La realidad ardiendo”, “Los falsos días” y “Saber romperse”, dicha parcelación ya avanza una honda reflexión sobre lo real cotidiano que encontrará su antítesis en lo irreal memorístico para terminar en una mutación del yo que asumirá ambas experiencias como parte del proceso vital.

Un anticipo propedéutico —aunque bien podría colocarse al final del poemario e incluso ser más significativo— resulta el poema inaugural titulado “Invitación”, donde la noche y el día, o la oscuridad y la luz, delimitan con su maniqueísmo un territorio emocional donde la memoria y la realidad turnan corporeizarse en palabra jaculatoria. Concebido a modo de advertencia dariniana, en sus últimos versos, el poema rompe el pacto ficcional e invita al lector a leer también su propia vida: «Deja el libro: hemos transcrito otro. // Entra y cierra la puerta».

Ya desde su primer poema advertimos que el ritmo, delator habitual de infraestructuras menos manifiestas, devela una estructura formal que abunda en la construcción imparisílaba de los versos. Este hecho demuestra que al fervoroso ímpetu de una voz poética que necesita comunicar, se une el artesanal trabajo de orfebrería de un poeta con oficio que entiende que no solo en aquello que se dice reside la poesía de un mensaje, de una idea, sino también en el cómo.

La acerada piel de una ciudad hostil y fría es el escenario del primer movimiento, casi una narración fílmica del recuerdo nocturno de un amor que se pregunta y huye de sí mismo: «En nuestros sueños nos convocaba la luna callada / y, en algún momento, tras los pájaros, / llegábamos a conspirar contra ella».

Las descripciones del hablante lírico son muy visuales, incluyendo una écfrasis de un cuadro de Adolph Menzel, su mirada recorre los escenarios físicos detallando cinematográficamente sus pormenores a la manera de un narrador intradiegético: «En otro lado de la escena, / alguien enciende un cigarrillo / observando la búsqueda». Títulos de algunos poemas “Serie B”, “Darkness” y alusiones a películas concretas “El retorno” demuestran que la referencia cinematográfica trasciende lo visual para significar su icónica simbología.

Advertimos la urbanidad, la humedad de la noche, pero también un desencanto general, como si el entorno somatizara las emociones del hablante lírico hasta el patético hastío de la inconformidad: «Roto el sueño, el abismo te devuelve / del barranco a la náusea en que te hallas».

Como obedeciendo a la cita de Hauden que encabeza el segundo movimiento: «No hay poeta que pueda proporcionar verdad alguna sin haber introducido en su poesía lo problemático, lo doloroso, lo caótico, lo feo», Cárdenas Sánchez nos sumerge en la oscuridad de su propuesta sin más arma que una palabra etérea e inmaculada, ajena a las tinieblas de lo físico, una palabra: «con la que mirar los ojos limpios de lo oscuro». Por tanto, su deseo es hallar la belleza de lo feo, la esencia en lo insignificante inmediato.

Su fe en la palabra, y por ende el lenguaje, hace que ningún fracaso sea definitivo. La capacidad de decir es motivo de optimismo y regocijo ante la incertidumbre y la adversidad: «Es halago del hombre, / triunfo de la especie; vibra en el aire / la génesis de la intuición. // Has de saber que nada / se perderá definitivamente».

Así, esta segunda parte subraya la posibilidad demiúrgica del hacedor de palabras, la simbólica justicia literaria frente a las injusticias de la realidad. Decir, sigue siendo estar vivo, sigue siendo amar. Y la palabra se alza como heroína misteriosa que atraviesa la noche silenciosa, insoluble y resuelta, grácil en su majestuosa invisibilidad: «Silencio ahora: / dejemos que sus pasos alineen sus vértebras / y recen en la noche». Ella germina una esperanza sin nombre y convierte el poemario en una alegoría metaliteraria.

La cotidianeidad está ahí, frente a nuestros ojos, con su agónica rutina, sus naufragios diarios; en ella, la palabra, es capaz de obrar el milagro. El poeta, pues, que: «es capaz de incendiar / las tardes melancólicas, / los muros infinitos / bajo cielos rojizos de lava», armado de ella, está obligado moralmente a renombrarlo todo.

La realidad ardiendo es el recuerdo flamígero del amor, un amor que encuentra analogías en lo lingüístico para ejemplificar la sistematicidad de su abrazo. En este apartado el afán descriptivo del poeta propicia la multiplicación metafórica, la riqueza de tropos y el resultado es “La realidad ardiendo”, uno de los mejores —y más extenso— poemas del libro, lleno de matices e interpretaciones de lectura: «Me fueron vedados tu nombre y tu cuerpo […] / huidos ya al abismo de los astros. / Inútil de alcanzar, por más que lo evocara. / En ese momento recordé el náufrago / que, en aguas quietas, traza, / abatido, con luz descolorida, / el reflejo de lo volátil / en la curvatura del tiempo».

El apartado “Los falsos días” se compone de cuatro poemas y supone la revelación de la herida. Al desconcierto por carecer de respuestas a las grandes preguntas del ser humano, se añade la tautología de la muerte, que se dice a sí misma en cada peligro, con cada ausencia. Llegados a este punto, la reflexión existencial choca contra algo insondable que la sobrepasa y muestra su verdadera cara.

Ello motiva que en el siguiente y último bloque, el poeta descanse la posibilidad de su salvación en el amor. Las promesas de amor, el baile de los enamorados y de todo cuanto les rodea inunda “Saber romperse” hasta convencernos de su posibilidad de curación. Jesús Cárdenas persiste en su gran tema para decirnos que quien ama es más feliz que quien no lo hace e ignora las mismas respuestas. El amor es en sí una dulce espera que a su vez es respuesta involuntaria a todas las preguntas.

Los falsos días es un libro agradecido, que nos deja entrar en él con la facilidad que una flor, por más que la arranquemos, no evita que la observemos, regalemos y olamos. Sus versos se nos entregan desnudos, impregnados del néctar de la buena poesía, esa que lejos de la mercadotecnia y el aparatoso ruido de prefabricadas poéticas nos sigue recordando que en la claridad y el trabajo sigue estando el triunfo.

Jesús Cárdenas es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, ejerce como profesor de Enseñanza Secundaria. Ha obtenido el primer premio de poesía en el XVI Certamen José María de Los Santos y en el VI Certamen Florencio Quintero; y ha participado en el Concurso Internacional de Poesía Latin Heritage Foundation (EE.UU.). Imparte talleres de creación y ha sido coordinador del curso de verano en la Sede de la Universidad Pablo de Olavide en Carmona y del Programa de Creatividad Literaria dispuesto por la Junta de Andalucía los últimos dos cursos. Colabora en revistas impresas y digitales y ha participado en diversas antologías. Algunos de sus poemas han sido traducidos al rumano, bable, italiano e inglés.

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Jesús Cárdenas
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