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Shirley Jackson
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Shirley Jackson (Foto: Archivo)

Shirley Jackson: la escritora del “terror” y del suspense en el siglo XX

Por Pilar Úcar Ventura
miércoles 07 de julio de 2021, 03:00h

Celosa de su vida personal y de su intimidad, la sociedad en la que vivió siempre conoció sus fisuras, sus complejos. Sin querer contarlo, su obra era el espejo de todo lo que pretendió esconder.

No resulta aventurado afirmar que poco serían en la actualidad escritores como Stephen King, Neil Gaiman o Richard Matheson de no haber conocido a una autora magistral del género del terror: Shirley Jackson (1916-1965). Esta mujer estadounidense escribió La lotería en 1948, relato truculento y sobrecogedor que cuenta a la perfección las entretelas de muchas ciudades pequeñas de su país. Superó todas las expectativas y pronto alcanzó una gran popularidad junto con La maldición de Hill House (1959).

En apariencia algo de asocial se atisbaba en su personalidad, solapada por las críticas y comentarios que de ella y de su obra realizaba su marido, Stanley Edgar Hyman -3 años más joven que ella- dato curioso de apuntar porque ella siempre aseguraba una fecha errónea de nacimiento propio (1919) al sentir complejo “social” por ser mayor que él. Poco amiga de las entrevistas y declaraciones públicas, desinteresada por la promoción de su obra, se camuflaba tras sus páginas para que estas hablaran por sí solas. Acusada de neurosis fantasiosas, refleja vívidamente la “guerra fría” de la que traza un esqueleto auténtico con la precisión de un entomólogo.

Vivió en un barrio opulento de California con su familia y mantuvo continuas tensiones con su madre que no soportaba verla escribir siempre (todo un refugio para la menor). Al crecer topó con la intransigencia de los modelos estéticos de la época: ella no cuadraba ni encajaba con la belleza exigida y su confianza y seguridad personales se vieron muy afectadas. Insatisfecha con los cursos a los que asistió en la Universidad de Rochester​ por las pésimas críticas a su escritura que recibía de sus profesores, será en Siracusa donde crezca de manera feliz y creativa su expresión, mientras se implica en la revista literaria del campus universitario.

Brutalidad y conmoción dramatizadas en sus escritos para provocar y describir la violencia y la deshumanización de las personas

Conforman ella y su esposo, un matrimonio intelectual: profesor y escritora. Se suceden novelas e historias cortas, sin ganas ni intención de contar detalles personales; insiste en que su vida no contiene hechos de interés. Eran una pareja (en muchas ocasiones materia ficticia) que destacaba por su hospitalidad entre amigos y vecinos. Ambos, lectores compulsivos, coleccionaron una importante biblioteca. Ella tuvo que aceptar, impuestas, las infidelidades de su relación marital con un hombre controlador hasta el último centavo que la autora ingresaba.

Quizá él se sintió en el “deber masculino” de organizar los cuantiosos emolumentos que los títulos más famosos de ella favorecían una economía desahogada (una mujer que ganaba más que su cónyuge: mal asunto). Abocada a la crianza de sus cuatro hijos y a resolver las faenas domésticas, siempre experimentó una admiración a la profesión de su marido. De nuevo más complejos, al parecer, insalvables, condenada al ostracismo particular y social. Buscó cierta huida con la ingesta desmedida de alcohol y barbitúricos, situación que aparece reflejada en muchos de sus títulos. Problemas de salud constantes (obesa y fumadora empedernida), a los 48 años muere, mientras dormía, de un ataque al corazón. El año anterior permaneció encerrada en su casa de la que solo salía a terapia para frenar la ansiedad que la asolaba durante los últimos meses de vida.

Se trata de una escritora de obra prolífica entre novelas, relatos, cuentos infantiles.

Practicó el género del terror, el misterio, incluso el horror íntimo en Siempre hemos vivido en el castillo: claustrofobia, miedos difusos y laberintos personales.

Algunos de sus títulos se han adaptado al teatro, cine y televisión.

Su forma de escritura viene marcada por un profundo sentido de elaboración: detallista y cuidadoso, a veces frío pero no exento de emoción. Vivió con intensidad una “vida” de su época y será después de su muerte, como en tantas otras ocasiones, cuando se reconozca con mayor aplomo el éxito de una escritora llena de imágenes y sensaciones muy plásticas, gráficas y expresivas. Todo un éxito literario.

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