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Federico García Lorca
Federico García Lorca (Foto: Archivo)

Granada y Madrid las dos ciudades de Federico Garcia Lorca

Por Carolina Molina
martes 15 de octubre de 2019, 08:07h

En mayo pasado se celebró la llegada de Federico García Lorca a Madrid como alumno de la Residencia de Estudiantes. El poeta en ciernes que no había salido de Granada da el salto a la fama en esta escuela progresista. Nada volverá a ser como antes. En unos años publicará El Romancero Gitano y estrenará sus primeras obras de teatro. De Madrid se despedirá un verano de 1936 para volver a su Granada, convertido en el poeta español más conocido internacionalmente.

Pero las ciudades moldean a los poetas y es evidente que Granada fue la ciudad que lo vio nacer y lo formó. Ambas, la ciudad de nacimiento y la de adopción, conformaron el Federico que hoy conocemos.

Granada

Nació a las doce de la noche de un 5 de junio de 1898 en Fuentevaqueros. España se dividía en una guerra cruel y Granada sufría el mal del progreso embovedando su río y destruyendo su patrimonio artístico para crear la Gran Vía y la calle Reyes Católicos. La familia García Lorca, terratenientes con conciencia social, se traslada al pueblo cercano de Valderrubio (Asquerosa) en donde Federico se inspirará para sus obras Yerma, Bodas de Sangre o La casa de Bernarda Alba. En su Casa Museo se hallan su escritorio, los techos pintados de azul por deseo expreso del poeta, el ajuar y el patio, alivio en las calurosas siestas. Hoy puede visitarse también la recientemente abierta Casa de Bernarda Alba, con referencias constantes a su obra.

En 1909 la familia Lorca vuelve a trasladarse, esta vez a Granada ocupando varios inmuebles, los últimos en la zona del Campillo: Acera del Darro, 66 y Acera del Casino 31. La última casa aparece en las viejas postales de finales del s. XIX, adosada al Hotel Alameda, frente al café en donde se reunían los miembros del Rinconcillo. Este café, llamado también Alameda, guarda todavía su encanto dentro del Restaurante Chikito. Una estatura reciente ocupa el lugar donde pudo sentarse Federico y pergeñar con sus amigos intelectuales (Melchor Fernández-Almagro, Mora Guarnido, Gallego Burín, Falla, Ángel Barrios o su propio hermano Francisco) algunas gamberradas, como la de inventarse al casposo poeta Capdepón Fernández que acaparó noticias en prensa. En esa época mantuvo una relación activa con los centros culturales granadinos como el Centro Artístico. Junto a Falla puso en valor el folclore andaluz, realizando el Primer Concurso del Cante Jondo en 1922. Una placa en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra recuerda la importancia de este evento.

La Huerta de San Vicente es el santuario lorquiano de la ciudad. Hoy museo, transmite la esencia de la vida familiar del poeta, a la que pertenecía como “un árbol a la tierra en que crece”, según palabras de su amigo Rafael Martínez Nadal. En su entorno, de huertas y jardines, Federico se dedicaba a escribir, a componer, a pintar y a preparar las actividades de su grupo teatral itinerante La Barraca, por lo que era muy fácil verlo vestir su uniforme, el del mono azul. Su habitación conserva su cama (sobre ella la Virgen de los Siete Puñales) y el cartel diseñado por Benjamín Palencia encima del escritorio, siempre a la izquierda del balcón, como a él le gustaba.

Hasta hace poco años era el único museo dedicado a Federico en la ciudad, pero hoy su memoria se amplía con el Centro que lleva su nombre en la Plaza de la Romanilla y a donde ha ido a parar recientemente su legado. El poeta sigue vivo en Granada, con una estatua simpática en la Avenida de la Constitución o con un poema en el recinto de la Alhambra.

Madrid

Este año se celebra el centenario de su llegada a Madrid como estudiante. Por la dedicatoria de un ejemplar de Impresiones y paisajes sabemos que ya estaba en Madrid en mayo de 1919. Sin embargo tres años antes pasaría por la ciudad en su primer viaje de estudios. No sería hasta el 19 de octubre cuando pudo ocupar la plaza en la Residencia por la que su padre pagaría 7 pesetas. Allí conocería a Dalí, a Buñuel, a Alberti, a los que finalmente serían llamados Grupo del 27. En su habitación, santuario de encuentro estudiantil, los amigos de Lorca bromeaban y hacían juegos de palabras. Era lo que él llamaba “La desesperación del té”. Se disfrazaban y no ahorraban en extravagancias, sin menospreciar el sagrado deber del estudio. Fue en esa época cuando Federico estrechó amistad con Juan Ramón Jiménez que lo definió como un muchacho pálido y lleno de lunares. En la Residencia tocó el piano y recitó por primera vez su Verde que te quiero verde.

En 1920 da el salto a la escena con El maleficio de la mariposa que se estrena en el Teatro Eslava, el famoso Joy Escava actual de la calle Arenal. Fue un rotundo fracaso que no le mermó las ganas de seguir escribiendo. Poco después los teatros de Madrid se rindieron a sus pies: el Teatro Fontalba (que estaba en Gran Vía, 30), el Beatriz (luego un local de copas llamado Teatriz esquinado a Claudio Coello y hoy una tienda conocida de ropa) o el propio Teatro Español. Sería este, situado en la Plaza de Santa Ana, el que no hace mucho le dedicara la estatua diseñada por Julio López y en la que Federico tiene una alondra entre las manos.

Lorca vivió en varias casas. Una en la calle Ayala, 60 (hoy 72 y desaparecida) y en Alcalá, 102, cuya placa nos lo recuerda. De esta última salió para tomar el tren en la Estación de Atocha en julio de 1936 para no volver.

En nuestro recuerdo aún quedan las fotografías que se hizo en Recoletos, frente a la Fuente de la Cibeles y en la Verbena de San Antonio de la Florida con Buñuel en cuyo dorso escribió: “Luis, mi amistad apasionada hace una trenza con la brisa”.

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