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Andrés Ortiz Tafur, "El agua del buitre": las relaciones de incertidumbre

Por Ángel Silvelo Gabriel
miércoles 23 de diciembre de 2020, 18:08h
¿Qué es el amor? ¿Cómo nos afecta el paso del tiempo? ¿La felicidad se aloja en el desconocimiento del otro? El Agua del Buitre es un barranco, y también, dieciocho historias sobre las que podemos despeñar nuestras tragedias y también nuestros sueños.
El vuelo del buitre
El vuelo del buitre

Historias por las que precipitar la codicia del ahorcado. Y por donde suicidar a nuestra vida. Y no solo eso, porque el paso del tiempo aparece en esta recopilación de relatos como un ajuste de cuentas entre la realidad y una ficción que necesita de nuevas formas de dibujar el semblante del fracaso, de los perdedores. de la gente corriente. Esa que no sale en la televisión ni se compra revistas de moda. Decía Camus que el mayor tesoro de los pobres se encuentra encima de sus cabezas. Basta con dejar de mirar al suelo y alzar la cabeza al cielo. Un cielo lleno de estrellas. Estrellas que se comportan como una senda por la que hacer caminar a nuestros sueños. Imposibles. Irreparables. Tediosos. Andrés Ortiz Tafur, en su nueva inmersión en el relato corto, deja constancia de todo ello con un estilo personal e inconfundible. Desde esa atalaya que la Sierra de Segura ejerce de filósofo de la montaña: parco en palabras y rico en acontecimientos y verdades. Aquí, donde el fracaso también es verdad. La verdad más grande. La única e inmutable verdad. La casa de la montaña desde la que escribe se transforma en su propia Yoknapatawpha. Desde donde ilumina la soledad del hombre frente a su mundo. Arriesga Ortiz Tafur al mostrarse más serio y sombrío en sus historias. Más cercano a la intransigencia de la pérdida: del amor, de la ilusión, de la vida. Y lo hace de una forma irreverente. Ausente de otra norma que no sea la del universo propio. La tierra que ha dejado de ser la prometida. O el caleidoscopio de la felicidad que esta vez se torna oscura. No es tiempo de fiestas, pero sí de amargas reflexiones. A traspiés. A trasmano. A tras de todo. ¿Qué es el amor, acaso la esencia marchita que nos queda a lo largo de los años?

Abundan los relatos de parejas. Rotas o en proceso de destrucción. Y, dentro de ellas, hombres descolocados por la vida y el paso del tiempo. Por la pérdida de la ilusión y la juventud. Por la avalancha de unos acontecimientos que son perversos en su planteamiento y ejecución. Hombres cobardes que no aceptan la realidad. Esa realidad que se superpone a todo: a los recuerdos, a la esperanza, o a lo que una vez entendimos que era el amor. Héroes sin bandera o hazaña que contar, salvo la de la incomunicación y el miedo de hacer frente al amor y a sí mismos. Sin embargo, los dieciocho relatos de El Agua del Buitre no solo nos hablan de las parejas y sus múltiples problemas, también el jienense ha dejado en estos dieciocho relatos un espacio para las historias de maltrato y el abandono al que sometemos a los viejos, donde el dinero vence a los sentimientos, a la dignidad o al más ínfimo sentido de humanidad. En esa faceta tan suya de dar paso al absurdo, a lo onírico, a lo perverso y lo surrealista, Ortiz Tafur nos enfrenta a ballenas y gasolineras. Al desprendimiento de los amantes. O a la forma de afrontar el futuro que se nos echa encima. Donde nunca pensamos, en verdad, cómo seremos, quizá porque no nos resulta agradable desentrañar las coordenadas del futuro de nuestras vidas. O cómo afrontar la autodestrucción a través de piedras que recitan versos de Machado y Serrat. Relatos de mitos sin leyenda que, sin embargo, logran atrapar al lector con esa manera tan particular de desentrañar las encrucijadas de la vida y el mundo que tiene Andrés Ortiz Tafur, al que se le ve cómodo a la hora de afrontar el relato corto, pues tiene toda una gran amalgama de descolocados a los que dar voz y sentido en el más irracional de los sentidos. Aquel del que se compone la vida y sus miserias.

El Agua del Buitre persigue, además, la necesidad del otro. De la palabra. Del afecto. Y quizá, uno de los relatos que mejor ejemplifica todo ello sea, La costumbre, donde la metáfora del señor que sube y baja las escaleras nos enfrenta a la necesidad de respetar al otro. Ese que nos busca para decirnos quiénes somos o de qué forma actúa nuestra conciencia cuando sabe que se ha equivocado. Amor. Desconocimiento. Sorpresa y respeto, se dan la mano con ese tipo de situaciones en las que sobresalen las relaciones de incertidumbre, aquellas que dan el verdadero sentido a la vida. A la anónima. A la nuestra. A la que no sale en televisión salvo cuando hay que dar noticia de una pérdida. A la de la soledad del individuo frente al mundo.

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