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Denis Escudero Muñoz
Denis Escudero Muñoz

Entrevista a Denis Escudero: “La España vacía, no lo está”

Por Marta Cigliutti y José An. Montero
miércoles 29 de julio de 2020, 18:53h

Apenas un par de centenares de seres humanos habitan en los ocho pueblos que forman parte del libro “La España que abandonamos” (Círculo Rojo, 2020) del periodista Denis Escudero. Uno de estos pueblos es el conquense Portalrubio de Guadamejud, que con poco más de veinte habitantes tiene una densidad de población menor a dos habitantes por kilómetro cuadrado, algo así como una persona cada cien campos de fútbol o dos mil quinientas veces menos que la densidad de Madrid.

La España abandonada
La España abandonada

Mil ochocientos cuarenta pueblos están a punto de desaparecer en España tras las tres oleadas de éxodo máximo. La de los cincuenta y setenta hacia las ciudades, y la actual provocada por el inevitable paso del tiempo y la edad cada vez más avanzada de sus habitantes. De estos pueblos heridos de muerte nos habla Denis Escudero en su libro “La España que abandonamos”.

Desde su trabajo como redactor del programa de RTVE “Aquí la tierra”, ha visitado estos lugares menos poblados pero que también tienen su historia, sus vivencias que contar y que recordar. Acompañado del fotógrafo Pedro Rolán ha recorrido ocho pueblos con menos de veinte habitantes, contando en el libro las historias de las personas que todavía viven en ellos, luchando contra la obsolescencia programada fijada para ellos. Un libro que pone cara y nombre a estas historias.

Su principal intención no ha sido la de retratar comunidades varadas en un tiempo pasado, sino contar cómo en estos pueblos sus gentes han seguido desarrollando su vida a pesar de la progresiva despoblación y del aislamiento de las ciudades. Trevejo (Cáceres), La Estrella (Teruel), Jánovas (Huesca), Castillonuevo (Navarra), Villarroya (La Rioja), Valtajeros (Soria), Portalrubio de Guadamejud (Cuenca) y Jaramillo Quemado (Burgos) son los ochos nombres que habitan en la obra de este reportero al que hemos visto recorrer España en el programa Aquí la Tierra, de la 1 de RTVE.

La pandemia en la que estuvimos inmersos, ha provocado que muchas gente se replantee su forma de vivir. Algunos están buscando en los pueblos, una salida a la congestión metropolitana hacia el aire limpio y el contacto con los vecinos y la naturaleza.

España vacía, España vaciada, España procastinada, España interior, España abandonada, casi una definición por habitante…

R.- Yo creo que el término la España vacía o la España vaciada le ha hecho mucho bien al problema de la despoblación territorial, ayuda a contextualizarla, a ponerle un titular. Cuando hablamos de la España vacía o la España vaciada, todo el mundo ya sabe de lo que estamos hablando. Sin embargo, yo elegí el nombre la España abandonada porque creo que lo que se hizo con estos territorios fue abandonarlos. En el prólogo cito a Cristina Gómez, geógrafa y escritora, que pedía por favor que no la llamemos la España vacía, porque aún no lo está.

Marta Corella, la alcaldesa de Orea en Guadalajara, me contaba que llamarla vaciada es como poner el énfasis en la gente que se fue. Es verdad que la mayoría de la gente se fué, pero hubo personas que se quedaron y hay que poner el acento en ellos que, sin saberlo, consiguieron mantener en pie estos territorios. Lo que desde luego es espantoso, era llamarlos pueblos fantasmas, como se definía a esta España vacía antes del libro de Sergio del Molino.

Éste es un libro sobre todo de historias de las gentes que los habitan.

