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"Ellas", de Esteban González Pons

Por Pedro Baranda
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pedrobarandaescolapiaspompilianoes/12/12/33
martes 14 de abril de 2020, 18:00h
Ellas
Ellas

Fui niño en Benicarló en los 60, en aquella casa de Vicente, el pescador. Eran días de playa, de fotos en blanco y negro de Werlisa con funda de piel marrón. Y fui adolescente en Cullera, la de los madrileños, la del desayuno en la terraza (imposible en casa), la de los naranjos, la del Júcar y las llisas que mi padre y yo pescábamos, mi padre, a quien los habituales de la desembocadura llamaban El maño. La Cullera de jugar a las raquetas en el paseo con él, la del paseo marítimo y la del bocadillo de tortilla de cebolla cuyo sabor aun sigo buscando; la de los saludos coche a coche con la misma matrícula de Zaragoza…Me hice adulto desde Benicarló a Cullera en los únicos quince días de playa al año de cada primera mitad de septiembre.

En Ellas, González Pons retrata, con maestría, una adolescencia de paraíso perdido y una vida adulta teñida por el fracaso, la rutina y la búsqueda. Porque Jaime Monzón, el protagonista –o quizá no- es el símbolo de una generación, la de los nacidos en los 60, que crecimos entre la indiferencia de nuestros padres y la indiferencia de nuestros hijos en la medida en que, como ha dicho el propio autor, somos una generación que carecemos de toda épica.

Narrada con perspectivismo cervantino, la novela desarrolla la acción en tres momentos temporales distintos, 1973, 2006 y 2016. El primero, con regusto a Enid Blyton, en el que se encuentra ese pasado que se quiere recobrar y que tanto influye en el presente. El segundo, el del exceso, el de la lluvia de dinero a espuertas. El tercero el que cierra el círculo y dota de sentido a una vida o a varias...

Es la novela de Valencia que también, como el protagonista, adquiere la categoría de símbolo de una España entregada al exceso y a las fiestas con George Clooney; pero el autor es un enamorado de la ciudad que lo vio nacer y a la que homenajea sin ambages. Los valencianos deberían leerla casi obligatoriamente. Y no solo Valencia. González Pons crea espacios que son mundos en sí mismos: los viejos apartamentos Garbí, el bar Nodo, La Oficina… no son solo ámbitos de acción, sino lugares sobre los que proyectar vida y sentido, lugares para escapar y redefinirse; pero si hay uno que me ha conmovido ha sido el hotel Voramar de Benicasim. Ojalá tengamos todos un Voramar del que provengamos o al que nos dirijamos…

La galería de personajes refleja, quizá, ese placer del autor por lo barroco y el exceso, rasgos, por otra parte, tan valencianos: los protagonistas son fieramente humanos, como Jaime, Pelarañas –maravillosa-, Pablo, Eme, Ella… Es una novela epistolar que nos permite penetrar en la psicología de un personaje que ha pasado desapercibido para los suyos pero que alberga un mundo interior y experiencial potente, vitalista. Unos secundarios entre hilarantes y patéticos, en ocasiones valleinclanescos, que caracterizan perfectamente el universo creado por González Pons.

Aun no lo he dicho: es una una novela de amor, de amores, de vidas sucesivas, de vidas buscadas; es una novela con una banda sonora extraordinaria, tan reconocible como próxima a los de esta generación, y también es una novela con poesía, mucha poesía… Es de amor, pero es también novela de misterios y silencios con un final sorprendente.

Ellas lo sitúa a uno mismo ante el espejo de su biografía, la personal y familiar, pero también la generacional; lo retrotrae al paraíso perdido de una adolescencia perdida y soñada, de veranos eternos, de primeros amores, de besos inventados, de vidas por vivir.

Ellas es una novela brillante, barroca, valencianamente seductora, de prosa brillante y acción medida y calculada. Y González Pons es un novelista de primer nivel.

No se la pierdan.

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