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"INSUMISAS, Poesía crítica contemporánea de mujeres", selección y edición de Alberto García-Teresa

Por Briseida Zenobia
jueves 13 de junio de 2019, 08:07h
Insumisas
Insumisas
Acaba de ser publicada la antología "INSUMISAS, Poesía crítica contemporánea de mujeres". Se trata de una selección del trabajo poético de setenta y ocho mujeres que ha realizado el doctor en Filología Hispánica, Alberto García-Teresa, consicente de haber encontrado en la lectura de su poesía “ciertos registros, algunas perspectivas que no hallaba en la de los varones”.

Entre estos aspectos, García-Teresa señala “el tratamiento del cuerpo y la reivindicación rebelde de la autonomía, el enfoque de las violencias y desigualdades por el heteropatriarcado, la desarticulación de un lenguaje construido por este o la enunciación de la opresión desde dentro (eje de toda la «poesía de la conciencia crítica»).”.

Las poetas recogidas en la antología son una muestra de estas voces críticas que se manifiestan a través de un espectro amplio de matices y estéticas, aunque les une, en sus versos, un tono beligerante e inconformista.

Baile de Sol edita INSUMISAS, siguiendo la línea poética de otras antologías publicadas por la editorial como Once poetas críticos en la poesía española reciente (2007) y 23 Pandoras. Poesía alternativa española (2009).

Tres poemas de INSUMISAS

De Eva Vaz

La historia de la chica que comía sueños

Yo solo tenía

un cuerpo de

once años.

Y mi entrenadora

me quería niña.

Más niña, más.

Más alto.

Más.

Más hueso.

Más cerca del cielo.

Más.

Y yo me fui acercando.

Más y más

a los infiernos.

Y allí ingresé,

tan pronto,

tan escasa y pequeña.

Me arrancó de mis

once años.

La entrenadora.

Me reclutó en aquel gimnasio

y allí dejé tres meses

de mis once años.

Entrenando.

Llorando.

Entrenando.

Soñando.

Entrenando.

Entrenando.

Custodiaba mis raciones.

La entrenadora.

Abría mi bolsita de alimentos

y la expurgaba

como una madre

despioja a sus crías.

Luego la llenaba

de triunfos inventados:

cada ayuno una medalla.

Más ayuno,

más alto,

más cerca del cielo.

Más.

Un día registró,

la Entrenadora,

mi bolsita de sueños,

y halló

chocolate.

Luego me echó

con los ojos llenos de fuego.

Y me devolvió a

la vida,

sin sueños

ni victorias.

Sin entrenadora.

Con la bolsita vacía.

Y el dolor.

Con treinta y seis kilos

ingresé en el infierno,

famélica y endeble

como pajaritos

reciénnacidos.

Y la bolsita llena de gozo,

como un osario.

Toda hueso,

con once años.

No he vuelto a probar

el chocolate.

Me produce arcadas

y un dolor fino

que me hiere el pellejo

y hasta el mismo

alma.

Ahora sólo necesito

extirpar el recuerdo.

Y el chocolate no sirve.

El medacepán hace

milagros.

Ahora, con treinta años,

en la bolsita de sueños

escondo

psicotrópicos.

De Marta Sanz

Hay personas
que no pueden recordar
si tienen la nevera
llena o vacía.
Cuál es el uso
que ha de darse
a los instrumentos
imprescindibles.
Cómo es el rostro de una criatura
que sale del útero
atada con hilo de sangre
y fibra placentaria.
Otros
no logran
borrar
de su mente:
el amante seco,
el desahucio,
la fractura,
la desaparición.
La gota serena de un reloj de pared.
Que la sopa de sobre
cuesta
dos euros con quince.

De Pilar Adón

¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja?

¿Quién me va a esperar, feliz de verme?

Cabello de nudos. Sin cepillados nocturnos.

Peines y espejos de plata.

Sola en mi sillón. Harta del cansancio y los sermones.

Sin hijos que me bañen,

me cocinen asado con puré,

me traigan jerséis de talla grande,

me laven los pies y las axilas

cuando queden ya pocos motivos para existir.

Vencida por los razonamientos

sobre aquello de recoger lo que se ha sembrado.

Celebraciones, cumpleaños y fiestas

en perspectiva de una soledad redonda.

¿Quién va a venir a verme

los fines de semana?

Si no soy madre.

Si vivo sin reconocer la devoción, el auxilio.

La ternura. Las visitas a los amigos dolientes.

Entre evasivas, papeles y libros,

alejada del sentimiento original.

Escapando de la llamada primera.

Sin saber qué es la entrega.

Qué la piedad. Qué la delicadeza

de los niños fotocopia. Su mente dulce y sencilla

como trozos de manzana asada. Como bolsas de osos Haribo.

¿Quién va a abrazarme cuando sea vieja?

Y esté sola. Y no haya quien quiera hablarme. Y las cortinas se prendan fuego

y las llamas asciendan hacia el techo. Y nadie pueda acercarse

al teléfono. Para llamar al servicio de extinción de incendios.

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