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"La representatividad de la literatura" por Edvardo Zeind Palafox

Por Eduardo Zeind Palafox
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
William Faulkner
William Faulkner
"Mas cuanto el mal está más encumbrado", dice un verso de nuestro Acuña, y el mundo más confunde la incoherencia con la imaginación y la tolerancia con el desdén, tanto más los científicos deberían estudiar historia, hontanar no sólo de experiencias, sino también de verdades, que se distinguen de las experiencias porque no están atadas al mundo, porque no dependen de condiciones contingentes, con lo que quiero decir de los caprichos de unos cuantos con el poder suficiente para tornar asombradizo al que nunca había sabido qué es la incertidumbre.
Importa la verdad, no los hechos, diría sucintamente un escritor norteamericano llamado Faulkner, hombre que hizo una obra en la que Borges ha leído o creído leer la urdimbre del espíritu norteamericano, que posiblemente también esté plasmado en la poesía de Walter Whitman, canto que nos es asequible a los que no parlamos fluidamente el idioma inglés por conducto de las esforzadas traducciones de León Felipe, que sostiene que somos caballos olvidadizos que ya no recuerdan el último obstáculo superado.

Y se preguntará el amable lector por los motivos por los que ensarto tanta cita; y se cuestionará por la validez de este texto, por su veracidad científica. Pero yo os digo con contundencia militar que sólo el eclecticismo es capaz de sustentar batalla contra el dogmatismo, raíz de la obcecación, causa de la necedad política, que últimamente es necedad científica. Saben bien mis lectores que por vivir en el mundo de "acá" he tenido que recibir una aceptable formación marxista, acaecer accidental, y que además gusto mucho de los clásicos de "allá", ya castellanos, ya griegos y latinos. Día a día en mí se vive una lucha entre "antiguos" y "modernos", por lo que he podido ceñirme a creer que a través del arte podemos aprehender las señeras culturas que componen el mundo, que disponen al hombre y que aleccionan al sociólogo que se cura de observar kantianamente los alrededores para leer en ellos fenómenos como se leen las palabras de las proposiciones, que también son alrededores, como enseña Wittgenstein.

La tradición, es decir la economía política, me ha forzado a sopesar las obras de Lope de Vega, y sobre todo una llamada `La dama boba´, moderna por el nombre y antigua sólo por el metro usado; en tal obra Laurencio nos dice:

"Hermoso sois, sin duda, pensamiento,
y, aunque honesto también, con ser hermoso,
si es calidad del bien ser provechoso,
una parte de tres, que os falta siento".

Con ojos orteguianos, o sea, más vitalistas que racionalistas, diría que en tal poesía se explica la carencia de ciencia en España. Pensar es bello, fenómeno estético, sí; lo bello, claro, es honesto, ¿pero es el pensar un acto de provecho? Dirá el lector orteguiano que no, que no para el español. Platón, que mal llegó a España a través de Prisciliano, de mozárabes, de semíticos, de albigenses y valdenses y lulianos, innovadores todos, según cuenta don Marcelino en sus `Heterodoxos´, enseñó que la virtud se alcanza dándonos a la belleza, a la bondad y a la verdad; luego, España no es virtuosa, y tampoco lo serán los países que ha conquistado a golpe de artísticas espadas y morales cristianas, mas no de pólvora precisa. No será, así las cosas, la Argentina virtuosa, sincera, pues su gran literatura, la gauchesca, ha brotado del plectro de hombres de levita que se disfrazaron con falsos ponchos de gauchos para darse el gusto de hablar como el pueblo, fenoménica y no gramaticalmente.

El crítico Ángel Rama ha renegado de la poca "representatividad" que muchas literaturas americanas tienen. ¿Qué es la "representatividad"? ¿La "caballidad" representa al caballo, como quería Platón? ¿La "humanidad" representa al humano? ¿La "representatividad" representa a lo representado? ¡Vaya juegos del lenguaje que jugamos! Antes meditemos en la "plasticidad" que en la "representatividad", y quitemos las comillas. Martha Nussbaum, aristotélica, más amiga de la ciencia que de la reminiscencia, ha demostrado en su libro `Justicia poética´ que es menester alejarnos del cientificismo y del escepticismo cuando leemos una obra literaria. ¿Por qué? Porque en ella habrá verdad y ficción; porque en la ficción hay imaginación pura y recreación; porque en toda recreación hay historia real e historia ideal; porque en toda idealidad hay materiales pictóricos y auditivos, y porque en todo sonido hay interjecciones y onomatopeyas, si nos ceñimos laxamente a las teorías de Schelling, que son las que conozco.

Toda la urdimbre que compone una obra de arte se le oculta al lector ingenuo, de poco juicio; y tal ocultamiento impide toda comprensión honda, achaque que causa que a las culturas indígenas, "otras", se les mire "como si estuviesen danzando dentro de una muralla o al borde de un abismo", citando una línea de `El zorro´, de Arguedas, que pretexta la serie de cinco artículos que el presente culmina. Decíamos que desvariamos y tildamos de atrasadas a las obras de arte que carecen de verdad, de bondad y de belleza, o por mejor decir, a las que no contienen tan magnos ingredientes. Nos complacemos leyendo la batalla entre Alifanfarón de Trapobana y Pentapolín del Arremangado Brazo que narra el Quijote porque en la tal hay ciencia histórica, gracia estilística y sentimientos bondadosos, porque nuestra "nobleza de nervios", según expresión de Ortega, ha sido hecha con hilos platónicos, o idealistas, alemanes, románticos.

¿No lleva el Quijote, advierte el perito Rafael Cansinos Assens, buena cantidad de sangre goda, nórdica? ¿No es la estirpe nórdica eminente en concebir mitologías, brujas, encantamentos? ¿No ha dicho el gran comentador Alberto Gerchunoff, argentino, que sin Quijote no hay América? Concluyo sosteniendo que sólo los latinoamericanos serán capaces de leer honestamente la obra de Arguedas, `El zorro´, libro que leí y releí, libro que me movió a preguntar por la continuidad de la tradición a la que pertenezco, la española, y por el futuro del hombre americano del jaez de Arguedas o de Rama, que es un "zorro de arriba" cuando anda en América y un "zorro de abajo" cuando visita Europa.

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