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"César contra Vercingétorix", de Laurent Olivier

Ed. Punto de Vista, 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 10 de diciembre de 2021, 20:01h
César contra Vercingétorix
César contra Vercingétorix

Estamos ante un libro magnífico, yo lo calificaría como inclusive lujoso, sobre uno de los enfrentamientos más paradigmáticos de la historia de la Antigüedad. Dos seres humanos lucharán hasta el final desangrado del perdedor. Desde que los romanos, aquellos aldeanos que habían creado una ciudad en un páramo, aprovechando la existencia de un río, el Tiber, y tras terminar con sus monarcas etruscos, Tarquinio “el Soberbio”, se habían asomado al exterior, creando un esquema imperialista que tanto positivo y negativo, a partes iguales, otorgaría el resto del mundo europeo conocido.

Una vez que ya se han librado, de forma más o menos espurea, de la gran civilización cartaginesa; arrasándola hasta los cimientos y no dejándola ni los ojos para llorar, dirigirán sus pasos hacia Hispania-Iberia y hacia la Galia Comata. Esta genial obra nos aproxima, sensu stricto, al final de la civilización de los galos. Aquellos seres humanos con mucha identidad, que habían considerado, sin ambages, que no podían permitir la aculturación y la subsiguiente provincialización de su tierra, y se enfrentarán hasta que uno de los dos pierda. Como era de esperar Roma gana y la Galia pierde. El romano encargado de esta locura bélica será el procónsul del momento, Gayo Julio Cesar, y no tendrá piedad.

En el otro lado se encuentra un galo que ha estado en la urbe capitolina, y conoce como se comportan los romanos, ya que ha sido amicus populi romani. Se llama Vercingétorix. En el año 52 a. C.; la Galia con un importante componente druidesco se prepara para la defensa, y se rebela contra la presión socio-política de Roma, que los esquilma sin piedad; cuando ya ha perdido la guerra y se somete al poder absoluto del SPQR o Senatus Populusque Romanus. El jefe o caudillo o rex de los galos es un hombre joven, y ahora se entrega a la piedad del procónsul de Roma, atado y equivocado, ya que será estrangulado tiempo después, demostrando Julio César una carencia absoluta de escrúpulos y de sensibilidad ante aquel enemigo que se entregaba sin reservas. “… mientras durante el día interminables filas de prisioneros de guerra, exhaustos y demacrados, son llevados a través de las vías romanas para su esclavización en Italia. Es la última etapa de la independencia de la Galia y el final precipitado de casi mil años de civilización celta. El mundo galo, desprovisto de sus jefes militares y desposeído de su autonomía política, perderá sucesivamente a sus líderes espirituales; después, su religión; y, finalmente, su lengua. Todavía durante más de un siglo, las revueltas esporádicas sacudirán el yugo de la colonización romana para luego extinguirse por sí mismas. La Galia se habrá convertido en romana, dejando atrás su antiguo legado bárbaro”.

El imperialismo romano no necesitaba ver ningún tipo de enemigo, casi siempre hipotético, para atacar y tratar de engullir al pueblo de que se tratase. Roma ya había romanizado y provincializado a los primeros galos, en este caso en las tierras del septentrión itálico, sobre todo en la denominada como Galia Cisalpina, con los piamonteses como los más eximios. La Galia Comata no era un peligro para el SPQR, pero había riquezas, grosso modo, y esto la hacía apetecible. Sería el mismo camino emprendido en la conquista ibérica. Cuando los galos son derrotados, los romanos están muy sorprendidos por ello; “… al ver derrotado al líder de la Galia, a quien el cautiverio había vuelto irreconocible, expuesto a una muerte indigna tras ser arrastrado a modo de espectáculo detrás del carro de César, que desfilaba por Roma en medio de un mar de oro y riquezas robadas”. Uno piensa que el caudillo de los galos fue una víctima de la sed de poder de la oligarquía plutocrática de Roma. La aculturación de los galos fue paradigmática. Vercingétorix fue la víctima necesaria y propiciatoria de Julio César; cuyo comportamiento desdeñoso, en este momento histórico, es paradójico y sorprendente, ya que el procónsul de la Galia solía sorprender por su ética, lo que habría demostrado en su relación bélica con Gneo Pompeyo Magno; y ya lo habría indicado Lucio Cornelio Sila, el genocida dictador romano con aquello de: “… En una Roma de borrachos, el único abstemio es el más peligroso”.

El caudillo de los galos, de la gentilidad de los arvernos, no era lo suficientemente fuerte como para plantar cara a César, y, naturalmente, sucumbiría sin remedio. Con esta obra fuera de serie se ha pretendido restituir a Vercingétorix a su propio mundo, y situarlo donde debería estar. Gayo Julio César tiene la convicción absoluta de que para recuperar las riquezas perdidas, ya que las campañas políticas y su nivel de vida lo han literalmente arruinado, debe conquistar la Galia, eliminando físicamente al joven y brillante líder arverno Vercingétorix. “Luego, cuando estuviera hecho, tendría que arrastrarlo encadenado detrás de él a su triunfo, en Roma, para después hacerlo desaparecer”. El romano será derrotado ante los muros de la capital arverna, Gergovia-Clermont Ferrand, y aprenderá la lección para vencer sin la más mínima duda ante Alesia. El final de Julio César será de tragedia griega, asesinado en la sala del Senado de Roma, por un número importante de complotados, antes sus aliados o seguidores algunos, y otros enemigos acérrimos siempre, quienes armados con decenas de dagas lo cosieron, literalmente, a heridas.

En el complot participaron desde su posible sucesor Décimo Bruto, hasta el hijo de una de sus amantes, Marco Bruto. Julio César se entregará a sus enemigos, se envolverá la cabeza con su toga, y así pasará a la posteridad. Los vengadores serán Gayo Julio César Octaviano, su sobrino-nieto, y su lugarteniente Marco Antonio; quienes luego se enfrentarán a muerte en la lucha por el poder mundial. “El pueblo de Roma, en un arrebato de frenesí colectivo, se hizo con todo lo que encontraba a su paso en las calles –mesas, balaustradas, bancos- para arrojarlos al fuego. Entonces, Cayo Julio César desapareció de la faz de la Tierra, donde tanto daño había causado” En suma, estamos ante un libro sobresaliente que merece todo tipo de loas y parabienes.Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilia omnia”.

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