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Carolina Sanín
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Carolina Sanín presenta en España su novela "Los niños"

"Siempre me ha interesado esa manera en que unos libros pueden estar dentro de otros"

Por Julia María Labrador Ben
domingo 10 de mayo de 2015, 22:46h

Siruela acaba de publicar la novela "Los niños" de Carolina Sanín, enmarcada en varias tradiciones, sobre todo el terror, una novela deudora extrema de la tradición cinematográfica porque el cine es, en el fondo, una forma de literatura, y también una novela de novelas, pues los libros viven unos dentro de otros en una regresión infinita que da vértigo pero también esperanza. Su primer libro se publicó en 2005, "Todo en otra parte", una novela demasiado inteligente, muy buena, pero precisamente por eso poco accesible al lector por los extenuantes y laberínticos juegos de lógica, de ahí que Carolina haya evolucionado voluntariamente hacia un estilo mucho más legible, hacia un texto muy claro, a modo de fábula.
Carolina Sanín (Fotos: Julia María Labrador Ben)
Carolina Sanín (Fotos: Julia María Labrador Ben)

Carolina Sanín ha escrito una novela indisolublemente unida a Dickens aunque sin proponérselo en origen: cuando había avanzado bastante en la escritura de la misma descubrió que coincidía con el autor inglés en la idea de un niño que tiene otra procedencia distinta de la aparente, que existe como niño abandonado en una familia, pero que también tiene otra procedencia. Era obvia la necesidad de evidenciar de manera directa esa relación dickensiana, por eso uno de los personajes del libro relata al niño el argumento de Grandes esperanzas de Dickens como si fuera un cuento.

Habrá un segundo relato que se le cuente al niño, El hombre de los lobos de Freud, menos contable, menos cuento que el anterior, de ahí que el niño apenas preste atención a ese argumento, pero necesario por similitud, ya que también se trata de una historia sobre un trauma infantil que tiene mucho que ver con el argumento de la novela de Carolina Sanín.

La crítica colombiana ha definido Los niños como una novela “tierna, inteligente y dolorosa”. La autora explica que no son adjetivos contradictorios porque lo tierno y lo doloroso forman parte de lo mismo, aluden a cierto tipo de humor que reúne ambos componentes, un humor que duele un poco, pero que enternece: la burla con compasión.

Un aliciente extra para el lector es la conexión de Los niños con la literatura, al ser una novela que habla sobre otras novelas. Además, genéricamente se inscribe en distintas tradiciones, tres en especial. Es una novela de terror, de fantasmas, ya que hasta cierto punto este niño es tal vez una presencia fantasmal o tal vez un niño poseído por otros que ya no están y por ello entronca con toda la tradición de grandes clásicos de terror en los que un niño es el objeto de terror, el que es terrorífico y da miedo es un niño. Los niños son como casas llenas de cosas, llenas de gente; de alguna manera no tienen historia y eso provoca mucha inquietud, porque la historia de un niño, es la historia de todos, de los que fueron antes sobre todo, ahí reside esa relación con lo que ya no está, con lo muerto.

Por otra parte Los niños también se incluye en la tradición de libros de relatos enmarcados, como esas otras obras mencionadas, que entroncan con la invención del género en la Edad Media: recordemos Las mil y una noches. Ello explica que recuerde a El beso de la mujer araña de Manuel Puig y a La princesa prometida, aunque la autora no tuviera presente ninguna de esas dos obras en el momento de escribirla.

Por último, la novela surge también de un cierto leiv motiv de algunas películas, no muchas, con una relación entre una mujer mayor y un niño que no es su hijo: la clásica Gloria de Cassavetes, Estación Central de Brasil de Walter Salles, Peixoto de Héctor Bavenco o Birth con Nicole Kidman, aunque la autora confiesa que vio ésta última después de escribir la novela.

Es una pareja cinematográfica formada por una mujer mayor con un niño al que encuentra y al que no va a adoptar, por tanto no es madre, pero tampoco es una relación romántica aunque el niño quiera ser hombre de alguna manera, y la historia termina en una relación demasiado precaria porque ella no es ni su madre ni nada. Parte de la fragilidad de esa relación reside en no poder definirla bien: es maternal y no es maternal, hay dos sexos pero no es sexual, es entre amigos pero no sólo eso.

La relación de los protagonistas se podría definir como una “solidaridad desnuda”. Una relación de solidaridad, de gente que no puede ni acompañarse, pero que por ese mismo motivo su compañía es la pura compañía, la pura contigüidad. Algo en lo que coincide con las obras dickensianas con las que la acabamos de comparar y también con Otra vuelta de tuerca de Henry James: un paradigma del terror, el miedo que experimentan los niños al no saber lo que ven junto a la compañía de una institutriz.

A Carolina Sanín le interesa averiguar cómo es la experiencia real de los niños: nadie sabe qué es un niño, ni cómo vive realmente porque ni el niño puede expresar lo que está viviendo al no tener un lenguaje que nosotros entenderíamos, ni nosotros que fuimos niños sabemos cómo decirlo ni qué fue lo que nos pasó. De alguna manera un niño siempre está en traducción: eso es lo inquietante porque es una realidad que compartimos todos, también es terrorífico porque es el desconocido que fuiste y el desconocido que eres.

Aunque no sea una novela para niños, la presencia de uno amplía los lectores al público juvenil. No obstante, está construida de manera un tanto infantil sobre todo en el lenguaje, ni inocente, ni ingenuo, pero carente de cargas culturales, para tratar de describir las cosas como un descubrimiento. Se titula Los niños en plural porque ambos personajes son infantiles, la mujer adulta también es como una niña.

No hay crítica social, pero sí una reflexión acerca de qué son los niños, cómo es la estructura familiar, y la violencia que se ejerce en general no sólo con los niños sino con las personas, esa la violencia que existe en las ciudades, esa realidad social reflejada en el monólogo del vendedor en el autobús o en el monólogo ridículo que tiene la señora que viaja a Europa y vuelve. El niño no sólo va a significar la entrada de otro mundo medio sobrenatural, medio de lo muerto, o de lo de otra dimensión en la vida de esta mujer, sino que también significará la entrada de lo público a la vida doméstica de esta mujer que es absolutamente cerrada y ensimismada.

El terror entra por doble partida: el terror de lo sobrenatural, pero también el terror de la realidad social. Él es un niño solo, y ella ve a esta mujer que cuida carros, medio indigente, que también tiene otros niños, y además, toda la burocracia también produce terror cuando ella está buscando al niño a través de instituciones y ni siquiera sabe dónde buscarlo, se medio burlan de ella y ella no sabe dónde está. Esa desubicación constante en medio de todos los discursos urbanos desde el de los pobres, el de los ricos, el de los medios, el de la burocracia, contribuirá al clima de terror, no sólo lo sobrenatural.

Se ha relacionado este libro con los cuadros de Hooper: una pintura de personajes aislados que se juntan en algún momento, en un ambiente urbano, y con cierta media luz o luz artificial. Coinciden en reflejar la soledad, la independencia y el apoyo entre personas que no se conocen.

Por último, queremos señalar las grandes diferencias entre la portada de la edición colombiana, delirante y fantástica, más alegre pero también más fría, repleta de dibujos de animales tanto reales como ficticios, un juego de simetrías y perspectivas, y la portada de la edición española, mucho más tierna y realista, con una fotografía de un niño que recuerda a El chico de Chaplin en su mirada triste y rabiosa, de desencanto o decepción ante la vida.

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