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Hikmah o la sabiduría
Hikmah o la sabiduría

Hikmah o la Sabiduría

Por Ángel Villazón
martes 03 de noviembre de 2020, 09:06h

Samarcanda había quedado atrás hacía ya casi dos meses. La caravana transportaba especias, como laurel, pimienta y azafrán, canela de la India, nuez moscada, clavo y vainilla. También jade y cerámica china.

Observé el cielo. La tarde presagiaba tormenta y se había cubierto de nubarrones grises. MI perro se detenía con frecuencia a oler los troncos de los árboles, para después iniciar una breve carrera y alcanzar al grupo.

Con un movimiento de las riendas hacía girar a mi montura para evitar algunas ramas bajas que se interponían en el camino. En uno de estos requiebros, vi en el suelo a un polluelo vestido de plumón blanco que piaba. Por su aspecto pensé que podía ser un ave rapaz, aunque no supe identificarlo. Miré hacia lo alto de los arboles cercanos tratando de descubrir algún nido o alguno de sus progenitores, pero no vi nada.

Pensé en las pocas posibilidades que tenía de sobrevivir si estallaba la tormenta. Detuve el caballo, descabalgué, cogí al polluelo, se acurrucó al calor de mi mano y lo metí en uno de los bolsillos de mi túnica.

Mientras seguía cabalgando me preguntaba qué tipo de ave podría ser, y como podía alimentarlo y protegerlo hasta que tuviera fuerzas para volar

Al cabo de unas horas llegamos a la ciudad, donde decidimos pernoctar y descansar unos días. La caravana pasó por debajo del arco hacia un gran patio interior, rodeado de un muro alto a modo de fortaleza. A su alrededor se encontraban establos, nichos y cámaras para los mercaderes, sus sirvientes y sus mercancías.

Descargamos de bultos a las bestias y los introdujimos en los nichos, y los animales los llevamos a los establos, donde dispusimos de agua y forraje para los caballos y camellos.

El encargado, nos proporcionó agua para nuestro consumo y aseo. Después de un prolongado baño, me dirigí a la cámara que me asignaron, saqué del zurrón un trozo de carne seca y con la ayuda de mi navaja, hice algunas hebras que le di a comer al polluelo. Repetí varias veces la operación y lo metí de nuevo en el bolso de mi chaqueta. Los siguientes días que pasamos repetí la operación. El polluelo parecía agradecerlo, pues ganó peso y su pico ya apuntaba al de una rapaz. Me despertó la curiosidad por el mundo de las aves.

Repasé en mi mente los conocimientos que tenía sobre pájaros, tratando de encontrar alguna imagen que me permitiera identificar qué tipo de rapaz era y el tipo de alimentación que debería de proporcionarle. Cuando llegue, me acercaré a ver algún experto en cetrería, o tal vez buscar algún libro sobre rapaces.

Escuché al polluelo piar. Habían pasado tres días. Lo saqué del bolsillo de mi túnica pues piaba desconsolado. Pedí que me trajeran unas hebras de carne y algo de agua. Se tranquilizó y se quedó de nuevo acurrucado en mi mano.

Al ver al polluelo, el encargado me trajo una caja de madera, algo de paja y algodón. Construí en el fondo de la misma algo similar a un nido, y lo deposité allí. En los próximos días mientras descansaba seguí alimentándolo y ocupándome de él. Presumía que podía ser un halcón. Fue cambiando poco a poco el plumón, por algunas plumas en las alas y en el pecho. El pájaro me reconocía y yo a él. Me servía de distracción y de estímulo durante el tiempo que pase allí.

Al cabo de unos días de descanso, nos despedimos y después de abastecerme de alimentos en las tienda, iniciamos de nuevo el camino.

Cuando llegamos a otra ciudad, al cabo de unos días, le cambie la alimentación, dándole solo trozos de carne fresca.

Me protegí el hombro izquierdo con una pieza de cuero y puse al halcón sobre el mismo. El polluelo ya iniciaba algunos aleteos queriendo volar.

Me alojé en una casa ubicada en un anillo interior de la parte amurallada de la ciudad, dedicado a viviendas y a comercios. Una vez instalado construí un nido en el interior de un pequeño tonel de madera que ubiqué en un árbol próximo a la ventana de la habitación.

Todos los días me desplazaba al centro de la ciudad, cerca de los cuarteles y del palacio. Tiendas y talleres ambulantes ofrecían todo tipo de productos confeccionados de llamativos colores y en ocasiones salía a contemplar la amurallada ciudad por el exterior, con mi caballo, con el perro, y con el halcón sobre mi hombro, que a veces aleteaba para mantenerse en equilibrio.

Una tarde me dirigí hacia la biblioteca de La Casa de la Sabiduría para instruirme en cetrería y buscar un nombre para el pájaro. Las alfombras hacían silencioso y confortable el caminar de las numerosas personas que se desplazaban por los pasillos. Tapices elaborados en colores muy llamativos y colgados de las paredes, hacían placentero el deambular por la Casa. Delicadas piezas de porcelanas chinas colocadas en peanas ubicadas en las entradas a las diferentes salas que formaban la Casa de la Sabiduría, llamaban la atención de los escribas, copistas, traductores, filósofos y astrónomos que pasaban a diario por allí.

Estaba abierta a todos los que querían estudiar en ella. Se otorgaban becas a los mejores estudiantes y también se otorgaban títulos y los graduados más destacados tenían asegurado una plaza como profesores.

En uno de los pasillos que conducían a la sala de matemáticas, me crucé con un indio que se detuvo y se quedó mirando al halcón. Le acarició las plumas de las alas y del pecho, y siguió su camino.

