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Lección de anatomía del doctor Nicolas Tulp (Rembrandt, 1632)
Lección de anatomía del doctor Nicolas Tulp (Rembrandt, 1632)

El médico de don Quijote

Por Luis Miguel Román Alhambra
Por Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan
jueves 11 de junio de 2020, 17:00h
Cuando Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población.
  • Detalle del folio 81 del Libro de Actas y Acuerdos 1599-1609 (AHMASJ)

    Detalle del folio 81 del Libro de Actas y Acuerdos 1599-1609 (AHMASJ)

Algunas enfermedades no eran bien conocidas, especialmente las que afectaban a los niños, siendo estudiadas por los médicos más importantes del momento, publicándose libros sobre el conocimiento y la forma de tratarlas. Los aspirantes a médicos debían formarse como bachilleres, cursar cuatro años de Medicina y tras dos años de prácticas y superar un examen teórico y práctico podían ejercer su profesión. Aunque las villas les asignaban las mejores casas o una cierta cantidad para sus costas, los servicios que prestaban tenían que ser pagados por los propios enfermos, lo que impedía su presencia en aldeas o villas muy pequeñas.
Una de las causas frecuentes de muerte se producía durante la gestación y en el parto, tanto del niño como de la madre. Esta causa no era ajena a los niveles más altos de aquella sociedad, donde asistían los mejores médicos, como podemos ver en la causa de la muerte de las dos primeras mujeres del rey Felipe II. María de Portugal muere a los pocos días de haber dado a luz al príncipe Carlos y su segunda mujer, Isabel de Valois, al sufrir un aborto a los cinco meses de gestación. En el Quijote, Cervantes refleja también el entorno sanitario español, y en especial este problema sanitario. Cuando el cabrero está contando a don Quijote la historia de Marcela dice que su padre “el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en estos contornos…” (Q1, 12). Aquí relata la muerte de de la madre de Marcela durante el parto y en el segundo Quijote, el labrador de Miguel Turra dice ser viudo “porque se murió mi mujer, o, por decir, me la mató un mal médico, que la purgó estando preñada”, (Q2, 47).
Llamar al médico no era frecuente en las casas humildes, la gran mayoría, y solo se hacía en extrema necesidad, cuando los ungüentos y pócimas caseras no tenían el efecto deseado. Estos remedios eran muy conocidos y utilizados. Cervantes los conocía y los utiliza en la historia del ingenioso hidalgo manchego. Don Quijote llega a casa molido a palos y casi sin poder moverse, después de su primera salida que lo llevó a la venta. En lugar de pedir que llamasen al médico, les dice a su ama y sobrina “… que vengo mal ferido por culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho, y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate mis feridas”. ¡Por culpa del tropiezo de Rocinante y de los muchos palos que recibió ya en el suelo a manos de uno de los mozos de mulas de los mercaderes toledanos! Son el ama y su sobrina, el cura y el barbero, quienes lo examinan en la cama y al no verle heridas simplemente lo dejaron descansar. Seguro que de haber tenido alguna, quizás habrían aplicado sobre ella algún ungüento casero, como el que le aplicó uno de los cabreros a la oreja de don Quijote, con quienes pasó la noche después de que el vizcaíno le cortase la mitad de la oreja en las cercanías de Puerto Lápice:
“[…] y viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad.” (Q1, 11).
La pomada que el cabrero hace en su boca, masticando un poco de romero, tiene las propiedades antisépticas de la planta y de la saliva, que mezclada con un poco de sal ayudaría a cicatrizar la herida de la oreja de don Quijote. Antes había sido el propio Sancho Panza quien viendo la “mucha sangre de esa oreja” hizo la primera cura con unas “hilas y un poco de ungüento blanco” que llevaba en las alforjas.
Pero el bálsamo más famoso de todos es el cervantino bálsamo de Fierabrás “del quien tengo la receta en la memoria, con lo cual no hay que tener temor a la muerte, ni pensar morir de ferida alguna”, decía don Quijote. Simplemente se componía de aceite, vino, sal y romero. Componentes naturales con resultados sobrenaturales, solo para don Quijote. Un bálsamo que “con solo una gota se ahorraran tiempo y medicinas”, aunque luego en la venta de Sierra Morena no sentó igual de bien a amo como a escudero.
