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María Laffite: la escritura que ilumina

jueves 18 de marzo de 2021, 13:00h

Hay, afortunadamente, personas que tienden puentes, que construyen allí donde la historia destruye y rescatan la memoria de quienes han caído en el olvido. Personas que dibujan horizontes, que se manifiestan como lluvia fina (pero constante) de preguntas incómodas en medio de verdades comúnmente aceptadas, que abren interrogantes y causan extrañeza a sus contemporáneos. Es el caso de la pensadora María de los Reyes Laffite y Pérez del Pulgar, condesa de Campo Alange (Sevilla, 1902- Madrid, 1986).

Concepción Arenal (1820-1893)
Concepción Arenal (1820-1893)

Tenía María apenas ocho años cuando su hermana mayor murió de tuberculosis, y debido a aquella desgracia, su madre se tornó tan sobreprotectora que no le permitió regresar al colegio. En una casona inmensa junto al Guadalquivir, a María, sin amiguitas, la cerca un muro de soledad. Sobre la superficie de este, descubre un intersticio -la lectura- por el que atisbar el exterior… Cada día echa el pestillo del dormitorio y se encierra durante horas a leer y a dar primerísimos pasos en una formación autodidacta que, andando los años, la convertirá en una intelectual de altura y en la fundadora en 1960, de un inaudito Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer (SESM), antecedente de los estudios de género en nuestro país.

A los nueve años de casada con el Conde de Campo Alange, la II República Española lleva al matrimonio a “la ciudad de la luz”. Lo que debía ser un exilio se transforma para ella, amante de las vanguardias, en una oportunidad. Toma clases de pintura en el bohemio Montparnasse y descubre la obra genial de una artista española ya fallecida -María Blanchard- que ha triunfado en Europa y que en su país de origen solo la conocen cuatro gatos, de los cuales, uno (Lorca) ha sido ejecutado y el otro (Clara Campoamor) se ha exiliado en Suiza. Enamorada de su pintura, escribe a su regreso a Madrid en 1939, la primera biografía en español sobre Blanchard. Tuvo que editarla (1944) ella misma. En una editorial me hicieron muy seriamente una absurda proposición (..) ¿Por qué no escribe usted sobre Goya? Todo lo de Goya se vende muy bien. La realidad era que yo como escritora y María Blanchard como pintora éramos completamente desconocidas.

A Eugenio d’Ors le fascinó aquella biografía crítica sobre Blanchard y resolvió integrar a la condesa en la Academia Breve de Crítica de Arte y en El Salón de los once. María escribe un texto sobre Solana -“Solana y la mujer”- y catálogos sobre varias pintoras contemporáneas, sin jamás caer en el tópico de la supuesta sensibilidad femenina. Como tiene hambre de novedades y medios sobrados para satisfacerla, se desplaza a Nueva York, la nueva capital de los creadores, dispuesta a regalarse la mirada con el arte más actual. Fruto de ese viaje inolvidable será su libro “De Altamira a Hollywood. Metamorfosis del Arte”, publicado en Revista de Occidente. Es, además, amiga de Ortega que la incluye en su Instituto de Humanidades.

Pasa el tiempo y María nota que la grieta que en su niñez trajo luz a su existencia, se le ha agrandado más allá del arte hasta abarcar la vida misma y sus actores… las mujeres y los hombres y las relaciones que unas y otros establecen entre sí. En 1948, un año antes que Simone de Beauvoir publique “El segundo sexo”, ella publica en Revista de Occidente un ensayo insólito: “La secreta guerra de los sexos”, en el que igual que la autora francesa, ofrece mediante el diálogo con diversas disciplinas una explicación de la subordinación histórica de la mujer a partir de la construcción social de la feminidad. Cada facultad que entra en juego, porque deja de estar oprimida, es registrada como una desviación de la feminidad. ¿Pero qué es la feminidad? (…) ¿No habría que ir hacia una nueva psicología de los sexos?

María Campo Alange fue en el común de las españolas una excepción, amén de una figura excepcional en el conjunto de españolas y españoles. Pocas señoras frecuentaban círculos intelectuales y por supuesto no osaban disentir del discurso hegemónicamente patriarcal. María, sí. No solo su título nobiliario le vale de escudo frente al Régimen, también la hondura de su pensamiento y su habilidad formidable para bordear lo político desde un pretendido apoliticismo. La realidad era que escribía sobre política sexual, pero entonces nadie sabía qué era eso. Como anécdota mencionaré que Marañón le aconsejó no utilizar en el título del libro la palabra sexo, asociada en aquella nacional-católica época a obscenidad, pero ella decidió que era hora de ampliarle connotaciones al término y normalizarlo. Cuando supo de la obra de Beauvoir, la leyó y se sintió -a pesar de las diferencias- confirmada en la buena dirección de sus ideas.

