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Manuel García
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Manuel García ahonda en "Prado negro" en sus obsesiones: el paisaje y la historia personal

Por Briseida Zenobia
sábado 27 de febrero de 2021, 06:24h

En la obra del poeta Manuel García (Huéscar, Granada, 1966) domina la singularidad: de criterio, de talento, de lecturas. El último de sus libros se titula Prado negro, publicado por Hiperión, y en él despliega de nuevo algunas de sus obsesiones, como en ondas de estanque. En este caso, la historia personal, los paisajes y la muerte. Pero más aún la palabra como conjuro contra el discurrir del tiempo: «Te sientas en un bar / a escribir lo que sabes: / que una nada te busca / y tendrá que encontrarte».

Prado Negro
Prado Negro

El libro Prado negro es un poemario de madurez donde García –también editor, profesor, crítico y encuadernador– utiliza condensados y simplificados los registros literarios que caracterizan su producción lírica: el dominio de los recursos formales (desde el romance o el soneto al poema en prosa) dirigido a provocar en el lector la reflexión en torno a lo íntimo y lo social.

El poemario –el undécimo de su trayectoria– se divide en cuatro secciones. La primera, ‘De geografía literaria (once paisajes extremos)’ incluye poemas que extraen la dureza de algunos paisajes extremos, casi todos rurales, que han marcado la vida del autor, y que son símbolos de su pensamiento: el malpaís de Fuerteventura, el trueno de Galera, la nieve de Huéscar, una encina de Aroche, los cerezos de Piornal, una roca de Castril…

En ‘Perros de compañía (disertaciones acerca de la carne de perro)’, el poeta provoca al lector con poemas duros, cortantes, en donde se reutilizan algunos símbolos como el perro o el pájaro para cuestionar algunos aspectos sociales que obsesionan al lector. Son poemas incómodos sobre la libertad humana. A continuación, en la sección titulada ‘(Per)versión’, propone una versión literaria escrita de un poema de Torcuato Tasso, escrito en octavas reales, para música.

Y, finalmente, el ‘Cuaderno de otoño’ son textos y poemas en prosa donde Manuel García recuerda su infancia, su enfrentamiento (muchas veces cruel) con la naturaleza y el paisaje, el inicio de su escritura y su primera visión del mundo, condicionada por la ruralidad.

Manuel García (Huéscar, Granada, 1966) ha publicado como poeta Estelas (Diputación de Granada, 1995), Sabor a sombras (Point de Lunettes, 1999), Cronología del mal (Point de Lunettes, 2002), La mirada de Ulises (Prensa Cicuta, 2006), Poemas para perros (Point de Lunettes , 2008), Manuel de cordura (Diputación de Valladolid – Fundación Jorge Guillén, 2008) y De bares y de tumbas (Hiperión, 2011), La sexta cuerda (Hiperión, 2014), Es conveniente pasear al perro (Hiperión, 2017), Mejor la destrucción (Renacimiento, 2018) y Prado negro (Hiperión, 2021). Como narrador ha publicado Mañana, cuando yo muera (Algaida, 2019), que cuenta los últimos años de la vida de Ángel Ganivet. Ha versionado en versos castellanos el Epitafio (2009 y 2012) y los Dieciocho cantares de la patria amarga (2012) de Yannis Ritsos.

Ha versionado en castellano los raros poemas franceses de Ángel Ganivet (Poemas a Mascha Diakonsky, 2012). Como crítico literario es responsable (junto con A. Martínez) de la edición y el prólogo del raro libro de Joaquín Romero Murube Siete romances (2004). También ha escrito los prólogos de Platero y yo (actual edición de las Obras Completas de J.R.J., Visor, 2008) o de la Polixena del Abate Marchena (La Máquina China, 2008). Colabora como crítico en revistas como Mercurio, Los papeles mojados de Rioseco o Entorno Literario. Como músico, toca la viola de gamba y ha colaborado con sus textos y sus versiones literarias en la edición de varios discos de la sevillana Accademia del Piacere. Es encuadernador y ha traducido del francés el libro de Octavio Uzanne La encuadernación moderna, artística y caprichosa (2012). Hace labores de editor en Point de Lunettes. Ejerce de profesor de instituto en centros de Andalucía, enseñando lengua y literatura.

LA COPA ROTA

(Letra para tango)

Por más que la copa vuelva a tus labios, no se sacian:

hay manchas que quedan siempre y sed que nunca se apaga.

Aunque de cristales rotos tengas la boca dañada,

la sangre es justa y te duele su justicia democrática:

el daño que tú has causado ya nunca será esperanza.

Sé blando, muerde la copa:

es poca cosa esa raja

de tus labios para el daño

que has hecho rompiendo un alma como el que rasga una tela

ligera que se desgarra.

Tan solo hay sitio sagrado donde el dolor, y la mancha que llevas dentro es tan sucia que nunca podrás lavarla.

AGUARDIENTE ARENAS

El aguardiente Arenas es un dardo que nada por la sangre. Cuando lo bebes, baja por la garganta una calentura que es la debilidad del cuerpo y la euforia de la mente. Tomarlo es habitar el paraíso blanco de la desmemoria, un jardín propio, el cuarto de la verdadera intimidad. El aguardiente Arenas se adueña de la sangre mientras hacemos las cosas cotidianas: comprar en los mercados, andar por la calle, escribir los poemas, hablar con la gente, hacemos como que vivimos y somos normales. Pero no, no somos normales, porque por nuestras venas nos conduce un naufragio, porque nuestros ojos ven detrás de esa nube blanca y porque una garra ardiente nos atenaza con la esperanza irrepetible de su dulzura. El aguardiente Arenas me dio mis mejores momentos. Por eso, cuando salgo de España y no puedo beberlo, como ahora me pasa, tengo que recurrir a sucedáneos como el vodka, que es como soñar con un cuerpo cuando se abraza otro.

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