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Diego Muñoz
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Los poetas Luis Hernández Rubio y Diego Muñoz publican "La herida del tiempo"

Un manifiesto vital donde el amor y la conciencia subrayan el valor de la memoria

Por José Antonio Olmedo López-Amor
viernes 27 de marzo de 2015, 09:06h

"La herida del tiempo" es la apuesta poética de Diego Muñoz y Luis Hernández, dos poetas valencianos de perfiles literarios diferentes que han aunado esfuerzos para elaborar un poemario homogéneo y coherente donde —sin duda— cohabitan y florecen las mejores versiones de cada uno.
Luis Hernández
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Como buenos valencianos, los autores recogen el testigo de la llamada «escuela brinesiana» y hacen suyos los factores: metafísico, elegíaco y humano, como temas y formas troncales de esta herida temporal que gracias a Volcano Ediciones comienza su andadura. Conscientes de la dificultad de descollar como poetas en una ciudad donde hierve la actividad cultural —en general— y literaria —en particular—, tanto Luis Hernández como Diego Muñoz consideran oportuno fusionar sus poéticas para potenciar el mensaje que los poemas contenidos en este libro vierten en el lector.

Los versos aquí recogidos destilan romanticismo, existencialismo, humanidad, pero en cada sentimiento o reflexión que transmiten, también se encuentra el dolor. La angustia de saber que el amor pasará, empaña su celebración. La certidumbre de esa muerte venidera, dosificada en pequeñas dosis de tiempo, es amargo motivo al que cantar y sucumbir. La pasión de estos poetas engalana un discurso que, dicho de otra manera, sería demasiado duro de escuchar.

La historia contenida en La herida del tiempo, es la historia de nuestras vidas, las heridas de Diego y Luis son las nuestras, y ello podemos constatar mediante sus versos, ya que actúan como espejos de nuestros propios espejos.

El libro está estructurado en dos únicas partes: Tiempo de amor y olvido, escrita por Diego Muñoz y La vida viene en serio, autoría de Luis Hernández; en total lo conforman 48 poemas, cuya mayoría no sobrepasan la página de extensión. El léxico empleado es sencillo y directo, lo que unido a la concepción humanista de sus argumentos, hacen que el mensaje sea claro y cercano. El patrón métrico escogido por los autores es el verso libre, un formato que dota al conjunto de soltura y versatilidad.

Los poetas exponen sus versos de forma separada, aunque tanto el primer poema del libro, titulado El amor viene para irse, como La vida viene en serio, último poema, están compuestos por ambos autores —así comienza y termina cada bloque con un total de cinco poemas al alimón— en lo que supone una original apertura y clausura poemática que no sólo abrocha la totalidad del conjunto, sino que imbrica de manera orgánica ambas poéticas de forma circular.

Así en el poema de apertura encontramos estos versos: «Cuando llega la noche / en la penumbra de mi cuarto, / mis ojos se visten de soledad / mientras ven volver al amor». En ese momento taciturno, ya anochecido, ¿quién no ha sentido alguna vez nostalgia? Los versos conectan rápidamente con ese apartado melancólico que —quien escribe— reserva para la poesía.

Cantar al amor y a la vida es una costumbre ancestral en el ser humano, permanece en nosotros su impronta, gloriosa y atávica, y en ese lance de trovador, descubrimos que tanto el amor como la vida son dones efímeros; por más que procuremos retenerlos con nosotros, tarde o temprano escurren entre nuestros dedos. Así el poeta trata de transmitir esa angustia, una angustia que interiormente es belleza, mediante la metáfora y el ritmo, o como en el caso del poema que lleva por título Ulular, con un lenguaje convertido en imágenes de palpable poder telúrico y sensorial: «Su cuerpo atado llevo / a mis labios / desde la cálida tormenta / en que las lluvias rociaron / las llanuras de su piel con su lengua / de agua».

La acertada pluma de estos poetas, horada con precisión esa oquedad humana que provoca disfrutar un don para después perderlo. Los versos son el bisturí, la poesía es la incisión que supura todo cuanto hemos sido, somos y seremos. En la propia servidumbre emocional del ser humano radica la condena y privilegio de sentir. El culmen de todo sentimiento es el amor, en él nos reconocemos, a él nos asimos, primero tratamos de encontrarlo, después disfrutarlo, y por último, tratamos de sobrevivir aprendiendo a olvidarlo. Por eso el canto al amor es una plegaria, por eso el alma, la piel, los cuerpos, son coordenadas permanentes en este poemario: «Tu imagen de luz, / asida a mi cuerpo despliegas. / El mar oceánico de tu cuerpo / atraviesa mi alma / bajo rocas de espumas».

