Javier Yanes acaba de publicar su segunda novela Si nunca llego a despertar, una visión de la infancia vista desde la niñez y con bastantes ingredientes de sus propios recuerdos infantiles. Escrita con una estructura novedosa, la novela nos va envolviendo en nuestro propio mundo de fantasías infantiles, nos van conduciendo por una trama muy bien escrita y desemboca en un final sorprendente e impactante.
La verdad es que esta segunda novela no nos ha sorprendido, porque ya la primera, El señor de las llanuras, nos dejó el poso de encontrarnos ante uno de los mejores novelistas actuales que hay en España, y todo ello sin tratar la novela histórica y la novela negra, como señala él mismo en la entrevista, sino escribiendo novela blanca, novela con sentimientos, novelas con emoción y con finales absolutamente redondos, como debe ser. En la entrevista se muestra tal como es: una persona honesta, sencilla y modesta que está realizando un trabajo excelente. En la web podrán leer las críticas y la presentación del último libro por si se quedan con el mono de saber más de Javier Yanes. Un escritor que domina la lírica de la narración formidablemente como han podido leer en el título de la entrevista. ¿Quién dijo que eran malos tiempos para la lírica?
¿Qué le llevó a escribir Si nunca llego a despertar?
En mi novela anterior, El señor de las llanuras, había un ingrediente infantil, y la experiencia de escribir aquello me abrió el apetito de dedicar una novela específicamente a la niñez. Como escritor, hay un puñado de temas de los que tengo la necesidad de hablar y que iré repasando cuando pueda sentarme a escribirlos. Por ejemplo, Si nunca llego a despertar me ha despertado el interés de escribir una novela sobre la adolescencia, en concreto sobre la adolescencia en los años ochenta en Madrid, una época muy divertida, con mucho jugo literario y que viví muy intensamente. Algún día la escribiré.
¿Por qué se decantó por dar una visión infantil del mundo en su nueva novela?
La infancia es para mí una fuente muy fecunda de historias, y es un mundo que me interesa mucho. Pienso que nuestra etapa adulta se resume en una prolongación de la infancia, porque el resto de nuestras vidas nos dedicamos a perseguir aquellos sueños no realizados de cuando éramos niños. Y aunque la novela cuenta los recuerdos de un adulto en primera persona, quise mantener la visión infantil sin adulterar, tal como la recordamos. Cuando éramos niños teníamos una visión del mundo sencilla y fragmentada. Las personas que nos rodeaban sólo eran lo que significaban para nosotros. No eran seres completos y complejos, sino casi personajes en dos dimensiones, como los de los dibujos animados. Ese mundo del pensamiento infantil es el que quise retratar.
¿Le ha costado esfuerzo volver a ver el mundo como un niño para escribir esta obra?
Ha sido muy bonito y muy gratificante. Parto de algunos recuerdos propios para tratar de plasmar cómo piensan los niños. Pero sobre todo, he hecho trabajo de campo, como el naturalista que describe lo que ve. He observado mucho a mis propios hijos para retratar su manera de pensar, sus expresiones, sus manías... En el fondo, dentro de mí aún sigue vivo el niño que fui, así que no me ha costado demasiado. Hay muchas cosas del mundo de los adultos que me resultan tan lejanas, incomprensibles e inverosímiles que me hacen sentir que vivo en otro planeta distinto al mío. Por ejemplo, la política. O la economía.
¿Cree que todos los niños necesitan un héroe?
Los niños necesitan referentes, los piden desesperadamente. Los niños son el único colectivo de la sociedad actual que no tiene una voz propia, porque precisamente por su propia limitación no pueden asociarse, manifestarse o reivindicar nada. No les queda otro remedio que depender de nosotros, los adultos, y esto implica que tenemos una enorme responsabilidad hacia ellos, pero es una responsabilidad de la que hacemos dejación, no la hemos asumido como sociedad. Los mimamos pero al mismo tiempo los dejamos fuera, no hemos construido la sociedad que ellos verdaderamente necesitan. Por desgracia, sólo somos el retrato de aquello en lo que se convertirán, pero no somos los héroes en los que les conviene convertirse.
¿Piensa que ese espíritu aventurero que encarnan los niños se ha ido perdiendo con el paso de los años?
Absolutamente. Hoy los niños están mucho más sometidos a una vigilancia permanente de sus constantes vitales y de sus actividades. En todo momento tienen su tiempo lleno por las cosas que los adultos les decimos que deben hacer. El resultado es que, cuando encuentran un momento vacío, preguntan: ¿Qué hago? Y añaden: me aburro. El mundo interior de un niño es por naturaleza inmensamente rico, pero con un exceso de mundo exterior podemos llegar a sofocárselo, y creo que eso es lo que ocurre hoy, tanto en la escuela como en casa.
¿Se puede comparar su infancia con la de sus personajes?
