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Ignacio de Valle
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Ignacio de Valle (Foto: Javier Oliaga)

Entrevista a Ignacio del Valle, autor de “Soles negros”

“El escritor debe escribir sobre el conflicto”

Por Javier Velasco Oliaga
lunes 22 de febrero de 2016, 11:23h

Han tenido que pasar seis años para que el escritor asturiano Ignacio del Valle retomase a su personaje más conocido, Arturo Andrade. En este tiempo ha publicado una colección de relatos y el thriller “Busca mi rostro” que fueron acogidos con gran éxito de crítica y público. Ahora retoma a su protagonista que había dejado un poco apartado pero con el que piensa seguir bastante tiempo.

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Ignacio del Valle
Ignacio del Valle (Foto: Javier Oliaga)

La idea de Ignacio del Valle es alternar un libro de la serie de Andrade con otro de distinta temática. Con su protagonista continuará contando la historia de España a su manera, probablemente hasta los años ochenta. Fijándose, siempre, en acontecimientos bastante desconocidos como hace en “Soles negros” o en algún tema que le apasione. “Necesito un tema que me obsesione para poder escribir. No quiero escribir por escribir”, nos confiesa en la entrevista que mantuvimos en la sede de su editorial.

Cuando se encontró con el tema del libro, parecía un caso aislado. Comenzó a tirar del hilo y comprobó que hubo muchos niños robados a las presas republicanas en la posguerra española. “Este hecho apenas había sido novelado. Era muy poco conocido”, apunta el escritor ovetense. Aquella sociedad estaba “hiperideologizada” y había una fuerte lucha interna por el poder entre los diversos sectores del régimen franquista. “Hasta tal punto, que Franco sufrió unos cuarenta atentados, la mayoría de ellos por elementos falangistas”, nos desvela el autor.

“El escritor debe escribir sobre el conflicto, que puede ser histórico o personal. Dentro de nosotros siempre hay conflicto, es la esencia de la condición humana”, apunta Ignacio del Valle durante la entrevista. Y en este caso, el conflicto son los niños que fueron comprados por matrimonios afectos al régimen.

El protagonista de “Soles negros”, Arturo Andrade, fue militar en la División Azul; posteriormente vivió la caída del ejército nazi en Berlín, pasó un tiempo encarcelado por los británicos y regresó a España como un héroe y es destinado al SIAEM (Sección de Información del Alto Estado Mayor) en una población extremeña, centro de la resistencia anarquista y es allí donde se topa con el caso de estos niños que son robados sin dejar rastro.

“La mayoría de la gente desconoce lo que el Estado tiene escondido bajo las alfombras. Ahora es el momento adecuado para hablar de estas barbaridades. Ha pasado suficiente tiempo para sacarlo todo y como ciudadano estoy convencido de que vivimos una oportunidad histórica para cambiar el país”, afirma sin asomo de dudas el autor asturiano. Todo comenzó en 1937. Las cárceles se llenaban de mujeres con sus hijos, mientras sus maridos luchaban en el bando republicano. El conocido psiquiatra militar Antonio Vallejo-Nájera, “una auténtica bestia parda del régimen franquista”, según Ignacio del Valle, hizo investigaciones psiquiátricas con los prisioneros de las Brigadas Internacionales y dictaminó que existía “un gen rojo” que había que eliminar de los pacientes. De ahí que los niños fuesen separados de sus madres y se valió del conocido Auxilio social para reeducar a los hijos de los prisioneros republicanos. La otra opción era exterminarlos directamente.

El Auxilio Social adoctrinó a los niños tanto en lo religioso como en lo político y la adopción o proahijamiento era la otra opción. Así se promulgaron dos leyes ministeriales para legalizar el corpus de esta ignominia. La primera de las leyes dictaminó que los niños sólo podían estar con sus madres hasta los tres años y la segunda legalizó que se les podía cambiar el apellido siempre y cuando los niños no se acordasen de sus padres. “Fue un revanchismo despiadado, un festín de carne humana”, proclama.

“Fue un negocio impresionante, ya que la demanda era mayor que la oferta y se llegaron a pagar sumas de más de 10.000 pesetas de la época”, cuenta el autor de Soles negros que no ha salido a la luz hasta hace muy poco. “Cuarenta años de dictadura y que apenas queda documentación escrita o testimonios, han dificultado que estos hechos salieran a la luz”, diagnostica. En su opinión, “son 30.000 niños, tirando por lo bajo los que fueron robados y de los que no queda documentación escrita porque todo se legalizó”.

Para escribir su última novela, estuvo documentándose y cruzando datos unos seis meses. Después se puso a escribir, pero continuó su labor de búsqueda de datos. “Yo suelo escribir por partes y luego las uno. Pero cuando comienzo el proceso de escritura sé cómo es el principio y como va a terminar. Procuro tener un mapa de lo que va a suceder, pero siempre procuro dejar un cierto margen a la improvisación”, especifica. También cree “que el escritor tiene que trabajar mucho el lenguaje para que la novela sea fácil de leer”. Otra cosa que se nota mucho es su escritura es lo bien que trabaja a los personajes. “Antes me interesaba más cómo los héroes cambian la historia, ahora me interesa más cómo cambian interiormente los héroes”, revela.

El protagonista, Andrade, ha evolucionado en las cuatro novelas que ha escrito hasta la actualidad. “Andrade ha crecido conmigo; son ya quince años juntos y como dicen por ahí, con la madurez, la vida te va achicando espacios. Así es que la intención es que vaya evolucionando durante todo el siglo XX”, nos anticipa. Con Andrade ha aprendido que hay muchos héroes anónimos en nuestra historia por eso reivindica a estos héroes. Cree que Andrade es un sentimental. “A veces lo planteo como una persona de corazón delicado y manos de carnicero

“Nos da vergüenza nuestra propia historia. No tiene sentido ese flagelamiento histórico al que nos sometemos. Aquí, nuestro sistema educativo tendría mucho que decir”, refiere y añade “en Francia consideran que la cultura es un pilar de la educación”. Por supuesto que no defiende las barbaridades cometidas, lo que defiende es el heroísmo de unos personajes que lucharon en condiciones desfavorecidas. “De todas formas, nuestros gobernantes, tontos no fueron, ya que mantuvieron el mayor imperio del mundo más de tres siglos”, concluye Ignacio del Valle.

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