La espuma del mar es una imagen recurrente en los versos del libro, quizá porque transcribe a la perfección ese removido estado del alma cuando el cuerpo o la mente deciden entregarse al lance del amor; la espuma aparece en las aguas cuando las olas comienzan a enroscarse y se forman, cuando rompen contra los espigones, es como si pretendiese escapar del agua transformándose en un gas ligero, incluso suena, sin duda es el trasunto exacto de una conciencia atribulada; la espuma es efímera y también desaparece: «Mujer de espuma y ola. // Tu piel atrapada en el interior / de mi mirada / me habla en la espuma / de las olas».

Los poetas disciernen en el cuerpo de la mujer amada la encarnación de la belleza, por eso ese cuerpo idealizado, que es geografía casi por completo de este primer bloque, es consagrado por los versos, a veces de forma sentimental, y en otras ocasiones apelando a ese erotismo que siempre ha discurrido de forma subterránea e irrumpe como un géiser a través de palabras precisas: «[…] besando sus pezones, / dejando que las manos, / especialistas en el prólogo erótico / acudan a los escaños / que en tu sexo se cobijan[…]».

Ya en el segundo bloque, el cariz del discurso lírico referencia al título inspirado en el poema No volveré a ser joven de Jaime Gil de Biedma; el poeta barcelonés, para muchos, uno de los más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, comienza dicho poema con este verso: «Que la vida iba en serio», y los poetas actualizan el verbo pero no el sentido de esa reflexión, ya que está totalmente vigente en nuestros días. La vida viene en serio, por eso, aunque la mujer y el amor siguen estando presentes en esta parte del libro, afloran mucho más las preocupaciones de estar vivo: el silencio, los recuerdos, la soledad, pero sobre todo el tiempo. Así en el poema titulado Recuerdos encontramos estos versos: «Hemos de volver / al silencio desde el sueño / en que vivimos […]». Uno de los rasgos característicos de la Generación del 50, a la que tanto Francisco Brines como Gil de Biedma pertenecen, era su condición intimista y no necesariamente academicista, requisito que cumple La herida del tiempo, libro que se acerca a la poética de Biedma, no sólo por referenciar a varios de sus poemas, como el ya citado No volveré a ser joven o Contra Jaime Gil de Biedma, sino por su hermanamiento con los inicios poéticos de Biedma en Las afueras, o con su etapa final, como en A favor de Venus, una colección de poemas de amor impregnados de erotismo.

En el poema titulado Las horas del tiempo ido encontramos estos versos: «La existencia, / que de pronto / viene para hurgar / en la herida / descarada del tiempo ido, / duerme en las afueras / del olvido, allí donde tú vienes, / y yo no estoy […]». Los poetas versan sobre la versatilidad de la memoria, una versatilidad que ya en forma de recuerdo, desmemoria u olvido, siempre resulta ser transmisora de dolor.

«Soy una sombra / que avanza entre / la nada. / Soy ese silencio / a punto de ser oído […]». La reconocida insignificancia de ser no impide el avance de esa voluntad inhibida por las fuerzas naturales, la conciencia lucha por manifestarse y siempre aspirará a esa trascendencia soñada que le hará, por más duro que el camino sea, adaptarse, resistir y vencer: «Estoy a merced / de esta luz que se esparce / por la habitación / tras el / filtro de los cristales / para huir después / por los rincones / y ya ser nada».

En definitiva, La herida del tiempo supone un intenso viaje por la geografía interior de quien se siente vivo y atribulado por el amor, la memoria o el paso de los años, factores que toda persona sufre y se plantea en algún momento de su vida; una lectura agradable y humana, un canto a la vida que hace sentir, pero también reflexionar, acerca de la verdadera naturaleza del ser humano, con sus miserias y virtudes, con sus recuerdos y miedos, con esa implícita y apasionada necesidad de amar y ser amado, o lo que es lo mismo, comprender y ser comprendido. Celebremos pues estas heridas del tiempo que han empujado a estos autores a entregar sus preocupaciones a la lírica; estoy seguro de que su elocuencia no dejará indiferente a nadie, pero más seguro estoy de que su humildad y sinceridad encontrarán un lugar en el corazón de los lectores.


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Los poetas Luis Hernández Rubio y Diego Muñoz publican 'La herida del tiempo'
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