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Metáforas
Metáforas

Metáforas locales, ampliaciones de la conciencia

Por Eduardo Zeind Palafox
viernes 28 de abril de 2017, 17:22h

No hay libertad absoluta, pero sí grados de libertad. El esclavo con gran imaginación literaria es más libre que el neoyorquino atado a la ambición monetaria. Poetizar lleva a la ataraxia, mas no el acumular riquezas que pueden ser robadas o maltratadas.

La libertad, que no es absoluta, es mayor o menor según las metáforas que usamos, que pueden ser locales o ajenas. Desventurado el joven que viviendo en la naturaleza, digamos cerca del río, piensa con metáforas traídas de Londres. El agua del río que cada día ve, así, se transforma en plata, o en rieles, o en algo que no está cerca. Ver lo que no existe no es imaginar, sino urdir espejismos.

En cambio, el joven que halla metáforas contemplando lo que está cerca, semejanzas, vive entre tesoros inagotables. El río no es para él plata, sino algo relacionado con el cabello de alguna vecina. ¿No es fantástico que nuestra vecina sea agua que nos refresca y el río voz que nos enamora?

Metamorfosear es uno de los actos más humanos, pues es metafísico. Sin metafísica, es decir, sin ideas sobre la psique, sobre el cosmos y sobre lo divino, seríamos simples máquinas que registran datos verificables.

Si sólo pudiéramos verificar datos, mas no relacionarlos con otros espontáneamente, no existiría la poesía, el arte, y nuestro aparato sensorial sería harto pobre, tanto, que sólo captaría lo acostumbrado por nuestros más lejanos antepasados. Sin arte nuestras imágenes del planeta serían primitivas.

Crear metáforas es enriquecer la conciencia. Tejer discursos con el verde del árbol, el blanco de la nieve y el rojo de la sangre ("silogismos de colores", diría Sor Juana), además de ser noble labor porque incita el espíritu científico, analítico, adereza la apercepción, esto es, separa precisamente todo lo que percibimos de eso que llamamos nuestro "yo".

Decía Thoreau, quien inspira estas líneas, que primero debemos ser individuos, conciencias, y luego ciudadanos. Siendo primero individuos aumentamos nuestra libertad, la divergencia de la opinión. ¿Y para qué sirve que todos opinen distintamente? Para llegar a la verdad, que no puede esconderse cuando miles de ojos la afanan. Cuando todos opinan lo mismo, se sabe, la verdad se disfraza de consenso y a todos confunde.

Todo lo mentado nos sugiere lo siguiente: las categorías intelectuales de la sociología están en las metáforas culturales, y no en el léxico científico o en la lógica, que parece universal.

Las palabras de la ciencia matan mitos, y las palabras de la lógica todo lo desecan. Con ciencia se llega a la certeza económica, histórica, pero no a la humana. Con lógica se hacen conceptos que sirven para conocer la realidad, pero no lo humano. ¿Qué es lo humano? Ni Aristóteles ni Nietzsche ni Marx ni Kant han dado una definición satisfactoria, como dice Martin Buber, mas nosotros despachamos la siguiente: lo humano es aquello que puede descifrar el lenguaje de la naturaleza.

En las metáforas culturales, es decir, no científicas ni lógicas, encontramos el lenguaje de la montaña, del mar, del cielo, de la selva. ¿En qué se transforman las nubes cuando el marinero padece angustias? ¿En qué se transforma la nieve cuando el montañés sufre hambre? Citemos unos versos de Hughes que bien ejemplifican la cuestión: "Hold fast to dreams,/ for when dreams go/ life is a barren field/ frozen with snow."

Descifrar el lenguaje de esos sitios es un "quehacer auténtico", diría Thoreau, acto por el que toda persona debiera renunciar a lo frívolo.

Los versos del poeta que escruta las olas del mar y el libro de filosofía que escruta la conciencia son más útiles que cualquier empresa materialista. Dicho "quehacer auténtico" descubre lo que realmente es natural, la naturaleza, que es la única guía que en el mundo tenemos.

Atender los vientos no sólo nos enseñará física, sino también arte. El viento es voz entre los árboles. Esa voz, incrementando nuestra sensibilidad, incrementa nuestros poderes científicos. Los científicos más agudos son, lo quieran o no, artistas, o al menos poseen sensibilidad de artista.

Descubriendo la naturaleza de las cosas destruimos la maquinaria ideológica que nos domina. Los abismos que vemos al nadar en el mar son abismos prefigurados por Shakespeare, es decir, hechos con metáforas inglesas. Tales metáforas son un sistema estético inglés, ojos ingleses en cabezas alemanas, veracruzanas, etc. Es, dijimos, un sistema estético, algo que fácilmente confunde lo bello con lo bueno.

Educar, dice Thoreau, es actividad revolucionaria. Educar, apuntemos, es educar hombres libres. Libres, capaces de bregar contra cualquier sistema estético. Cualquier palurdo puede criticar la basura que acarrean los periódicos, las revistas, etc., pero pocos pueden rastrear en el arte de Joyce o de Emerson o de Thoreau ideologías o sistemas metafóricos imperialistas.

¿Y no es todo imperio una fuerza que pretende hacer que lo humano, que es múltiple, esposa, madre y amante, por ejemplo, sea simpleza predecible?

Aniquilar las metáforas lejanas, imperantes, multiplica lo humano. En la montaña somos montañeses gracias a las metáforas de montaña, gracias a que lógica y ciencia se esparcen por doquier para que captemos la voz de las alturas. En el mar somos marineros merced a las metáforas marítimas, a las olas que no hablan de números, sino de ritmos. Thoreau, para librarse el imperio norteamericano, dijo: "Un gramo de oro puede dorar una gran superficie, pero no tanto como un gramo de buen juicio".–

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