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"Migración del alma", de Juan Luis Bedins

Este es mi cuerpo

martes 07 de enero de 2020, 18:29h
Migración del alma
Migración del alma

Aves o flores ofrece Susana Benet en la acuarela sutil que da entrada a este poemario. Pétalos o almas sin color que auguran la luz y la sombra difuminándose en nosotros a través de la memoria y el negro. Parecería entonces que el autor de los textos va a imbuirnos en un mundo ascético, austero y monacal como anticipo de la sobriedad de la muerte. Nada más lejos. Al igual que sucede con la expectativa que genera el título Migración del Alma, la acuarela de Benet es muestra lo que no muestra, y que sin embargo está ahí delante, solo en frente de los ojos iniciados, todo el blanco que es luz y es esperanza para los que viven despiertos a la vida. Despiertos a la vida. Al viaje incesante y la muda continua de formas, de contactos, de vivencias.

De eso trata este poemario. De la voluntad de vivir, de seguir viviendo. Como un himno se iza entre los demás poemas el estandarte “Vida”: “Digo vida con cualquier pretexto,/ digo vida entre los pliegues de la tierra/ bajo las firmes columnas del océano/ junto al límite de la luz que nos separa.”

Insiste el autor en el amor como encuentro que salva, diríase que lo opuesto a la muerte no es la vida, sino el amor. “Por eso ahora/digo vida con cualquier pretexto,/ digo vida porque yo también te quiero/ y te pienso/ y te río/ y te lloro/ y trepo por tus silencios/ hasta reconocerme en ti.

Meriadiana, en poemas como Más allá de este niebla la obviedad de este binomio amor-existencia, que nos funde en el paradigma bedinsiano para dotarnos de identidad: “No sé si soy por mí mismo/ o soy por ti./ No sé si estoy en mi mismo/ o estoy en ti.”“Más allá de esta niebla/ más allá de ti misma/ y de tu sola presencia, / te quiero.”

Lejos de cuestionar creencias y tradiciones milenarias sobre el proceso de metempsicosis por el cual el alma migra a otro cuerpo. En las confesiones de su voz poética, Bedins nos invita a dar un paso previo a la reencarnación, la encarnación en nuestra vida, el deleite en los sentidos que se saben fugaces y por tanto han de aferrarse al amor compartido, al paisaje, a una ciudad, a un nombre. Un paso sencillo para todos los que comulgamos con los carpediemistas de la lírica eterna: la carne, el cuerpo, la materia como hondo anclaje del alma sintiente, ahora. La vida aquí, en este instante. Pues bien sabemos los poetas lo rápido que huye y que el único modo de atesorarlo es vivirlo antes de que el silencio y el olvido lo lleven.

En un diálogo imaginario que me atrevo a componer entre dos autores que han abordado la transmigración álmica, Kipling aconseja a Bedins paternalmente:

Si puedes llenar el minuto/ inolvidable/ con los sesenta segundos que lo/ recorren./ Tuya es la Tierra y todo lo que en/ ella habita,/ y —lo que es más—serás Hombre, hijo.

(fragmento del poema Si de R. Kipling)

Y Bedins, como buen hijo literato, recoge el guante:

“Dibujo minutos a través de cristales/ en un bar minúsculo,/copa en la mano” Y añade: “Fumemos otro cigarrillo/ y hablemos,/hablemos algo más sobre nosotros./ Apuremos las copas./ La calle está alerta/ y nos contempla.” En su apasionado ultraje al racionalista Descartes, Juan Luis Bedins trasfigura la locución latina Cogito ergo sum en otra más carnal: Amo, luego existo.

Como buen vividor, el poeta que vive en el poemario, alter ego rebelde de su autor, es un nocturno devoto. Así queda patente en cada alusión a la noche, En el otro extremo de la noche: “Yo sabía fingir alegría, sabía jugar con el sol y con la hierba,/ y esculpir sueños ecuestres cada noche.”

La noche ofrece sus tentaciones y el poeta se deja seducir en Apuntes para un incierto final de junio: “El cosquilleo de tus ojos negros/ se desliza por mi nuca/ mientras yo decido si este verano/ me iré con Lobsang Rampa al Tibet/ o al fin desarmaré tu matrimonio/ cubierto de resina.”

Otros motivos frecuentes en el conjunto de estos quince poemas son la tarde, las sombras, la luz y y especialmente la lluvia. De La lluvia sin ti no es lluvia: “Las hienas acechan mis ojeras/ mientras los relojes burlan el tiempo/ y desnudan hermosas intenciones. / Llueve. Llueve sin parar”.

Sin embargo, el tema de la muerte no se rehúye, y el poeta es consciente del abismo que nos ciñe. Del poema Nocturno, rescatemos ese fuego que nos dota de aliento: “Una voz semejante/ a una llama furtiva entre las piedras/ decidió nuestro epitafio”.

Es, por tanto, este poemario un proclamo vital y hedonista, aún si su envoltorio no lo pretende. La personalidad de su autor, cálida y vehemente no escribir una despedida. Ni aún en el poema que lleva ese nombre: “He vivido. He amado./ Soy feliz./ Os dejo mi sonrisa.”

El último poema Migración del alma afronta con el honor de quien la mira con ojos de esperanza y reclama su estirpe: “Seres queridos, /os convoco en esta hora milagrosa,/ en esta hora en punto de mi vida/ en que la delicada música del recuerdo/ invade mis estancias,/ os convoco como testigos/ de esta mutación necesaria y singular.”

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