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“Fotosíntesis”: la literatura del yo, bien entendida

miércoles 25 de agosto de 2021, 03:00h
Fotosíntesis
Fotosíntesis

En fecha reciente Paradiso Ediciones (1), de Buenos Aires, ha lanzado a librerías el libro de cuentos "Fotosíntesis" (2), de Alejandra Jalof.

La tan difundida literatura del yo o autoficción, como la denominó en los ’70 el crítico y novelista francés Julien Serge Doubrovsky, hunde sus raíces en profundidades y obras muy anteriores, que llegan hasta -por ejemplo- las Meditaciones del emperador romano Marco Aurelio (121-180 de la era cristiana). En su extenso desarrollo, su pretensión de exactitud rememorativa fue delineando la paradoja consistente en que el autor es al mismo tiempo el protagonista y el narrador, en tanto que se realiza un cruce entre lo autobiográfico –entendido como “verdad extraída del pasado o recortada del presente”- y lo ficcional, implicado en el modo de narrar apelando a los recursos bien conocidos del cuento o la novela.

En reiteradas y ya impresas ocasiones, el autor que repite el gesto de Narciso al intentar tocarse, aferrar al que es o al que fue, descubre que su imagen se empaña y rompe y que solo al retirar la mano, tras muchas reverberaciones, torna esta a reintegrarse para permanecer como antes, inaccesible en su precisa exactitud. O descubre el pretendiente de sí mismo algo peor: que lo que observa, lo que alcanza a ver, es en realidad apenas un reflejo invertido. Nadie ve jamás su genuino rostro, exclusivamente sus duplicaciones. Solo los otros pueden contemplarnos.

En letras, el otro es el lector.

Entonces, solamente un escritor muy bien dotado para hacerlo podrá persuadir al otro, al lector, de que cuanto le está diciendo el texto corresponde fehacientemente a esa objetividad supuestamente buscada y lo logrará si cuenta con un aliado imprescindible: el deseo del lector de que, en efecto, todos esos sucesos, situaciones, interrelaciones entre el protagonista/autor y los personajes secundarios y terciarios, sus conflictos, coincidencias, pesares y felicidades, alguna vez fueron parte de lo real, esa cosa en definitiva inaferrable. Si triunfa en su empresa el narrador, su obra adquirirá ese actual valor agregado que poseen las obras de ficción cinematográfica, bien advertido por sus promotores y sintetizado en la conocida frase: “Basado en hechos reales”. El deseo del lector, como en todo texto, es el genuino objetivo y la mejor ayuda convincente que se pueda encontrar en el campo de batalla de la lectura. La razón por la cual ya Roland Barthes afirmaba que un texto literario, para alcanzar su cometido, debe seducir a quien lo lea: apoderarse de su deseo.

Llamativamente es una autora primeriza, Alejandra Jalof, quien logra desde las páginas iniciales de su Fotosíntesis la captura. Al llegar al cuento -¿o capítulo?, de esto hablaremos más adelante- titulado “Morir de risa”, en la carilla 32, ya el lector ha olvidado toda prevención o interrogante acerca de si es “verdad o mentira” cuanto Jalof le está contando y sí, tempranamente, lo asalta la angustia de ver que la narración que lo ha atrapado va deslizándose y que el volumen contiene apenas 176 páginas, cuando preferiría que abarcara el doble. La zozobra de confirmar que los textos tan seductores como Fotosíntesis más adelante irremediablemente van a terminar es una sensación que bien conocemos, aunque no se nos da tan a menudo como nos gustaría.