Dedico cada uno de los capítulos del libro a un pueblo en el que viven muy pocas personas. Hay mucha literatura de la España vacía y vaciada, pero considero que no se ha escrito tanto de los vecinos de estos pueblo y cuando se hace, es para dar una imagen pintoresca,, casi paisajística, como si esa gente estuviera ahí colocada para la foto. Yo quería que en este libro aparecieran estas personas contando su historia, hablando de cómo fue ese gran éxodo rural, y porque ellos se quedaron o tuvieron que quedarse y también hablar con los que se tuvieron que ir a buscar trabajo, porque no olvidemos que en estos territorios lo que se hacía era sobrevivir o subsistir. Eran familias con muchos hijos que trataban de subsistir, pero poco más, hasta que las ciudades le dieron la oportunidad de progresar y de vivir mejor.

A veces tenemos una imagen bucólica y romántica de lo que era la vida en el campo hace sesenta o setenta años.

Se pasaba muchísima miseria, tanta que hay territorios que eran tan humildes que, cuando les preguntas por la durísima España de postguerra, te dicen que tampoco era mucho peor que lo que había antes. Ellos ya tenían antes que sufrir por llevar el pan a casa y había que hacer muchos sacrificios para salir adelante. Entonces llegaron las ciudades y la promesa de otra vida mejor, donde los que llegaban encontraban trabajo en una semana en una oficina, en una obra o en un taller. A pesar de ello, mucha de esta gente, en cuanto ha podido, se ha vuelto a su pueblo.

Quería conocer de primera mano a esta gente, testimonios de por qué se fueron, por qué han vuelto y cómo ven el futuro a corto o medio plazo. Lamento deciros que lo que cuentan no es demasiado halagüeño si sigue por este camino.

¿Por qué elegir pueblos tan pequeños? ¿Son representativos del mundo rural?

Trabajo en el programa de televisión Aquí la Tierra y, junto con la reporter Marta Márquez, se nos ocurrió la idea de una sección a la que llamamos “Menos de veinte” en la que hemos recorrido España visitando pueblos en los que vivieran menos de veinte personas. Ésa era la realidad que tenía más cerca y creí que había historias más que suficientes para escribir un libro. He hecho hincapié en estos pueblos porque en ellos se ve muy claramente que si no se toman medidas, muy pronto dejarán de existir. Pero éste no es problema solo de estos pequeños pueblos. Por ejemplo, en Jaramillo (Burgos) viven ocho habitantes y así llevan veinte años aguantando, pero para su alcalde el problema no es Jaramillo, sino su pueblo vecino Salas de los Infantes, que llegó a tener cuatro mil habitantes y ha perdido la mitad de su población en menos de diez años. Cuando estos pueblos pierden sus negocios familiares, sus servicios como la farmacia, la panadería o la escuela, nunca más se vuelven a abrir.

Pequeños pueblos, pero con muchas historias únicas de vida

Cada vez que estás en uno de estos pueblos y hablas con la gente, acabas sintiendo parte de ellos, porque los vecinos te abren las puertas de sus casas y de sus corazones. Por ejemplo, Portalrubio de Guadamejud (Cuenca) llegó a tener ochocientos habitantes en su época de mayor apogeo, ahora son veintidós habitantes que están resistiendo con uñas y dientes contra la despoblación. Han puesto un “Mural contra la Despoblación” en el ayuntamiento y figuras por las calles simulando vecinos para reclamar vida en sus calles.

Aunque seguramente la historia que más me ha marcado es la de Jánovas en Huesca, un pueblo que en los años cincuenta obligaron a abandonar para construir un pantano que nunca se hizo. Expropiaron sus tierras y dinamitaban las casas que se vaciaban, para que los que quedaban en el pueblo vieran sólo desolación a su alrededor y se marchasen. Allí se puede ver lo peor del ser humano, obligaron a la gente a marcharse con engaños y muy malas maneras. Una familia consiguió resistir hasta el año ochenta y cuatro, cuando ya se sabía que el pantano no se iba a hacer, pero aún así los echaron de allí.

Ahora los vecinos están intentando volver a repoblar el pueblo, tratando de revertir el proceso, algo que es muy complicado. Están recomprando sus tierras y volviendo a construir las casas con sus propias manos. Ya han conseguido luz, agua y han levantado la iglesia. Me parece un ejemplo de amor a su tierra y a su pueblo.

¿Como se ha vivido la pandemia en estos pueblos?

