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Nadie espera en Ítaca

Reseña del poemario "Cantos de la desesperanza" de Patricia Crespo
miércoles 22 de septiembre de 2021, 22:00h
Cantos de la desesperanza
Cantos de la desesperanza

Sentencias como versos, con su paradójica incertidumbre, sostienen el frágil canto de la desesperanza. Arrasadoras líneas que asolan la travesía íntima de una mujer en medio de sí misma. Afirma Patricia Crespo sus frases huracán:“No hay más preguntas”. Dictamina la autora: “Nadie espera en Ítaca”, situando al lector ante su propio abismo.

Ya advierte en el prólogo, el poeta Álvaro Perdigón, que este es un libro peligroso, tan peligroso como la verdad cuando se la mira de frente. Adentrarse en la nada existencial a que nos aboca la búsqueda estéril de lo que sabemos perdido. Sentir el vacío, y hacerlo además, abiertamente, con el alma apuntalada entre poema y poema, y el único sustento de la entrega al dolor, a la noche.

Es precisamente atravesando la oscuridad cuando se percibe la bella contraposición de Selene y Helios que representa la icónica portada de Sara Pestaña. Exquisita sencillez con aires neoclásicos, perfecta antesala de los versos que preceden… “Vendrán los tiempos de la luna/ vendrán los vientos con las voces turbias, / se estremecerá en su vuelo la luz/ herida, esperando”.

Si una virtud supera a la astúcia de Penélope es la esperanza. Una larga esperanza, persistente, inquebrantable. ¿Pensaríamos lo mismo si el héroe jamás hubiese regresado a Ítaca, si Ulises hubiese decidido no regresar? “Ningún regreso es posible ya,/ nadie espera en Ítaca, el olvido crece/ a la sombra de la ausencia.”

La Odisea de Penélope es interna, ¿que exige el mito a esta heroína homérica en el Siglo XXI? Según la autora: “Una retrospectiva sin personajes/ al interior de una misma/ es un viaje al infinito.”

La poeta de estos Cantos de la desesperanza, de Bohodón Ediciones, habla de alguien que se desteje a sí misma, tratando de hallar significado al propio rostro, con el peso de la ausencia usurpando el lugar como un intruso: “Necesito deshauciar/ a la soledad/ de este, mi cuerpo” “Sí, me pertenecen esos ojos vacíos/ con los que tropiezo en el espejo.”

Hallamos en esta obra poemas mínimalistas, sin florituras ni alabastros, con la belleza sencilla del dialogo y el desnudo honesto de un primer plano casi cinematográfico de los labios que pronuncian, que besan, que dudan la palabra antes de pronunciarla.

Crespo nos plantea la necesidad de que alguien nos dote de significado, nos signifique, pero cuando ese alguien desaparece, debemos encontrar de nuevo la vida: “No quiero hablar de ti./ Y me miento.” “Y tiemblan/ las lumbres y cenizas/ de una tierra prometida.”

Pareciese que la soledad, la ausencia o la esperanza fuesen los temes de este poemario. Pero si hay un elemento que determina los estados del ser humano es la luz. Una luz que no rehuye la sombra, más bien se sumerge en ella y resurge transformada. No en vano, la estructura del libro se divide en los momentos de Ocaso, Noche y Aurora. “¿Cesó la luz? / Me espera la noche./ Sincera en suoscuridad,/incerta en sus perfiles/me acerca al vacío/ que deja el rastro de la vida.”

Tiempo, silencio y luz, componen para Patricia Crespo las dimensiones de la memoria, como una isla, con su física tangible de coordenada espacial que nos dirige: “El tiempo erosiona/ la geometria de mi universo.” “Muertos somos que insomnes/ caminamos tras un destino.”

Esta voz femenina se enfrenta a las dudas, y su reproche es tan ténue que se vuelve caricia, un susurro, un canto, un viento atrapado a salvo en la caja de Pandora. Si esa esperanza constituye un bien o un mal para el humano es algo que queda a juicio del lector. La fuerza de su poética, en cambio, resulta indiscutible. Por ello, ninguna conclusión a esta reseña mejor que sus propios versos: “A ti te invoco, Silencio/ que dominas la palabra. / A ti te invoco, Palabra Herida/ que moribunda yaces/ en la orilla de mis labios.”

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