Continuó, pues, con nuevos trabajos en aquella línea: “La mujer como mito y como ser humano” (1961); “La mujer en España. Cien años de su historia” (1964), obra en la que rescata infinidad de figuras femeninas (artistas, escritoras y también mujeres comunes y humildes, cuyos oficios ya desparecidos en el tiempo, recupera) y los problemas sociales a los que como mujeres se enfrentaron, incluido el drama de la prostitución. Incorpora, además, en este trabajo los nombres y biografías de mujeres significativas de la II República, sin mencionar -por motivos obvios de censura política- ni su exilio ni su fallecimiento en otros países; Otros libros de memorables son la biografía de “Concepción Arenal” (1973), una pieza monográfica en la que visibiliza a Concepción Arenal como hacedora de importantes avances sociales, sobre todo, en favor de la mujer) yLos derechos humanos” (1968) escrito de manera coral con José Luis Aranguren, Ramón Tamames y Faustino Cordón, por citar solo las obras contextualmente más rompedoras. Campo Alange también es autora de cuentos, de textos autobiográficos, recensiones y prólogos notables (a veces en temas tan comprometidos como las madres solteras). Es importante señalar que aunque fue una autora prolífica, en su día solo fue conocida en círculos minoritarios.

Con todo, debía María Campo Alange (nunca firmó como María Laffite) saber nadar y guardar la ropa porque en 1962 el ministro Fraga le propuso la vicepresidencia del Ateneo de Madrid. Aceptó encantada y desde allí intentó, junto a Rof Carballo, sacar adelante un grupo de estudio sobre la obra del evolucionista Theilhard de Chardin (en la que era experta), pero los ateneístas la boicotearon. También fracasó en su empeño de organizar un ciclo de conferencias que sondeara la posibilidad de una igualación jurídica de los derechos de mujeres y hombres. Quise formar un grupo de mujeres con inquietudes sociales más o menos difusas, a fin de concienciarlas y promocionarlas para presionar, de algún modo, sobre determinados organismos y lograr las necesarias y deseadísimas modificaciones del Código Civil en relación con la mujer, el matrimonio, la familia y el mundo laboral ya iniciadas.

Cansada de sus derrotas en el Ateneo, dimitió. Tenía sesenta años y las rencillas allí le drenaban energía para ese ilusionante proyecto -el Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer -que había creado con otras intelectuales (profesoras en su mayoría). Juntas y con una metodología de investigación similar (y cronológicamente cercana) a la de la feminista norteamericana Betty Friedan (cuya obra, “La mística de la Feminidad”, prologaría en España una de las integrantes del SESM, Lilí Alvárez, condesa de Valdène) efectuaron diversos estudios sobre la situación social de la mujer. Este tema - “la mujer”- era desde el final de nuestra contienda civil monopolio de la Sección Femenina de Falange (brazo de la dictadura para adoctrinar a las mujeres en la sumisión) y abordarlo desde otros posicionacimientos suponía echarle un pulso al régimen: ellas lo hicieron.

Aunque las socias del SEMS eran católicas, este resultó un grupo aconfesional y apolítico, al que nunca le fue concedido permiso de reunión, pero al que la relevancia social de algunas de sus integrantes, protegió de la vara del franquismo. Su habitación propia fue el salón de la casa de María Campo Alange y desde allí, a partir de encuestas y sondeos, produjeron de forma colaborativa “Habla la mujer. Resultados de un sondeo sobre la juventud actual (1967)”; “Mujer y aceleración histórica” (1970) y “Diagnosis sobre el amor y el sexo” (1977). Las conclusiones no fueron del agrado de Sección Femenina, que nada pudo hacer al respecto, no al menos a medio plazo. La grieta feminista ya no era cegable y la luz iluminaba el horizonte del nuevo tiempo que pronto llegaría. María Campo Alange se había propuesto despertar las conciencias somnolientas de las mujeres españolas. Todo apunta a que su trabajo intelectual (incomprensiblemente, hoy opacado) dio abundante fruto. Afortunadamente, su figura ha sido rescatada por investigadoras como Begoña López Barrera, Inmaculada Alcalá, Gloria Nielfa Cristóbal o Irene Pérez Marín, entre otras muchas. Sin embargo, resulta lamentable que los libros de texto continúen sin incluir a María Campo Alange entre la intelectualidad española de su tiempo.¿Cuánto será necesario esperar para que ocupe el lugar que merece?

Con argumentos sólidos y lúcidos, María Campo Alange combatió en sus obras -admirablemente documentadas- prejuicios sexistas muy arraigados. Fue una mujer ilustrada y luminosa en las décadas más oscuras (y cerriles) de nuestra historia reciente. Ojeando sus libros, me vienen a la memoria unos versos de Leonard Cohen que parecen escritos ex profeso para ella: There is a crack, a crack in everything/ That’s how the light gets in. Hay una grieta, una grieta en todo/ así es como entra luz…

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