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La enorme voluntad del sol

Reseña del poemario "Paisajes de luz oblicua", de Juan Vicente Marcilla Peidró
domingo 27 de junio de 2021, 18:00h
Paisajes de luz
Paisajes de luz

Un desfiladero es un camino angosto, generalmente entre montañas que ha abierto el agua entre las paredes resquebrajadas de la roca, una garganta fluvial por donde sortear con precaución los pasos elevados. Desfiladero es también uno de los poemas clave de la obra que hoy reseño, Paisajes de luz oblicua. Ed.Círculo Rojo. Es en este escenario metafórico de muerte y rutina diaria donde el autor sitúa el deambular de los que dormitan en el día a día sinsentido: “Allí, en los escombros, hay un baile de calaveras:/ chocan, ríen, se entremezclan,/ van directas a un enorme desfiladero”.

Ese mismo relieve de luz, de adorador del fuego vivo en los ojos nos muestra Juan Vicente Marcilla Peidró en su ascensión por los terrenos escarpados de poemas como Heridas: “Duele como la niebla en los ojos,/ que encuentra en la ira un sutil escondite,/ y ahí se queda”. Y es que en su opera prima poética, Marcilla Peidró desnuda con valentía la fragilidad de un hombre que ha conquistado en su vida algo de amor, algo de calma, pero sabe que “No hay cicatriz indolora/ que no sea una mentira con guirnaldas.”

Con prólogo de una gran poeta, Patricia Crespo, y citas sabiamente escogidas de Rilke, Octavio Pazo o Emily Dickinson, entre otros, el poemario se estructura en distintas perspectivas de la luz: Luz Eclipsada, Luz Usada…

Sin embargo, su mayor valor es la honestidad desde la cual Marcilla Peidró habla la vida sin adornos, como un amigo de madrugada compartiendo confesiones en penumbra: “Si pudiera contarte/ Lo sé, es muy tarde/cayó ese cielo, se hizo añicos”. Y es que por más que busca la esperanza el poeta conoce el carácter las estaciones: “¡Si pudiera parar esta vil rotación!”

Se lamenta con la impotencia de un hombre que intuye un peligro superior: “Soplan vientos de tormenta lejana, promesa del otoño que pronto vendrá, turbio y violento surgiendo del mar” Advierte sobre los zarpazos inexorables del tiempo circular: “Y entonces vuelve el invierno, con su ciclón anual, tan puntual como siempre”.

El dolor antiguo se atempera con la sencillez de lo valioso: “Muy cerca, en ese recodo,/ vivimos los vecinos de la calle Sandía, Amor y Ya…/ pequeña familia que adora la fruta, los rojos corazones, y poca/ cosa más.”

Sus ojos de niño escondido nos ofrecen una mirada nostálgica: “El patio de mi escuela estaba seco,/ cemento penetrante, inmenso y seco./ Olía a turba de niños y obra vieja/ a hoja de lápiz gris y caligrafía,/ a portería de poste cuadrado y fea madera/, a urinario inasequible y tembloroso.”

Se hermanan las infancias de las distintas generaciones, y como padre reza ahora al momento compartido con su hija: “Y que el aura de luz te proteja, que siempre te proteja”. Fuera de la pequeña felicidad doméstica, el poeta nos previene sobre los amaestrados: “De peinado firme echado atrás,/ olor a perfume de canalla limpio,/ choque de manos de sepia fatigada./ No le mires nunca a los ojos/ son como pozos de agua estancada y torcida sonrisa”.

Su voz amable nos redime del laberinto de la luz, con su juego de reflexión en los distintos espejos y nos regala con generosidad la belleza brutal de la verdad hecha palabra: “Yo era un hombre triste/ en la melancolía de la vida disipada (…)/ triste por aquel día de lluvía/ en que todo cambió/ y del árbol se cayó mi nido/ para acabar desparramado en el asfalto”.

Interesa a Marcilla Peidró la inexistencia de los dormidos, y de quienes ya no están, como tema abarcable desde los distintos ángulos de la luz, o instantáneas de vida efímera y nos invita a despertar: “Cae la noche…/Fluir de nombres./ ¿Quién habló de permanencia?” Esa misma necesidad de despertar subleva al poeta consciente que exclama: “¡Nunca se escuchan suficiente los antílopes camino del corazón!”

La oscuridad queda en la travesía personal que recorre este poemario: “La soledad de hombre/ que asume su propio desafío”. Para el lector, como para el poeta esa oscuridad se hace soportable desde la consciencia luminosa que impregna cada verso del poemario y que incita a vencer la noche aferrándose a la enorme voluntad del sol que somos en nuestros rayos oblicuos… “Si uno entiende, simplemente,/ que se debe despertar”.

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