El personaje/narradora Jalof consigue atrapar nuestro deseo gracias a que domina el arte del buen contar a todo lo largo de los 37 relatos breves, bien que de diferente extensión, que van edificando el recorrido desde su infancia hasta que es mujer madura, profesional, con hijos y divorciada, viajera por Europa, instancia donde detiene su periplo narrativo, si bien la mayor proporción del volumen es la dedicada a la infancia y adolescencia de la protagonista/escritora. Fotosíntesis ofrece la singularidad de que puede ser entendida desde la obtención de dos estructuras posibles: la de un volumen de cuentos, de muy parejo resultado, y la de una novela por la concatenación de esas narraciones breves a modo de capítulos, secuenciada como Bildungsroman (3), una novela de aprendizaje, de la evolución de una personalidad. La visión de sí misma que posee la autora y que nos trasmite resulta de una profundidad conceptual y una precisión de discurso tan depurada y honda que no podemos dejar de admitir que estamos ante una genuina obra de arte escrito. En Fotosíntesis Jalof nos habla de la forja de una sensibilidad, de una acrecentada capacidad para observar el mundo –primero el inmediato, el de la familia primitiva, y luego viene la expansión de ese don para desbordar los límites de ese circuito primero- donde la ironía, la inteligencia perceptiva y la aptitud permanentemente receptiva de cuanto ocurre a su alrededor nos brindan, cuento tras cuento o capítulo a capítulo (como se elija leer la estructura general de la obra), el logro de una historia cautivante, donde la identificación con las impresiones de la autobiografiada es cosa constante y memorable.

¿Cómo alcanza a hacer esto Alejandra Jalof? Su protagonista no lo consigue sola, sino que emplea abundantemente a personajes secundarios y terciarios que -obrando con suma eficacia- nos remiten sin pausa al carácter central, en un juego de ida y vuelta permanente, donde el antagonismo momentáneo, el choque y las fricciones entre las personalidades sirven para disparar la lectura hacia el núcleo de la percepción que siempre se encuentra en manos de la figura principal. La nómina es extensa y muy trabajada por Jalof en todos sus detalles: El padre, presencia en el primer relato, “La remera del Che”, y luego fantasma que aparece y desaparece a lo largo de buena parte del volumen; la madre de la “niña Jalof”, una fascinante neurótica bordada de modo muy personal con certeras puntadas sobre el estereotipo de una intelectual de izquierdas de los ’60-’70; la abuela, una católica premium que atesora una corte de muñecas tan ominosa como ella misma; tío Jorge, el marino, que con escalofriante humor castrense bromea/amenaza a su sobrina diciéndole que si se porta mal la va a colgar de los pulgares; el desvaído Rómulo, “segundo padre” de la niña, que termina arribando sin mayores glorias ni penas al destino final de todo mortal en “Las cenizas de Rómulo”, allá por el cuento o capítulo 31; y un sinfín de hombres y mujeres, adolescentes, niños y niñas que cruzan por la senda discursiva que recorre la protagonista/narradora siempre atenta a que, en última instancia, todas y todos remitan a ella misma para mejor mostrarnos quién es o imagina ser a cada paso, lo que viene a ser lo mismo para quien lee.

La memoria, como los sueños, resulta básicamente un espejo deformante, quizá porque solo el pasado puede ser modificado, y son sus reflejos la materia fundante de Fotosíntesis, serie de relatos o novela del yo, pero que en todo caso es un texto que se universaliza, atraviesa con paso resuelto ese ancho corredor que lleva de la literatura del yo a la del nosotros, ya que como el lector apreciará en sus páginas, introduce la sospecha creciente de que todos tuvimos una infancia, adolescencia y maduración tan perspicaces y observadoras como las de la protagonista, solo que Alejandra Jalof, la virtuosa, sabe cómo contarlo y es esa la innegable diferencia.

En tres palabras y con doble sentido: páginas para recordar.

NOTAS

(1) Dirección: Francisco Acuña de Figueroa 786 – CP 1180- CABA

Tel.: (+54 11) 4862-9167

WebSite: https://www.paradisoediciones.com.ar/

E-mail: [email protected]

(2) Paradiso Ediciones, Buenos Aires, ISBN: 978-987-4170-44-6, 176 pp., 2021.

(3) Definición primeramente establecida en 1819 por el filólogo alemán Johann Karl Simon Morgenstern y legitimada y mejor difundida por su compatriota, el filósofo, historiador, sociólogo, psicólogo y hermeneuta Wilhelm Dilthey en 1870.

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