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ELIOT Y LA POESÍA TOTAL

THE WASTE LAND/LA TIERRA BALDÍA DE ELIOT EN NUEVA EDICIÓN DE OLÉ LIBROS
Por Francisco Morales Lomas
jueves 19 de noviembre de 2020, 22:00h
The waste land / La tierra baldía
The waste land / La tierra baldía

Con The waste land/La tierra baldía de Eliot, la poesía dejó de ser una cosa para damas, como había dicho Joyce que sucedía hasta el año 1922 (contaba Eliot treinta y cuatro años), fecha de publicación de esta obra que causó tanto revuelo y tuvo tantas críticas negativas en su momento pero que cambió la forma de escribir y leer la poesía, como sucedió por otra parte con el propio Joyce y su Ulises en prosa, aunque Antonio Machado dijera de él que era uno de los mejores libros de poesía. Eliot, consciente de los apuñalamientos, diría que habría un gran número de chacales pululando en espera de sus huesos.

No es un libro fácil de leer si no tenemos las claves interpretativas del mismo que incluso el propio Eliot ofrece al final del mismo.

La editorial Olé Libros de Valencia ha realizado una bellísima edición en tapa dura y sobrecubierta con una traducción de Luis Sanz Irles que ha destacado el aspecto formal de su obra, escrita con rimas y métrica, y con una gran musicalidad tanto como un ritmo y una sonoridad electrizante. La obra está arropada por un prólogo de Ernesto Hernández Busto y un epílogo de José Antonio Montano que nos ofrecen interesantes claves para la comprensión de la obra, necesarias para adueñarnos de su esencia. Como nos recuerdan Eliot dijo una confidencia a su amigo el escritor Ford Madox Fox, que de sus 434 versos solo había treinta buenos versos, los que se referían a la canción que gotea agua en la última parte de las cinco que está compuesta la obra.

Esta obra sufrió una criba inicial por Ezra Pound, a quien le envió Eliot la misma en un contexto histórico muy influido por el final de la reciente primera guerra mundial que actúa como gran catafalco de esta. Sin duda que es uno de los libros que debe ser leído y releído para comprender las claves de su creación, pero sobre todo es un libro que significa un antes y un después en la poesía contemporánea y todavía rezuma modernidad pasados los cien años. No suena a impostado, ni a ruina ni a polvo adherido al mueble de la historia, sino que suena con una fuerza inusitada y aspira a un clasicismo del siglo XXI.

Está estructurado en cinco partes. La primera se titula “El enterramiento de los muertos”, setenta y seis versos donde ofrece una visión narrativa inaugurada por la primavera con la muerte como inicio y finaliza en el invierno con los muertos ya enterrados. En mitad de este recorrido se halla el campo y la ciudad presididos por el dolor, la alegoría y la muerte: “Abril es el mes más cruel: preña/ de lilas los campos muertos”. El yo poético se presenta desde la normalidad cotidiana cuando la muerte ronda por todas partes. Un mundo definido como “inmundo pedregal”, presidido por imágenes rotas, árboles muertos y sombras que muestran el miedo. De pronto surge una voz femenina y unos versos de Tristán e Isolda. Dice Eliot en sus comentarios que el simbolismo sobrevenido del poema fue sugerido por el libro de Jessie L. Weston sobre la leyenda del Santo Grial, From Ritual to Romance. Y en estos versos iniciales sucumbe a la intertextualidad con versos de Dante y Las flores del mal de Baudelaire. El tarot, las artes adivinatorias de Madame Sosostris juegan de alegoría en la que la muerte es contundente: “hay que andarse con ojo en estos tiempos”. Con una ciudad de Londres irreal presidida por los estertores mortuorios: “El cadáver que plantaste hace un año en tu jardín/ ¿ha echado brotes ya? ¿Florecerá este año?” Sus imágenes son siempre poderosas, contundentes.

En la segunda parte, “Una partida de ajedrez”, tras una imagen onírica de un interior burgués (tronos bruñidos, sitiales, candelabros…), el mito de Filomela, crea un diálogo en torno al pensamiento, el recuerdo o las acciones futuras :”Pienso que estamos en el callejón de las ratas/ en el que los muertos perdieron sus huesos”; y tras ello, el diálogo de dos mujeres sobre la complacencia del soldado Albert, sus sensaciones y sus vidas, como si se tratara de organizar una novela fragmentaria alegorizada en donde tienen cabida todos los géneros literarios en lo que llamaríamos “la poesía total”. Una fragmentariedad que existía en este conglomerado de voces llegando a declarar Eliot a Tiresias, el adivino y hermafrodita, como “el personaje más importante del poema, que une a los demás”.

En la tercera parte, “El sermón del fuego” surge la alegoría alucinatoria sobre el Támesis y la ciudad de Londres para adentrarse en la historia de Tiresias y el encumbramiento del amor como liberación para finalizar de nuevo en el río en un canto elegíaco. Que nos lleva definitivamente a la cuarta, “Muerte por agua” y quinta parte, “Lo que dijo el trueno” con la muerte simbólica del fenicio Flebas, “que también fue un día hermoso y viril”, y la pedregosa imagen de las montañas sin agua, sin soledad, sin rostros en donde se reconstruye la simbología del desamparo y las montañas secas y plagadas de muertos: “Este hoy podrido entre montañas”.

Tras la luz, el silencio y la agonía surge ese trueno en primavera (el comienzo del libro era en esta estación, en abril) y esa imagen del trueno en su estertor que anuncia de nuevo la muerte y la ausencia de agua en un mundo árido, presidido por una “montaña muerta de cariada boca que no puede escupir”. Surge el tema del camino por estas pedregosas montañas con una compañía ilusoria que refrenda la pérdida y la nostalgia, con las referencias a cantos maternales y búsqueda de ciudades allende los montes. Una mujer con el pelo negro y largo surge en este ámbito surreal con torres invertidas y nos adentramos en la profundidad cavernosa de esta sombría montaña, en el claro de luna sobre tumbas revueltas y huesos secos. Y palabras que mueven al encuentro tomadas de los Upanishad: Datta (da), Dayadhvam (compadécete) y Damyata (contrólate). Y esa imagen idílica del pescador sentado a la orilla, pescando y preguntándose retóricamente si podría ordenar su reino para, finalmente, bajo el puente Londres recordar los versos del Purgatorio de Dante y el mito de Filomela (convertida en ruiseñor por los dioses) y el no menos alusivo y simbólico término Shantih repetido tres veces, final codificado de Upanishad. La paz que trasciende el conocimiento.

Una extraordinaria obra para releer constantemente y profundizar en nosotros mismos, en nuestros mitos y en nuestra existencia.

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