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"Los viajes de los reyes visigodos de Toledo (531-711)", de Rosario Valverde Castro

Editorial La Ergástula
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
miércoles 30 de septiembre de 2020, 00:30h
Los viajes de los reyes visigodos de Toledo
Los viajes de los reyes visigodos de Toledo
Las dos cuestiones básicas, que nos asaltan ante estupendo volumen son: ¿Cuántos fueron los viajes que realizaron?, y ¿cuál fue la cualidad y la motivación primigenia y final de todos estos desplazamientos?, más si pensamos la época en la que se desarrollaron estos itinerarios, y las limitaciones de desplazamiento y dificultades geográficas en que se produjeron.

Dentro de los pueblos germánicos, que se movieron de su lugar de origen, por la desaparición del Imperio Romano de Occidente, uno de ellos sería el de los godos occidentales o visigodos, los cuales desde las costas del mar Báltico se habrían dirigido hasta el limes del río Danubio; como aliados romanos llegarían a Aquitania, y tras su derrota en la batalla de Toulouse frente a los francos, en el año 507, se verían obligados a dirigirse al sur de la Septimania, ya en el año 531.

Los monarcas y sus magnates curiales se irán desplazando en un conjunto de desplazamientos espasmódicos, según necesitaban consolidar su idiosincrasia o preservar su tesoro, así llegarán hasta Toledo. Esta será su caput regni o urbs regia, pero desde ella se irán consolidando los linajes regionales, para ser una especie de correa de transmisión del primum inter pares; aunque en el caso del rey y su corte, esta será muchas veces itinerante, entre Barcelona y Sevilla, hasta establecerse en Toledo. Será Leovigildo, el todopoderoso y orgulloso monarca quien iniciará el denominado reino peninsular centralizado.

Los viajes regios son de tipo militar, de conquista frente a suevos, vándalos, alanos o bizantinos, o de enaltecimiento del propio poder del rey frente a sus condes o duques; y, como sería de esperar, Leovigildo es el paradigma de todo ello; ya tienen sus descendientes el espejo en el que mirarse. Su segundogénito y heredero será Recaredo I el Grande, que se convertirá al catolicismo romano desde el catolicismo arriano. Hasta llegar a un rey, que goza de todas mis simpatías, y se llama Wamba, monarca de fuerte identidad y personalidad, quien reinará en Toledo desde el año 672 hasta el 680; y tenemos una fuente deliciosa sobre este soberano, escrita por el obispo Julián de Toledo, que bajo el título de Historia Wambae regis, permite reconstruir de una manera encomiable el ritual, el boato, el ceremonial en suma, que rodeaba el desplazamiento de los reyes visigodos. La salida sacralizada por el obispo de Toledo, la marcha a la guerra y al combate, el regreso en triunfo, donde la masa aclama al monarca en las calles de la ciudad regia, aparecen ahora no como un lacónico suceder de campañas, sino como una historia viva y cargada de detalles.

Los monarcas se han rodeado de una aureola de proximidad con la divinidad; probablemente sus complejos de inferioridad conllevarán que se equiparen a los rituales cortesanos romanos y bizantinos. No se puede olvidar los abusos de la soldadesca, en determinadas ocasiones, cuando atraviesan las diversas localidades de Hispania. Todo ello es un cuadro vivo del devenir cotidiano del viaje, de la corte y del entorno del rey. Cuando el monarca se pone en camino, siempre va acompañado de duques, gardingos, próceres y espatarios, en función del lugar curial social que ocupen. La prof. Valverde Castro no se olvida, en ninguna circunstancia, del resto de personalidades cortesanas que también viajan, para extender el poder del soberano: los legados regios, y los viajes de las princesas que se van a matrimoniar para cerrar una alianza con otros reyes o magnates, lo que servirá para anudar un sello ineluctable entre diversos monarcas.

El libro se cierra, casi en forma novelada genial, con el malhadado año-711 en que se perdió España, cuando Roderigo sea derrotado por Tarik ibn Ziyad en la batalla de Guadalete. El entonces duque de la Bética, Roderigo, obtiene el trono tras la muerte de Witiza, y estando combatiendo a los vascones en Pompaelo, la urbe fundada por Gneo Pompeyo Magno, recibe la noticia del desembarco agareno. Rodrigo pretende dar lustre a su ejército y reafirmar su autoridad sobre el ejército. Según diversas fuentes, y por la traición de los witizianos, será derrotado y muerto en dicha batalla, bien ahí o en el río Barbate o en la laguna de La Janda. La seguridad de la victoria era inherente al soberano, quien llegó orlado de poder y riqueza. En un año, los mahometanos de Tariq llegarían hasta Toledo, y nadie podría defender ya la importante capital del Reino de los visigodos. En la Historia del rey Wamba se cita que el monarca visigodo iba siempre a caballo, en la retaguardia y nunca solo, sino acompañado de miembros del Aula Regia u Officium palatinum, quienes se encargaban de vigilar y custodiar a la persona del propio monarca; en ocasiones iban acompañados por sus hijos, si ya estaban en edad de luchar en batalla.

Ejemplos de asociación al trono son los de los príncipes Hermenegildo y Recaredo para Leovigildo, y Witiza para su padre Égica, de esta forma los hijos participaban ya en las tareas de gobierno. También nos aporta datos muy interesantes sobre cómo se comportaban los prelados en la época, uno de los más eximios es el obispo emeritense Masona, al que presiona Leovigildo para que abandone su fe católica y se convierta al arrianismo, pero el varón consagrado a Dios se mantenía firme en su respuesta e hizo saber al rey, que, una vez que había conocido la verdadera fe, ya nunca la abandonaría. En este caso, este prelado paradigmático se está comportando como un auténtico soberano, su conversión al catolicismo, determinará, ineluctablemente, la fe de su grey. En suma, fenomenal obra de la profesora de Hª Antigua de la Universidad Leonesa de Salamanca. In occasu saeculi sumus!

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