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Margarita Leoz y las cicatrices vitales

Reseña del libro "Punta Albatros", de Margarita Leoz
sábado 22 de octubre de 2022, 17:00h
Punta Albatros
Punta Albatros

Punta Albatros” es una novela-revelación imprescindible en el disparo de salida del nuevo curso editorial.

No sé si el género novelístico nació para contar la vida, pero sí sé que la imita y que algo sustancial debe atrapar de ésta para hacernos entenderla o para constatar la imposibilidad de comprender cuáles son las verdaderas causas de lo que hacemos los seres humanos. Esto es lo primero que yo diría de “Punta Albatros”, la novela con la escritora navarra Margarita Leoz se ha estrenado en el género y en la que muestra una absoluta madurez narrativa para eso: para imitar la existencia en unas páginas y para hacernos reflexionar sobre lo que ésta es con sus derrotas auténticas y sus triunfos falsos, sus ilusiones y decepciones, sus traiciones y deserciones, sus búsquedas de algún sentido y las incoherencias en las que caemos para continuar viviendo.

Antes que “Punta Albatros”, Margarita Leoz había publicado cuatro libros que ilustran una sólida trayectoria creativa: un poemario titulado “El telar de Penélope” (Calambur, 2008) en el que describía un viaje interior de la esposa de Ulises que era antitético al del héroe homérico; dos libros de relatos –“Segunda residencia” (Tropo Editores, 2012) y “Flores fuera de estación” (Seix Barral, 2019)- que dan fe de un personal estilo a la hora de contar, sin aspavientos, pero con gran sutileza los dramas sordos de seres corrientes que tienen una silenciosa conciencia de que no se hallan en el centro del Universo. De este modo, si “Flores fuera de estación” era ya un volumen de cuentos de verdadera consagración literaria, por lo bien trabadas y acabadas que estaban cada una de sus piezas, “Punta Albatros" no viene sino a confirmar esa maestría y a ahondar en el tema de fondo de aquellas cinco “nouvelles”, que no era otro que el deterioro que ejerce el paso de los años en nuestras relaciones con los otros y con nuestros sueños. Su talento para reflejar esa realidad de la existencia se plasmaba en una tristeza o una indolencia atmosféricas que transmitían el desengaño como en sordina y sin que la sangre acabara de llegar nunca al río, esto es, como sucede en la mayoría de las historias humanas. Es esa capacidad de afinamiento, de temple y modulación para contar con un tenue realismo y una total verosimilitud “el aprendizaje de la decepción” (tomo la expresión de Félix de Azúa) la que ahora, dos años después, ha inspirado “Punta Albatros”, un texto de plenitud novelesca que tiene como “antiheroico héroe” y narrador en primera persona a un médico que busca refugio y a la vez una forma íntima de penitencia purificadora en una norteña localidad marítima -la que da título al libro- tras la ruptura con la esposa que le ha acarreado su propia confesión a ésta de una larga infidelidad.

"Punta Albatros" es ese lugar costero, un cabo neblinoso e inhóspito, situado en una imaginaria geografía atlántica que se presenta como un lugar de expiación para nuestro hombre, quien ha abandonado su trabajo en el hospital de la ciudad donde vivía con Teresa, la esposa traicionada, con el fin de sustituir, en dicho escenario rural de castigo, a un tal doctor Coarasa, que ha desaparecido de forma enigmática dejando varios cuadernos de notas a los que tendrá acceso su sustituto. Notas sobre los pacientes a los que trataba en el pueblo y en una residencia de ancianos ubicada en una cercana isla llamada Goz, a la que el protagonista podrá acceder solicitando los servicios de un barquero siniestro, una especie de Caronte tosco y parco en palabras, que es uno de los lugareños con los que mantendrá contacto a lo largo del libro. Serán ésas las tareas que tendrá que afrontar una vez instalado en la casa de su predecesor, que se halla pegada a un pintoresco faro.

En la novela se alternan dos grandes planos narrativos. Por un lado, está el del presente y sus movimientos en ese nuevo entorno paisajístico y humano en el que encontrará a algunos seres amables que actuarán como aliados. Es el caso de Celso, el propietario del hostal, o de Irina, una empleada ucraniana del asilo. En contraste con ellos comparecen también en el cuadro narrativo algunos personajes declaradamente hostiles, como la propia directora del geriátrico, que irrumpe en escena como un ser picajoso y conflictivo dispuesto ocasionarle contrariedades y contratiempos desde el mismo día de su llegada, aportando, así, unas conseguidas dosis de tensión al argumento. Por otro lado, está el plano del pasado del protagonista, que es el de la relación con Teresa, su mujer, el personaje más interesante y atractivo de la novela porque es de una pieza; con Salva, un amigo de juventud que se ha dedicado a la psiquiatría y que ofrece un perfil de ligón vulgar, poco sólido en sus principios, su personalidad y especialmente en su relación con las mujeres; o con Victoria, a la que los otros tres conocieron en los tiempos universitarios y con la que hicieron un empático y simpático cuarteto de estudios, confidencias, complicidades, aficiones, juergas y porros, que parecía indestructible. Un cuarteto que se resquebrajó cuando Victoria, la más inestable de todos ellos, se acabó casando con Salva y cuando Teresa interpretó ese paso como una equivocación, una incoherencia y una deslealtad tanto hacia ella como hacía sí misma. El gran hallazgo del libro, de todos los libros de Margarita Leoz, es que ninguno de sus personajes es perfecto. Ninguno de ellos encarna un modelo vital ejemplar que se pueda proponer como imitable y que contraste con la imperfección o la tendencia a errar de los otros. Todos ellos presentan contradicciones, incoherencias, defectos o lo que Sartre llamaba “taras de existencia”. Incluso la propia Teresa ofrece fisuras en el modo ingenuo, pero también obcecado, con el que interpreta la realidad. Vive como una traición el matrimonio de su amiga, instaurando una reglas de lealtad entre ambas que tampoco ella parece ser capaz de cumplir cuando se autoinculpa de la infidelidad de su esposo o asume, pese a ésta, la recomposición pragmática de su matrimonio.

