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Diario del caminante
Diario del caminante

"Diario del caminante"

Por Ricardo Martínez-Conde
jueves 08 de junio de 2017, 08:18h

Los elementos atmosféricos -el viento, la lluvia racheada- dotan a la noche de una naturaleza distinta a la suya propia. La hacen más dúctil, más inmediata, más sugeridora (Le otorgan una sustancia tan humanizada que es difícil no sentirse vinculado a lo que pudiera ser su sentimiento, tal vez su pensamiento) El que camina a través de una noche así percibe su propia realidad de un modo inexcusable, por lo que es fácil que surjan aquellos supuestos, aquel gesto -altivo, escrutador- que ha venido en conformar nuestra memoria.

La aurora es el inicio del litigio: por el color, por la forma, por el código ajeno de símbolos que definen la vida de lo otro, del otro. Equivale a la lucha que anida en todo gesto de vivir, en toda percepción, que es, al fin, el destino del caminante.

* * *

Al percibir aquel olor tan intenso, miré a ambos lados y vi, a mi izquierda, un pequeño camelio que tenía algunas flores caídas en su entorno. Ahora bien, a menos que haya un pacto establecido del camelio con la noche, no podía provenir de ahí el aroma intenso, dulzón, esquivo entre los edificios, mezclado con el aroma indefinible y fresco del próximo amanecer. Fué para mí una visita inesperada y placentera que iba más allá del mundo concreto de las cosas para adentrarse (para adentrarme) en el de las sensaciones ¿De dónde provenía?; como tantas cosas.

* * *

La noche es tan grande que no hay miedo a perderse, pues su grandeza está también en su acogimiento. La noche parece que pensase, y tuviese voluntad, y su pretensión fuese coincidente con quien pasea: reparar en las cosas, acompañar el silencio palpitante, buscar el mar...

La noche es la amante más permisiva donde es dado esperar todo gozo o toda compañía sin palabra alguna mientras se espera sin saber qué.

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