La novela está muy inspirada en mi propia infancia. Cuando era niño, pasábamos la mayor parte del verano en Las Rozas, un pueblo situado entre Torrelodones y Madrid y que por entonces era un verdadero pueblo, no la enorme ciudad satélite en que se ha convertido hoy. Nuestra casa limitaba con el campo. Yo solía salir con mis hermanos y mis primos. Por la mañana nos marchábamos con las bicis y pasábamos el día sin vigilancia paterna explorando el mundo que nos rodeaba: los sembrados con sus serpientes, la cabaña de pastores derruida, las casas quemadas de la Guerra Civil, el pozo, las viviendas en construcción... Todo era infinitamente salvaje, divertido y peligroso. Y no llevábamos casco.
¿Cuál piensa que es el mejor momento de la vida para reflexionar sobre nuestras acciones de la niñez y juventud?
Cuando nos sentamos a escribir. Es la mejor manera de ordenar los recuerdos y las historias que esos recuerdos nos inspiran. Casi todo lo que no escribimos lo acabaremos olvidando, pero lo escrito permanecerá para siempre.
¿Cuál ha sido el éxito real de su anterior novela, El señor de las llanuras?
Creo que debería ser la editorial quien respondiera a esto. Para mí el éxito es enorme teniendo en cuenta que mis novelas van a contracorriente. No cuento misterios históricos ni intrigas internacionales. Puedo garantizar a quien lea mis novelas que no aprenderá absolutamente nada sobre Felipe II, III, IV ni V, y tampoco sobre la Guerra Civil, el franquismo o el antifranquismo. Todo esto no me interesa. Tampoco escribo novela negra, sino blanca. Y para colmo, ni siquiera soy sueco. ¿A quién le puede interesar una novela "de autor" cuando el autor es completamente desconocido? Nunca hubiese sospechado que miles de personas compartirían mi visión del mundo porque es una visión rebelde contra casi todo, incluso contra la misma rebeldía. La rebeldía no es cosa de miles, porque si hay miles, ellos son la corriente. Un ejemplo de esto es el 15-M, que no es sino un signo de los tiempos y, por tanto, la corriente. La auténtica rebeldía se vive casi en soledad.
¿Piensa que esta novela será una digna sucesora de la anterior?
No lo sé. Es lo que quería escribir ahora. Y por fortuna, mi editor me deja libertad. Mientras siga disfrutando de esta libertad, seguiré contando las historias que me apetezca.
¿Cuáles son sus sentimientos hacia la tierra de Kenia?
Insondables, inabarcables, incomprensibles hasta para mí. Cuando veo imágenes de allí me flojean las piernas y siento mariposas en el estómago; eso es amor. Y también por esto me duelen doblemente las desgracias que ocurren allí, porque suceden en un lugar que en cierto modo siento como mi casa. Tenemos el reciente secuestro de las dos cooperantes españolas, un suceso terrible que espero se resuelva pronto, pero lamento que, si de algo nos sirve que el mundo se divida en países (otra manía de los adultos que no comprendo), debería ser para que un país vuelque hasta la última gota de sus esfuerzos en rescatar a sus ciudadanos. Si no es así, ¿para qué sirven los países? ¿Sólo para ampararse en el respeto a la soberanía extranjera como excusa para inhibirse de arreglar ese pozo negro olvidado por la humanidad que es Somalia?
¿Qué le llevó a usar el recurso de hacer un guiño a su anterior novela dentro de Si nunca llego a despertar?
Simplemente, soy juguetón. En El señor de las llanuras había varios juegos que nunca he llegado a revelar. Por ejemplo, el nombre de uno de los personajes era un anagrama del mío propio, y es un nombre que en una ocasión utilicé para firmar un cuento mío publicado en una revista y que yo mismo atribuí a un autor ficticio. Además, Curro se cruzaba en Kenya con un personaje anónimo que era yo mismo, que estuve en aquel lugar en aquel momento. En Si nunca llego a despertar hay una referencia a mi novela anterior y a la casa donde vivía Curro en Torrelodones, que por supuesto tampoco existe. Me gustan estos guiños, esas firmas secretas.
¿Tiene alguna nueva novela en proyecto? Si es así, ¿piensa trasladarnos de nuevo a África?
Tengo un par de ideas para futuras historias africanas, pero de momento se quedarán en el cajón. Ahora estoy trabajando lentamente en dos novelas que alterno según lo que me apetece en cada momento. No hay mucho que contar porque en esta fase aún pueden cambiar radicalmente, pero una de ellas transcurre en Hawai. Me gusta escribir sobre los lugares que me han fascinado, sobre todo si no se ha escrito mucho en castellano sobre ellos. Hawai es mi último hallazgo, una tierra que sorprende y que llega mucho más allá de los tópicos que circulan sobre ella. La ambientación y el tono de la novela se inspiran en la comedia del cine americano de los cincuenta y sesenta, un género que adoro y que encaja muy bien en aquel escenario. Pero además quiero hablar de la herencia hispana en Hawai, una faceta muy curiosa y desconocida aquí.