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“El perro en la puerta de la casa”, de Pablo Fidalgo Lareo

miércoles 10 de noviembre de 2021, 17:00h
El perro en la puerta de la casa
El perro en la puerta de la casa

En septiembre de este año, Ediciones Liliputienses, el sello que dirige José María Cumbreño, puso en circulación el poemario “El perro en la puerta de la casa” del escritor gallego Pablo Fidalgo.

Pablo Fidalgo nació en Vigo en 1984 y ha publicado hasta ahora “La educación física”, “Mis padres Romeo y Julieta”, “Esto tenía, esto deseaba”, “La retirada”, “Crónica de las aves de paso”, “Tres poemas dramáticos”, “Anarquismos/Daniel Faria”, “Qualcosa nascerá da noi” o “Parangolé”, y ha presentado piezas escénicas que han sido producidas por reconocidos teatros de París, Lisboa, Porto, Bilbao, Santiago de Compostela o Madrid, así como obtenido premios tanto por su labor teatral, como poética.

Pablo nació por tanto en un lugar poblado de puertos, de playas, de rías, de islas, de marismas y de almarjales, y rodeado de toda la fauna y la flora que acompañan a ese tipo de orografía, dejando latitudes aparte. Por lo que no es extraño que lleve adheridos en sus poros el olor a sal, a almadraba, a redes, a gaviotas, a barcos, a cajas de pescado y marisco y a viejos marineros que ven con nostalgia marchar los barcos del fondeadero, a la búsqueda del sustento que les permita seguir viviendo: “Isla, no me iré de aquí / hasta que vea un cambio en el cuerpo de los otros. / Es decir, en mi propio cuerpo. / No me iré de aquí hasta ajustar todas las islas, / todas las formas de vivir rodeado…”.

Es cierto que una isla es una prisión acotada por la mar; he vivido en una de ellas durante más de dos años y conozco esa sensación que me inocularon los lugareños a hierro candente: “Te preguntas cuánto puede una vida / enfriarse y replegarse / sin que nadie diga nada.”

Pero la isla más dolorosa en “El perro en la puerta de la casa” es la metafórica y no por ello menos real y angustiosa: la interior, la que nos hace como somos y nos convierte en monasterio, casa, habitación, cementerio de ideas discordantes, unidad ajena a los otros, esencia: “Ese eres tú: / el nadador errante. / Alguien que dejó el centro del mundo / y eligió unas rocas.”

En algunos pasajes de este poemario Pablo Fidalgo me sabe, y mucho, a Antonin Artaud, ese monstruo de la escenografía que revolucionó el teatro y la poesía y fue considerado como el padre de la actual forma de enfrentar las tablas.

Pero, sigamos con el libro. En bastantes de los poemas se incluyen a veces requisitorias perturbadoras, que convierten el texto en diálogos abstrusos, recónditos, pero no por ellos menos imaginables y posibles si pasamos del plano exterior al interior, del afuera al adentro: “A veces pienso que he madurado mi dolor / y he olvidado todo lo demás.”

“El perro en la puerta de la casa” de Pablo Fidalgo, a mi entender, es un camino iniciático, una búsqueda, con lo que ello conlleva de lucha interior por encontrar la esencia de sí y de los demás, y de darle un sentido a lo que nos rodea y el porqué de su presencia a veces fluyente y otras quieta e inalterable: “Es un diálogo desbocado, / con un ejército desbocado, / en este momento desbocado. / Si buscas desaprobación e incomprensión / las encuentras. / Si te concentras en ellas / se transforman en euforia.”

Pablo Fidalgo escribe este poemario a corazón abierto, instalado en la duda, esa fuente de conocimiento que nos puede identificar como seres racionales por encima de cualquier otra aseveración o designio, ya sea terrenal o celestial, aunque también nos puede acercar algo más a la locura, esa espada de Damocles que pende sobre nosotros: “Que una vida viendo luces / sea bella o sea diferente / depende de todas las vidas que hubo antes / depende de quien encienda la luz.”

La escena de estos poemas la sitúa Pablo Fidalgo en el archipiélago de las islas Eolias, las islas de los volcanes: Ragusa, Marettimo, Sicilia, Ustica, Lípari, Stromboli… y también en algunos de los valles y barrios de sus pueblos y ciudades, por los que transita con ojos interrogantes, pasando de la isla que lo compone a las islas físicas que a veces ve pasar desde un navío, que bien pudiera ser el trasunto de la vida del vate y su camino.

Respuestas. El poeta que escribe se inquiere porque no encuentra las respuestas, y se trasunta en perro porque a veces, intuye, que dicho animal ha sido dotado con más agudezas que las que él mismo posee: “Tú y yo no nacimos para estar en casa / sino para elegir una puerta / y esperar que alguien quiera jugar.”

Una celebración esta nueva aportación de Pablo Fidalgo, que debe ser leída buscando las aristas imaginarias, a veces mitológicas, pero, sobre todo metafóricas que se incluyen en ella.

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