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"No me rindo. Sin miedo contra Eta y frente a la cobardía política" de Santiago Abascal (con Gonzalo Altozano)

Por Alfredo Crespo Alcázar
martes 08 de noviembre de 2016, 08:19h
No me rindo. Sin miedo contra Eta y frente a la cobardía política
No me rindo. Sin miedo contra Eta y frente a la cobardía política

Uno de los grandes referentes de la rebelión cívica contra la barbarie terrorista de Eta ha sido y es Santiago Abascal Conde. Siempre en la vanguardia de la defensa de las libertades en el País Vasco, resulta interesante conocer su punto de vista sobre el “final de Eta”, expresión deliberadamente ambigua y retórica.

En efecto, Eta ha cesado sus actividades armadas pero su ideología excluyente y totalitaria permea en la sociedad vasca. Por ello, cuando se afirma con un superávit de optimismo que la aludida banda terrorista no ha conseguido ninguno de sus fines, a pesar de sembrar el terror durante décadas, tal aseveración no refleja la realidad. El odio hacia el disidente, al que se califica como enemigo, se mantiene intacto entre amplios sectores de la sociedad vasca. La agresión a dos guardias civiles y a sus parejas en la localidad navarra de Alsasua (y la respuesta oficial de algunas instituciones vascas) así lo corrobora. Además, como condena Abascal, en muchos pueblos del País Vasco y de Navarra los homenajes a los etarras forman parte del paisaje.

Abascal empieza de manera contundente su obra, describiéndonos la catadura moral y la cobardía del asesino etarra Henri Parot y el error de haber puesto fin a la “doctrina Parot”. Al respecto, no tiene complejos a la hora de criticar al gobierno del PP (recordemos que fue el partido en el que militó durante décadas) por no haber hecho nada para revertir la situación, siguiendo así el modus operandi que caracterizó a la suelta del etarra Bolinaga. Este cúmulo de anormalidades, que iban en contra de las ideas que el Partido Popular había defendido históricamente, provocaron que Abascal lo abandonara, no sin antes enviar una carta al diario El Mundo en la que aclaraba su proceder.

Abascal aprovecha la obra para recordarnos algunas de las estrategias que empleaba Eta para justificar los asesinatos de todo aquel que no comulgaba con su nacionalismo obligatorio. Al respecto, destacan las acusaciones (falsas) de colaboracionismo con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o de ser traficantes de drogas. Muchas de esas víctimas se caracterizaban por sus orígenes humildes; en algunos casos, el autor mantuvo relaciones de amistad con ellas.

Abascal, igualmente, rinde tributo a uno de los referentes del PP en el País Vasco: Gregorio Ordóñez. Con él, los populares dejaron de ser una fuerza testimonial en Euskadi para convertirse en una alternativa tangible de gobierno. Consecuencia de la valentía con que se enfrentó a Eta, desenmascarándola en repetidas ocasiones, la banda terrorista lo asesinó el 23 de enero de 1995. Sin embargo, su legado se transmitió y fue recogido por una generación dirigentes como Carlos Iturgaiz y María San Gil, gracias a cuyo desempeño, el PP amplió notablemente sus bases sociales y electorales.

Por tanto, la obra adquiere un valor fundamental porque nos acerca la trayectoria del PP (y de Alianza Popular) en el País Vasco (donde llegó a ser la segunda fuerza política) así como las estrategias seguidas por el PNV (repetir argumentos, no desarrollarlos) y de Rodríguez Zapatero quien, bajo el punto de vista del autor, aspiraba a crear un relato sobre el final de Eta sin vencedores ni vencidos. Esta última idea, desgraciadamente, goza de innumerables partidarios en la actualidad, lo que por ejemplo genera un menosprecio hacia la labor de la AVT, en particular de sus pioneras (Sonsoles Álvarez de Toledo, Ana María Vidal e Isabel O´Shea).

Junto a ello, Abascal también nos acerca a uno de los actores cuya conducta demostró ser más miserable: el obispo Setién. Las actuaciones de este “siervo de la Iglesia” se definen por sí mismas: desde prohibir la bandera de España en los féretros de los guardias civiles asesinados, hasta ofrecer los bajos de la iglesia a las madres de etarras. Dicho con otras palabras, alteró los roles de víctimas y victimarios, previa manipulación del lenguaje.

En definitiva, una obra honesta y necesaria, escrita en defensa de unas convicciones éticas que deberían ser el eje fundamental sobre el que se escriba el verdadero relato de lo que ha sido e implicado Eta. Humanizar a sus víctimas y exigir justicia tendrían que ser patrones innegociables; desviarse de los mismos, una forma de envalentonar al terrorismo nacionalista liberticida, cuya vigencia y protagonismo se ha institucionalizado.

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