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Deseos de ser Manilla

XXI Premio de Poesía Generación del 27

Por José Joaquín Bermúdez Olivares
lunes 03 de junio de 2019, 11:00h
Suavemente ribera
Suavemente ribera

Yo, que conozco a Manilla, me abstendré de hacer una crítica biográfica o, menos aún, psicologicista de su más reciente libro ‹‹Suavemente ribera›› (*), colección de 56 poemas divididos con gran precisión en cinco partes de ocho piezas y una central de catorce, enmarcadas por un prólogo y un epílogo. Buena será dejar constancia de sus epígrafes: Impromptu, Suavemente ribera, Caminos de la tarde, Espacios despoblados, Tierra extraña, El tambor de la noche, Del lado de la aurora y Por la llanura del tiempo.

Antonio Manilla (León, 1967) es un escritor polifacético, que ha publicado biografía y ensayo, colabora regularmente en Diario de León y es autor de ocho poemarios que cuenta, prácticamente, por premios. En mi opinión, con Broza (2013) alcanzaba una primera madurez, y con este Suavemente ribera que nos ocupa llega a una segunda, cumplido el medio siglo —quién sabe si confesado a medias en este libro—. Aprovechemos un párrafo de la contracubierta para situar inicialmente la obra: ‹‹Vemos sucederse las páginas en blanco de los días mientras llega el anochecer de todo un mundo (…) transformado en secreto infierno (…) ante la perspectiva de la muerte. Cuanto avanza hacia la inexistencia tiene cabida en estas páginas en las que el curso epigramático del tiempo revela (…) la voz de cuanto se está apagando. Y con ella, la esperanza de otra y nueva luz.››

Una cierta comodidad etiquetadora ha hecho recaer en la poesía de Manilla el término ‹‹ruralismo››, simplificador cuando no peyorativo, con el que no estamos de acuerdo. En todo caso, este libro nos habla de tiempo mucho más (aunque también) que de espacio, y ese espacio puede ser urbano (páginas 14, 26, 48, 90) además de rural. El libro es nítido en esa presencia del tiempo: el motivo inmutable es la muerte, reza el primer verso; la patria sin fronteras de la muerte, dice el último, y entretanto: Una ficción de tiempo detenido (p. 14), Este pasar y estar al mismo tiempo (p. 33), Vivir es ir hacia la muerte andando (p. 63). Tanto se impone ese ‹‹motivo inmutable›› que (nos permitirán la licencia), podemos desordenar los versos y el mensaje se mantiene. Manilla acierta casi siempre con el último verso, sabedor de que hay un cementerio para los poemas que empiezan con un primero deslumbrante para ir perdiendo poco a poco consistencia: construyamos una estrofa imaginaria con algunos de esos cierres:

Libre al fin en sus cárceles de espacio... (p. 26)

El amable desdén de la belleza… (p. 28)

El universo entero cabe en ellos… (p. 32)

Este pasar y estar al mismo tiempo… (p. 33)

Acumular citas suele ser síntoma de que hay poco que decir de un libro, no es el caso. Este poemario interpela al lector (al menos a este), duele a veces y siempre admira, de ahí esos ‹‹deseos de ser Manilla›› del título. Poeta siempre, es clásico cuando quiere: ‹‹Ahora que deja el véspero en la fronda›› dice en el significativamente llamado Ananké (figura mitológica griega, madre de las Moiras —las parcas latinas—, representa la inevitabilidad, la necessitas, el destino). Y le brotan espontáneos, esa espontaneidad que le da al poeta el trabajo ímprobo y el oído agudo, formas métricas precisas: octosílabos y endecasílabos, alejandrinos como en Casa en solar ajeno (Demotanasia), término este de feliz invención. Pero no creemos que preocupe a Manilla solamente la forma, y es hora ya de preguntarnos qué le preocupa —y a partir de aquí pueden ir al libro pues lo que sigue es puramente subjetivo—. Entender un libro es (nos parece), sobre todo entender las obsesiones de su autor y relacionarlas con las nuestras: no en el sentido ingenuo de la ‹‹identificación›› por el cual los jóvenes solo pueden leer obras de otros jóvenes, las mujeres de otras mujeres, los culturalistas (o culturistas) de sus homólogos. Se trataría de comprender el estímulo que desencadena la escritura y de bucear en nuestra propia debilidad para comprobar cómo cada sensibilidad se las arregla ante el espectáculo del mundo. Manilla es dado a dar la vuelta al lugar común, a los temas, tropos y topoi tradicionales (huerto inconcluso dice en página 55); un poco por juego y un mucho por mirar más allá (es poeta de la mirada además de serlo de la palabra).

Es indudable que este libro nos habla de pérdidas, sean personales o materiales, de vidas o de paisajes; y sin embargo supera la mera crónica de la ausencia con un fondo estoico que se confiesa con tanta claridad como pudor: a cierta edad, el gris es un color alegre… Como un alivio de luto —también por esos pueblos desiertos, casas en ruinas, jardines baldíos— ante la certeza de que no hay pérdida definitiva porque (citamos): el cementerio ¿es meta o salida? Yo creo que es salida, y por ello contemplo con respeto el dolor de la voz poética, sus desesperanzas y luchas con el tiempo no avaricies otra cosa que el tiempo que fluye entre tus dedos…, y estoy seguro de que el autor será manilla que abre puertas (en primer lugar a nuestro asombro ante la belleza de su versos) y ventanas a la luz, a la paz y a la esperanza. Que así sea y que ustedes tengan deseos de ser (y de leer a) Manilla.

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