-Algunos días después, me lo volví a encontrar, se paró y entablamos conversación. Me llamo Ranjit, continuó. Soy matemático, y astrónomo y trabajo como especialista en la traducción de libros de algebra del hindú al árabe.

-Yo también tuve un halcón, me comentó. Mientras le pasaba los dedos con suavidad al pico y a la cabeza. ¿Qué nombre le has puesto ?, me preguntó.

-Todavía no le he puesto ninguno, le contesté. Pensaba ponerle Gen Gis, pero no me gusta demasiado. Y tu cual le pusiste al tuyo, le pregunté a Ranjit.

- Ganesha. Es la diosa de la sabiduría, una de las principales figuras de las deidades hindúes.

-¿Porqué le pusiste ese nombre?, le pregunté.

- El trato con la rapaz me cambió la vida. El ocuparme del pájaro me hizo preguntarme a mí mismo muchas cosas. Indagué sobre su simbología, continuó, y averigüe que los halcones son un símbolo de la visión, del conocimiento y de la sabiduría y representan también la superioridad del espíritu, la libertad y la determinación.

- Como se los relaciona con el intelecto y su capacidad de cálculo empecé a interesarme por el mundo de las ciencias y de las matemáticas. Me quedé pensando y decidí ponerle el mismo nombre, pero en árabe, pues a mí también me había ayudado. Hikmah sería su nombre.

Por las mañanas, y para animarlo a cazar, le fui disminuyendo la ración de comida, al tiempo que le soltaba presas como urracas o palomas que compraba y que estaban disminuidas para el vuelo. Primero se las enseñaba cogidas en mi mano para despertarle su instinto de caza y después las echaba a lo alto para que iniciara el vuelo y desarrollara sus propios recursos.

Pasaba la mañana rastreando lagunas y humedales cerca del rio donde abundaban los patos. Antes de pasar con el caballo y con el perro cerca de la orilla, lanzaba al halcón al aire para que ganara altura. Después pasaba con el perro provocando que los patos iniciaran el vuelo, y que el halcón se cerniera sobre algún de ellos.

Por las tardes, visitaba a Ranjit con frecuencia. Hablábamos de los documentos que necesitaba traducir al árabe, y que estaban en otras bibliotecas. Empecé a interesarme por el mundo del algebra en el que trabajaba. Me inició en el mundo de los números y de las ecuaciones. Me explicó el sistema de numeración posicional indú en base a diez. Estudié tratados de álgebra. Aprendí la solución de ecuaciones lineales y cuadráticas y sus {\displaystyle 3x+4=x^{2}}, yaplicaciones para calcular el área de figuras geométricas como el círculo, y el volumen de sólidos, como la esfera, el cono, y la pirámide.

Mientras tanto, Hikmah permanecía conmigo en la biblioteca observando. No se movía.

-Ranjit me explicó que la ciencia y la cultura antes de Bagdad había sido conservada por el Imperio Romano de Oriente, por Bizantium, que reunió y compiló las obras clásicas más importantes, a las que se sumaban las que los musulmanes contaban en la Biblioteca de Al-Iscandariya. Estos conocimientos les dieron las claves que precisaban para convertirse en la élite cultural y científica del mundo.

-Continuó diciendo que Al-Khwarizmi, persa, y padre del algebra, fue el primer director de la Casa de la Sabiduria. Bajo su mandato, Bagdad fue una puerta abierta al futuro, un mercado en el que las ideas corrían libres, se mezclaban unas con otras, para generar un conocimiento que nadie había visto antes.

Se adquirían libros de persas, hindúes, griegos, egipcios y caldeos, para traducirlos al árabe. Se tradujeron obras de autores como Pitágoras, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Sushruta, y Charaka.

La institución fue un gran centro de investigación, de pensamiento y de debate de la civilización musulmana, de la que surgieron otras escuelas y centros creados a su imagen y semejanza en otros lugares. Gobernantes y reyes de otros lugares, a los que les gustaba rodearse de poetas, músicos y sabios, adoptaron este modelo de centro de conocimiento.

Realicé numerosos viajes a bibliotecas a buscar pergaminos y documentos para ser traducidos al árabe, o para que algún experto los actualizara e introdujera mejoras, como era práctica habitual.

Pasé de transportar mercaderías, a ser mercader de pergaminos, de libros y de conocimiento. Los trasladaba de unas Casas de la Sabiduria a otras.

Hikmah, me acompañaba en los viajes, y cuando estaba en las bibliotecas lo depositaba en algún sitio donde no molestaba. En poco tiempo fue conocido y ganó en popularidad y yo me hice conocido.

Me invitaron a reuniones de sabios, de traductores, y de copistas que tenían lugar en la Casa de la Sabiduría.

Temprano por las mañanas, el pájaro golpeaba con su pico en el cristal de la ventana invitándome a levantarme. Me asomaba y lo veía en alguna rama de su árbol. Venía a posarse sobre mi hombro y le acariciaba las plumas de su pecho.

Para mejorar sus habilidades de caza lo llevaba a terrenos libres de vegetación, lo ponía sobre mi puño y lo empujaba con el movimiento de mi brazo, indicándole la dirección donde veía que alguna liebre iniciaba la huida

Cada vez que el halcón tenía éxito en la captura de alguna presa, mi satisfacción era clara. Percibía el cariño que sentía hacia el ave. El espectáculo que me brindaba ver a la rapaz abatiéndose sobre sus presas me hacía disfrutar.

Mientras tanto Ranjit y yo nos fuimos haciendo cada vez más amigos. Pasaba largas horas traduciendo en la Casa de la Sabiduría.

Basado en la novela “ El sueño de un marino cántabro y el sueño de un orfebre andalusí”

Ángel Villazón Trabanco

Ingeniero Industrial

Doctor en Dirección Y Administración de Empresas

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