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"Filipo y Alejandro. Reyes y conquistadores", de Adrian Goldsworthy

Ed. La Esfera de los Libros. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 12 de julio de 2022, 18:32h
Filipo y Alejandro
Filipo y Alejandro

Estamos ante una obra importante de uno de los historiadores más destacados en el mundo de la Antigüedad. Comenzaré con la inclusión de la contraportada del libro, que resume, de forma fehaciente toda la trama de este extraordinario volumen referido, casi sensu stricto, a una dinastía macedónica que no se prolongó en el tiempo ni en el espacio.

Al final de sus días, Alejandro Magno había redibujado el mapa del mundo antiguo creando un imperio que se extendía desde el mar Adriático hasta el subcontinente indio. Sin embargo, su éxito no fue solo fruto de su propio genio y de su gran ímpetu, sino que se cimentó en décadas de esfuerzo y guerras llevadas a cabo por su padre, Filipo II de Macedonia. La historia ha retratado al progenitor de Alejandro como un anciano de un solo ojo cuyo asesinato permitió a su hijo acceder al poder, pero él representaba algo mucho más importante. A través de décadas de luchas y una inteligente y sutil diplomacia, Filipo logró unificar su país y conquistar Grecia. A su muerte, Alejandro heredó todo en el momento perfecto para lograr una gloria aún mayor, y así convertirse en uno de los grandes personajes de todos los tiempos. Adrian Goldsworthy, uno de los más reconocidos historiadores del periodo, describe con su habitual maestría cómo Filipo y Alejandro transformaron un reino débil del norte de Grecia en un imperio global para, así, cambiar el curso de la historia para siempre”.

Es de agradecer que el historiador inglés utilice, en esta conspicua obra, bibliografía muy enriquecedora para, de esta forma, tener un conocimiento exhaustivo sobre todo lo que se conoce, en la actualidad, sobre los reyes de Macedonia Filipo II y Alejandro III Magno. Deseo indicar las fuentes históricas principales utilizadas en este libro, desde Arriano/Lucio Flavio Arriano, c. 86-160 d.C. Curcio/Quinto Curcio Rufo, ¿? Demóstenes, 384-322 a.C. Diodoro Sículo, ¿? Esquines, 397-322 a.C. Estrabón, ¿? Justino/Marco Juniano Justino. Plutarco/Lucio Mestrio Plutarco, c.50-120 d.C. Es muy interesante el estudio que realiza en el Apéndice-2 sobre Las Tumbas Reales en Verginas, excavaciones realizadas entre 1977 y 1978, de las que el profesor griego Andronikos definió lo encontrado como la tumba real macedónica, siendo uno de los ocupantes, muy probablemente, el esqueleto del propio rey Filipo II. La mayor parte de los especialistas consideran que esos huesos, de la Tumba-II, son los del propio soberano macedónico; si eso fuese así, estaríamos hablando de un varón de estatura mediana (1’73-1’76 metros), y del que se ha hecho una reconstrucción de su rostro.

Pero si Filipo II es el esqueleto de la Tumba-I sería un varón de altura muy elevada (1’82 metros). Sea como sea, Filipo II no ha pasado desapercibido para la Historia ni en vida, ni en muerte. Su personalidad taimada fue paradigmática en todas las ocasiones; ya que incluso consideraba que todos los griegos de su época, sobre todo los atenienses tenían un precio, y eran fáciles de corromper con oro. Se conoce que Gayo Julio César, cuando tenía 38 años, conseguiría el cargo de cuestor de una de las provincias romanas de Hispania, la Ulterior. Luchando, de forma espuria, contra los hispanos consiguió obtener el ‘triunfo’ en Roma. Plutarco cita que cuando tenía momentos de ocio o de descanso en su lucha hispánica se dedicaba a la lectura exhaustiva de una anónima biografía de Alejandro III ‘el Grande’ de Macedonia.

Para asombro de sus amigos, el normalmente sereno y seguro gobernador permaneció muy silencioso hasta que rompió a llorar. Cuando se hubo recuperado lo suficiente para contestar a sus preguntas, César explicó que Alejandro había logrado ser rey de muchas naciones a una edad tan temprana, mientras que él era mayor y hasta entonces no había hecho nada importante. Suetonio, poco más o menos contemporáneo suyo, registró una variación de esta historia, en la que un César más joven en un puesto anterior en Hispania suspiraba al ver una estatua de Alejandro en Gades (la moderna Cádiz), lo que lo animó a acelerar su propia carrera”. Este Julio César, otro personaje extraño pero conspicuo de la Antigüedad, era aquel del que el dictador Lucio Cornelio Sila manifestaba que: ‘en una República romana de borrachos, ese jovenzuelo abstemio (Gayo Julio César) es el más peligroso’. En la Grecia de Filipo II existía un equilibrio inestable entre todas las poleis, donde Esparta ya había perdido su predicamento. Por consiguiente existían rivalidades permanentes entre ellas, y para vencerse unas a otras solían solicitar ayudas constantes a potencias ajenas a la península helénica. La más fuerte de las naciones del momento era Macedonia, medio griega y medio bárbara, los macedonios eran vistos, sobre todo por los atenienses seguidores de Demóstenes, como un peligro. Filipo II creó una Macedonia fuerte por medios bélicos y de expansión imperialista; sólo descansaba entre guerra y guerra.

Isócrates y los demás panhelenistas esperaban exportar el instinto agresivo griego con la conquista de Persia, y después darles a los griegos, o al menos a los griegos que importasen, tierras y siervos para asegurar una vida cómoda para que no tuviesen la necesidad de volver a guerrear. El sueño nunca fue convincente”. Sería su hijo, tras el magnicidio del asesinato del rey macedónico, el que conseguiría conquistar al pseudopoderoso Imperio de Persia. Pero los seguidores de Alejando III de Macedonia no tenían mucho interés en vivir, permanentemente, en Asia.

Los imperialistas panhelénicos de la época de Filipo II y de Alejandro III siempre habían ignorado la lección nefasta lacedemónica del maltrato a sus siervos ilotas, lo que les convertía, de hecho, en una amenaza permanente para la estabilidad política y social de Laconia. Alejandro Magno nunca intentó introducir algo que, ni remotamente, se pareciese al problema ilota; el monarca macedónico tenía otros ídolos a los que emular. “El amor que Alejandro sentía por Homero y su emulación de Aquiles, y posteriormente de Hércules y Dionisio, son bien conocidos y no hay motivo para dudar de que fueron importantes a lo largo de su vida”. En suma, con este preámbulo he pretendido destacar el magisterio de este fenomenal libro, donde se puede encontrar todo lo que se puede decir, de forma totalmente pormenorizada, sobre lo que significó en la Historia esa pareja de Padre-Filipo II e hijo-Alejandro III para la historia de la Europa del momento, que lamentablemente quedó en nada y a gusto del imperio de Roma. ¡Sobresaliente! «Ut ab omnibus eum iniuriis dignitas concessa defendat».

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9788413842059
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