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'Literatura, origen de la naturaleza' por Edvardo Zeind Palafox

"Literatura, origen de la naturaleza" por Edvardo Zeind Palafox

Por Eduardo Zeind Palafox
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

A buen seguro desdeñaré al que tome por lo serio este palique, hecho primero para enseñar a despreciar que a justipreciar lo que algo vale. Despreciar, aunque contiene tonos peyorativos, es actividad principal de los científicos. Despreciar es quitar valor, estima, lo que sobra, como decía el filósofo Spinoza. La jerga científica, que a sí misma y engreída se llama naturalista, como si el concepto de lo natural fuera superior a todo otro concepto, ocupa su lugar en el mapa del saber humano sin que los filósofos se tomen la molestia de encararla, de cuestionarla.

Son innumerables los manualillos franceses y alemanes de ciencias sociales que corren por ahí pregonando lo diletante y falso del léxico moral, político, económico, y escasísimos los que analizan la verdad, que es que el naturalismo nació de la sapiencia humana, inspirada, y no como el mineral. Que una cosa haya nacido del suelo o del agua no asegura que las palabras con las que significamos tal cosa estén exentas o libres de paradigmas, de ciertos vicios mentales a los que modernamente llamamos "modelos".

Y pues todo lo hay en el "Quijote", y pues mis lectores conocen mi entusiasmo por la gran obra de Cervantes, traigo a colación la historia que el Caballero de los Leones tuvo con unos duques dueños de unas mozas atrevidas que lavaron las barbas del nunca bien aplaudido guerrero andantesco, historia donde aprendemos que el silencio es el mayor fraguador de costumbres, de paradigmas.

Era en la Edad Media y algo después burla fortísima manosear las barbas, insulto que recibido por el Quijote sólo le provocó un poco de meditación. El Quijote, "creyendo que debía ser usanza" nueva lavar las barbas y no las manos terminando los platillos, no reclamó al verse tocado burlescamente, causando así que el duque referido, que en su presencia estaba, para evitar que su invitado se diera cuenta de lo que le hacían, también quisiera recibir la lejía lavadora de imberbes en menesteres cortesanos. Cervantes, sutil toda la vida, nos espolea a meditar la diferencia que hay entre "fe" y "ley", términos que reducidos plantean las discrepancias entre naturaleza y sociología.

¿La idea de limpieza es parte de lo natural o de lo social? Tan magna antinomia, por cierto, no será resuelta por mí, que apenas sé algo de filosofía. Lo que sí se podrá hacer será apuntar algunos caminos por donde los profesionales del pensamiento, los filósofos, puedan andar para descubrir la verdad. Toda "ley" es negativa, imperativa, dictatorial, y toda "fe" es positiva, indicativa, liberal; la "ley", demuestra Fray Luis de León en su libro "De los nombres de Cristo", prohibiendo engendra deseos, malandrines, y la "fe", educando, procrea satisfacciones, profetas en el sentido laxo de la palabra.

Las leyes de las ciencias naturales, luego, operan con el método negativo, eliminatorio, mientras que la otra, la social, la "fe", lo hace por vía positiva, constructiva. Andamos con las barbas limpias antes para agradar al prójimo que para mantener la salud, mas para ocultar nuestra presunción hicimos la palabra "higiene". Puede haber salud en una suciedad moderada, pero no agrado cortesano. Solos, siendo para todos desagradable, perdemos la salud mental. El hombre es el único animal que nace lleno de demonios, demonios que no salen a la intemperie cuando estamos en compañía de los ángeles de los demás. La "fe", así, crea la "ley" de la imaginación, de la psicología, punto de partida de la lengua, vórtice ésta de toda ciencia.

No hay, en última instancia, un lenguaje naturalista, imparcial, limpio de "fe", de asuntos sociales. La "usanza" epistémica del día y no otra cosa nos mueve a pensar que hay cosas vacías, vulgarmente materiales, tales como astros, piedras, plantas y hasta animales puros, independientes de nuestra razón, que todo lo bautiza, que a todo le pone nombre, o por mejor decir, un mito. ¿Qué se mejora escamoteando las diferencias artificiales que hay entre el supuesto lenguaje natural o científico y el social o moral? Se mejora nuestra lógica, bifurcada hasta hoy en literatura y filosofía, esto es, en pensamiento e inspiración.

Probemos nuestras tesis. ¿Qué es la nada? ¿Qué el infinito? Ambas concepciones carecen de objeto, diría Kant; luego, ambas urden antinomias inútiles y martirizantes. Levinas ha dicho en uno de sus muchos cursos que lo primero que trastoca la idea de lo infinito es nuestra moral. ¿Cómo nos comportaríamos sabiendo que somos infinitos? ¿Cabe, por de pronto, la idea de infinito en nuestro pensamiento? Garcilaso, al que releo y memorizo como buen castellano que soy, en su Soneto V en nombre de lo humano dice:

"aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto".

Los científicos, sin "fe", dejarían de pensar en lo infinito, intuición bonísima, tanto, que mesura nuestras existencias, que sobreviven apuntando hacia la literaria palabra "paraíso". Otro ejemplo lo podemos encontrar en la ciencia exegética. Bultmann, citado por Gadamer en su libro "Verdad y método", sugiere que al escrutar la Sagrada Escritura no pretendamos encontrar en ella sino historia, no inspiración. ¿Para qué queremos desanudar lo que es sagrado, lo mítico? Para encontrar lo sagrado real, lo irrefutable. Ciertamente la Sagrada Escritura ha sido revisada por las cabezas más sapientes de la historia, y además que ellas han encontrado infinitas interpretaciones. ¿Luego se ha encontrado, según la proposición antedicha, lo infinito? No: sólo se ha intuido lo infinito. Intuir sólo es apuntar.

Lo infinito, percibido, nos invita a no temer nada, a aceptar que nada comprendemos y que todo puede ser posible, probable y hasta necesario. Del infinito podríamos decir lo que Fray Luis de León dijo de Jesucristo; el infinito, conocido, se destacaría por sus "inspiraciones continas", por "su nunca cansarse ni darse por vencido de nuestra ingratitud", por "rodearnos por todas partes y como en castillo torreado y cercado", por "tener siempre la mano en la aldava de nuestra puerta", por "el rogarnos blanda y amorosamente que le abramos como si a él le importara alguna cosa", en fin, por sugerirnos que la naturaleza fue creación literaria de Dios, de barbas limpísimas, de palabra diáfana, verbal.

Pueden leer más artículos del autora en: 

Blog personal: http://www.donpalafox.blogspot.com

Diario judío: http://diariojudio.com/autor/ezeind/

El Cotidiano: http://www.elcotidiano.es/category/columnistas/critica-paniaguada/

Leonardo: http://leonardo1452.com/author/eduardo_palafox/

Deliberación: http://www.deliberacion.org/?s=Eduardo+Zeind+

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