Hay dos momentos claves en esta novela. Uno es el llanto desgarrado del protagonista cuando sabe finalizada su aventura extraconyugal con Olga, pese a que en teoría no veía en ella más que “una guerrera vikinga”. “No se ama a una amante”, dice en algún momento de la novela, pero esa frivolidad con la que afrontaba su adulterio y ese envalentonamiento que le producía la egoísta sensación de no amar a nadie se le derrumban cuando la mujer con la que se ve a espaldas de la esposa decide poner fin a la relación. Llora como si no se tratara de una aventura puramente sexual y aunque tampoco se pueda decir que ése fuera el amor de su vida. En realidad llora porque se le ha roto una fantasía que le daba un equilibrio irreal y precario, pero válido para dotar de alguna poesía, aunque fuera falsa, la vida monótona en la que se había convertido su matrimonio; para satisfacer una serie de carencias personales que se insinúan tenue y soterradamente en el texto y que son suplidas con el estatus económico superior al suyo que él ve proyectado en esa figura femenina que de pronto se esfuma de su vida.

El de las diferencias de clase social es un tema que subyace sutilmente a lo largo de todo libro (en la narrativa de Margarita Leoz todo es sutil) y que asoma como en sordina (del mismo modo que la desilusión) pero que indudablemente planea como un estimulante aliciente sobre esa aventura extramatrimonial así como sobre la propia relación de Teresa con Victoria, propietaria esta última del piso que compartieron los cuatro protagonistas en la época universitaria. La cuestión de la clase social pesa incluso en la misma decisión de Victoria de convertir a un personaje tan poco recomendable como Salva en el padre de sus hijos y de formar una familia burguesa hasta el estereotipo, factor que también la distancia de su amiga.
El otro momento clave del libro se sitúa en la página 71 y en el instante en que comienza el relato sobre la época juvenil en la que se conocieron los cuatro amigos. Es como si la novela recomenzara a partir de ahí, como si lo anterior fueran preparativos, unos protocolos introductorios a ese momento. El lector advierte un confortable cambio de registro; tiene la sensación de que por fin está tocando hueso, el meollo, la verdadera narración. Sin duda, son esa época y ese mundillo de pisos de estudiantes los que conforman la parte más diurna del libro en contraste con las páginas del “destierro” en Punta Albatros. Digamos que uno es el plano del paraíso de la juventud, mientras el otro es el de un purgatorio en el que todos sus habitantes tienen algo de exiliados de la felicidad, de supervivientes y de castigados.

Es el paraíso de la relación entre las dos mujeres que describen esas páginas lo que mejor explica al personaje de Teresa, sincera hasta en el autoengaño, hasta cuando se echa la culpa de la relación extraconyugal que ha tenido su marido. Lo más valioso que tienen los personajes de Margarita Leoz es que, además de no encarnar ninguna perfección, tampoco son planos, redondos, definidos. Son grises como la vida, con unos contornos débiles que difuminan y borran su propias historias en lugar de remarcarlos como hacen los novelistas mediocres. El desdibujo de esos seres es el propio desdibujo al que nos somete la existencia. Pero, aparte de las historias humanas y de la técnica con la que la autora sabe manejarlas en la trama novelesca, el otro hallazgo de esta novela reside en el estilo; en los impagables trazos con los que describe un signo de frialdad en la amante del protagonista y narrador -“La toalla que yo había usado tras la ducha nunca permanecía”- o a los huéspedes del geriátrico: “Algunos no tenían mirada, sólo tenían ojos”.

Punto Albatros” es una conseguida metáfora de esas estaciones de autocastigo que, de manera no tan concreta ni tan plástica como en esta historia, nos imponemos a veces interiormente los seres humanos. Y es un libro que relata perfectamente la manera en que se restablecen los matrimonios en nuestra sociedad después de las crisis. Hay en el libro un personaje femenino que encierra toda una historia dramática pese a su papel secundario, una historia que alcanza un valor simbólico. Es una muchacha que a su joven edad se ha hecho unas cuantas cirugías para triunfar en el cine y que huye airada cuando advierte que alguien la ve en todo su patetismo. Huye para alejarse de ese espejo y de esa mirada cuando, paradójicamente, vive de las miradas y de los espejos.

En realidad, el gran tema de “Punta Albatros” es el de las cicatrices que deja la vida y que quizá en el fondo todos ocultamos para seguir viviendo como esa inmadura y mentirosa actriz. Creo que ése es el gran tema del libro y lo que hace de él una auténtica novela-revelación absolutamente recomendable e imprescindible en el disparo de salida de este recién inaugurado curso editorial.

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