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"El universal convite. Arte y alimentación en la Sevilla del Renacimiento", de Juan Clemente Rodríguez Estévez

Ediciones Cátedra. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 22 de abril de 2022, 18:00h
El universal convite
El universal convite

Esta obra, muy diferente y esclarecedora, se refiere al estudio realizado por el Prof. Rodríguez Estévez sobre los 68 platos que decoran el arco de ingreso en la Sacristía Mayor de la grandiosa catedral de Sevilla, y que son el reflejo escultórico de lo que comían los hispalenses en el siglo XVI. El escultor lo realizó copiando, directa y literalmente unos motivos, que reprodujo con toda fidelidad, tras realizar una observación minuciosa de los hechos.

Este hecho justifica la carencia de antecedentes directos, su sorprendente originalidad, así como su impacto inmediato en el ornamento de la arquitectura religiosa hispánica a ambos lados del Atlántico. Ciertamente, la obra se incardina en una larga tradición artística que se remonta a la Antigüedad, del mismo modo que puede considerarse una expresión precoz del bodegón hispano. Pero, en lo que se refiere a sus orígenes más profundos, estos deben buscarse en la Sevilla del Renacimiento”. El arco catedralicio es, en realidad, un precioso y preciso documento, como si fuese una puerta abierta, que ejemplifica cual era la cultura alimenticia de una urbe, que estaba conectada con otras de Europa, y, además, por ser la capital hispánica de Las Indias Occidentales, al ser el lugar donde se encontraba la Casa de Contratación de Indias. Sevilla era un emporio cultural y de riquezas, con una importante burguesía, y algunos banqueros; también no debemos olvidar a los múltiples pícaros existentes, y que medraban constantemente. Sería en el año 1528 cuando se comenzó la erección de la mencionada Sacristía Mayor de la catedral de Sevilla. En 1526 se había producido el enlace marital entre los emperadores Carlos V/I de Habsburgo e Isabel de Portugal, en el Alcázar sevillano. Se engalanó la urbe hispalense con siete arcos triunfales, para tratar de enmascarar el aspecto que poseía como vetusta capital de la taifa mahometana del mismo nombre.

En 1527, mientras los mármoles genoveses llegaban masivamente al puerto de Sevilla para enseñorear los patios y sepulcros de la nobleza, el cabildo municipal decidía abandonar la sede que compartía con el eclesiástico en el viejo Corral de los Olmos. Elevado a la condición de ‘Senado Hispalense’, encargaba un proyecto renacentista para sus casas consistoriales al maestro Diego de Riaño. Por su parte, el cabildo eclesiástico, en aquel año de 1528, tras nombrar al mismo arquitecto como maestro mayor, le encomendaba las trazas para intervenir en dos grandes áreas de la catedral. En el corazón del templo, mientras se ultimaban las tareas en torno a la Capilla Mayor, los costados del coro aún exhibían inconclusas las capillas de Alabastro iniciadas por Juan Gil de Hontañón en 1517”. Ya en el año de 1509, tras finalizar la construcción del templo gótico, se construyó una primera sacristía para guardar el ajuar litúrgico catedralicio y, además, para se pudiesen revestir de sagrado los canónigos capitulares. Se realizó su construcción en las proximidades del Ara Mayor, siendo artífice Alonso Rodríguez, eximio maestro mayor, el trazado se realizó según era habitual en las catedrales españolas de la Baja Edad Media. Pero, de forma inesperada, el cimborrio se derrumbó en 1511; la obra fue dejada de lado, ya que era imperioso realizar tareas de reconstrucción más urgentes. En el año de 1528, los canónigos capitulares retomaron el proyecto, pero que ahora era muy superior al original. Por todo lo que antecede, los capitulares, inclusive, contemplaron y analizaron otros proyectos. Para, ya el 22 de enero de 1530 decidieron aprobar el proyecto del maestro cántabro Diego de Riaño, el cual lo concibió como un gran complejo arquitectónico, que estaría situado en la zona sudoriental del propio templo.

Organizado en torno a la Sacristía Mayor, esta se hacía acompañar –a oriente- por una sala capitular destinada a las reuniones del cabildo y –a poniente- por el Patio de los Óleos y la Sacristía de los Cálices, aquella obra iniciada en 1509 que, por su denominación, parecía adquirir una función especializada de carácter complementario, y cuyo aspecto actual responde a la profunda transformación ideada por el maestro cántabro”. Para tener la certidumbre de que los trabajos tendrían una buena evolución y no existirían retrasos inesperados y no deseados, los canónigos firmaron un contrato con el propio Diego de Riaño, por medio del cual estaba obligado a permanecer en la obra durante, cuanto menos, ocho meses al año, el salario por todo ello era ya aceptablemente importante, a saber 70.000 maravedíes. En el mes de febrero de 1533, el cabildo entregó el proyecto de la sacristía al canónigo Pedro de Pinelo, con el plazo de un mes para que estudiase la obra a realizar. Los grandes recursos gastados eran totalmente insuficientes para poder finalizar la obra, y el cabildo comenzó a pensar en detenerla. Entonces, se abandonaba ya toda actividad ajena a la puerta o arco, y se aceptaba el informe del aparejador Martín de Gainza, consensuada con su taller, según el cual los trabajadores del mencionado arquitecto técnico decidieron trabajar sin cobrar, y solo percibir sus emolumentos cuando existieran fondos necesarios para ello. “En 1534, tal como reza en una cartela que preside el fuste de una de las columnas de la gran sala, a una altura de tres hiladas sobre el basamento, la obra superaba los cuatro metros de altura, lo cual justificó la construcción de una grúa para elevar los materiales”.

El 30 de noviembre de 1534 el maestro Diego de Riaño muere en Valladolid, donde se encontraba dirigiendo las obras de La Colegiata de Santa María. El proyecto sevillano quedó en un momento crítico, por lo que el cabildo se vio obligado a buscar una nueva dirección. El 30 de diciembre se le solicitó a Martín de Gaínza a que realizase un modelo en yeso del edificio. El 5 de febrero de 1535 se realizaron diversos análisis, y se discutió pormenorizadamente sobre si contratar a un nuevo maestro mayor, o mantener a Martín de Gaínza, pero este supervisado por diversos maestros mayores visitantes en la ciudad. Se creó una comisión dirigida por el propio arzobispo, y a la par se dan órdenes precisas, para que los maestros visitantes provenientes de Córdoba y de Sevilla, no abandonasen la ciudad hispalense sin que antes se les requiriera para realizar el trabajo. Los arquitectos de Córdoba tales como Hernán Ruiz I, y de Jerez Francisco Rodríguez, aceptaron el ofrecimiento de inspeccionar “la traça e hobra de la Sacristía”; pero se pensó en otros nombres. “El 18 de febrero se solicitó la presencia de Diego Siloé, maestro mayor de la catedral de Granada, y de Rodrigo Gil de Hontañón, que se hallaba en Torrelaguna…”. Este preámbulo considero que es suficiente como para dar un sobresaliente, sin ambages, a esta obra, ¡Recomendación evidente! «Roma locuta, causa finita. ET. O tempora, o mores!».

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