El lugar de don Quijote contaba con al menos un médico. A él recurren cuando don Quijote “cayó malo” después de llegar a su casa desde Barcelona, donde había sido derrotado en su playa por Sansón Carrasco disfrazado del Caballero de la Blanca Luna. No tenía heridas ni fracturas, pero la fiebre durante varios días no indicaba nada bueno que una pócima o bálsamo pudiese curar:
[…] porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del Cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama […] Llamaron sus amigos al médico: tomole el pulso y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyolo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. (Q2, 74)
Alcázar de San Juan, el lugar de don Quijote, la villa con más habitantes de la comarca cervantina cuando Cervantes estaba escribiendo su primer Quijote, unos 9.000 habitantes, contaba con el servicio de varios médicos. En 1601, ante las nuevas enfermedades que estaban padeciendo sus vecinos sus alcaldes y regidores se reúnen en la torre del ayuntamiento para “prover y praticar las cosas tocantes y convenientes al bien publico” y “[…] dixeron que atento que esta villa es de mucha vecindad y que puesto ay algunas enfermedades no conocidas de cuya causa los médicos que las curan no las conocen [acuerdan] traer un médico de fama y asista en esta villa para curar las dichas enfermedades” (AHMASJ). En el acta nombran a cuatro comisarios, entre los alcaldes y regidores, para que hicieran las diligencias oportunas para traer a dicho “médico de fama” y tratar su salario. Al margen del folio 81 se puede leer: “Para buscar medico”.
Médicos, cirujanos, barberos, matronas y boticarios estaban al cuidado de la salud del cuerpo de los alcazareños a principios del siglo XVII, uno de estos médicos, quizá el de mayor "fama”, fue el que con solo tomarle el pulso a don Quijote barruntó su muerte. Como en el aspecto geográfico, también en el sanitario la novela se ajusta a la realidad que se vivía en Alcázar de San Juan a principios del siglo XVII.
Hoy, cuatro siglos después, hay que destacar el interés de aquellos alcaldes y regidores alcazareños por el “bien público” de sus vecinos, al entender conveniente que en una villa con tanta vecindad le asistiese un nuevo médico con mayor formación y experiencia en nuevas enfermedades. Hoy esta comarca cervantina está padeciendo especialmente la pandemia del Covid-19, y, nuevamente, los mejores médicos y sanitarios que componen el Hospital Mancha Centro de Alcázar de San Juan han luchado con verdadero espíritu quijotesco, ¡con la locura más cuerda jamás vista!, contra esta “enfermedad no conocida de cuya causa los médicos que las curan no la conocen”. Son nuestros grandes “sanitarios de fama” del lugar de don Quijote, reconocidos con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020 junto con el resto de sanitarios españoles. La Fundación, que recibe las candidaturas y elige a los premiados, justifica su decisión por el “[…] espíritu de sacrificio personal sobresaliente a favor de la salud pública y del bienestar del conjunto de la sociedad, se han convertido ya en un símbolo de la lucha contra la mayor pandemia global que ha asolado a la humanidad en el último siglo […] expuestos a una alta y agresiva carga viral, su entrega incondicional, haciendo frente a las largas jornadas de trabajo sin contar, en ocasiones, con el equipamiento y los medios materiales adecuados, según quejas de organizaciones profesionales y sindicales del sector, representa un ejercicio de vocación de servicio y ejemplaridad ciudadana”. Nos han cuidado y curado sabiendo que sus vidas y la de sus familias corrían peligro, aún sin contar con las armas adecuadas, ¿no es esto el espíritu de don Quijote?
¡No es locura lo que han demostrado nuestros sanitarios, sino la más sana cordura que una persona puede tener!
¿No es más loco quien sabiendo que el virus es muy letal no toma las medidas políticas sociales y sanitarias para prevenirlo y combatirlo lo antes posible?
¿No es más loco quien sabiendo que los hospitales y sus sanitarios no cuentan con los recursos necesarios para esta pandemia no los compran a tiempo?
¿No es más loco quien toma la decisión de no llevar a nuestros mayores a los hospitales?
¿No es más loco quien falta a la verdad al ocultar la verdadera dimensión de fallecidos, solo por interés político?
¡Líbranos Señor de todos estos locos que creen estar tan cuerdos!
Luis Miguel Román Alhambra
“Llamaron sus amigos al médico: tomole el pulso y no le contentó mucho”.
Detalle del grabado realizado por Manuel de Macedo (BIQ)
“Llamaron sus amigos al médico: tomole el pulso y no le contentó mucho”. Detalle del grabado realizado por Manuel de Macedo (BIQ)
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