Parece que ha habido gente que ha descubierto que también se puede vivir muy bien en los pueblos. Hemos descubierto gracias a la COVID que en estos sitios se puede vivir perfectamente y que las ciudades te dan mucho, pero también te quitan. Creo que en las ciudades, aunque haya cada vez más gente, estamos cada vez más solos. Se ha perdido la vecindad, salir a la calle y ver puertas abiertas, conocer a la gente que te rodea.

Apenas unas semanas antes del confinamiento vimos grandes concentraciones de agricultores y ganaderos reclamando precios justos.

A partir de marzo el 90% de los temas tienen relación con la COVID, pero en esas concentraciones se vió cómo los agricultores decían que esto no puede ser, que no pueden sobrevivir. Nosotros tratamos habitualmente con agricultores y nos dicen que esto no tiene buena pinta, que es imposible. Respecto a la PAC, no he hablado con ningún agricultor o ganadero que esté de acuerdo. El alcalde de Villarroya, un pueblo de cinco habitantes de La Rioja, es ganadero y decía que la PAC es lo peor que les ha pasado, que no podía haberles pasado nada peor. Pensaba que desde que entramos en Europa y llegó la PAC, se vino abajo todo el sector agrícola y ganadero. Ahí están el número de cabezas de ganado que han desaparecido.

Parece que la despoblación está entrando en la agenda política y mediática

Creo que se llevan décadas tomando muy pocas medidas y las que se toman son como parches, tapar aquí y allá. Pero ahora mismo es muy impopular no estar en contra de la despoblación. En esto también tienen mucho que ver las asociaciones y colectivos que llevan veinte años luchando. Por ejemplo, era impensable hace muy poco que Teruel Existe sacara los veinte mil votos que le dieran representación en el Congreso. Pues la tiene. Hace unas semanas, presentó una moción donde pedía un plan urgente y un pacto para la España Vaciada y tuvo 295 votos a favor y 52 abstenciones.

Tal como está el clima político, ahora que no se ponen de acuerdo ni en el color de las nubes, para esta moción no hubo ningún voto en contra. Políticamente es muy impopular estar en contra de cualquier tema que trate de atajar la despoblación, porque es tan real, se lleva tanta razón y preocupa tanto, que no se puede votar en contra. El problema existe desde hace tanto tiempo y se ha hecho tan poco que no se puede votar en contra. Lo que pasa es que hay muchas palabras y poco hechos. Muy buenas intenciones y pocas acciones. Es una patata caliente que los políticos actuales se han encontrado sin que se haya hecho nada durante décadas y ahora tienen que hacerlo casi todo, porque es que hay que hacerlo ya. El momento de facilitar la llegada a los pueblos de quien quiera y le apetezca es ahora.

¿Vivir en un pueblo es una opción viable?

Lo más importante es que exista la posibilidad de trabajar en ellos. Tengo una muy buena amiga mía que está trabajando para un medio extranjero, se ha trasladado a una pequeña aldea en Galicia y trabaja desde allí. Primero tuvo que comprobar que hubiera buena conexión y pudiera realizar su trabajo. Me confesó que no tiene intención de volver a Madrid. Desde luego que hay muchos trabajos que no se pueden realizar porque son presenciales, pero otros se pueden hacer, para ello son imprescindibles las comunicaciones y las telecomunicaciones. Conozco gente que vive en Madrid Centro que para llegar a Alcobendas a trabajar tarda una hora y media, porque hay unos atascos brutales, sea la hora que sea. Bueno, pues a lo mejor puede compensar estar en un pueblo desde el que se tardan cuarenta minutos en llegar si las carreteras son buenas.

Durante estos meses, hemos visto en muchos medios de comunicación reportajes de gentes que decían que habían trabajado en un banco y que, cansados de la vida en la ciudad, se habían ido a un pueblo a vivir. Es un goteo constante desde hace años, pero es un pequeño goteo. Se tiene que fomentar que todo aquel que desee vivir en un pueblo pueda hacerlo y me da igual que el pueblo sea de veinte habitantes, de quinientos o de dos mil.

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